Por:
Javier Coria. Fotos: Francesc Sans.
Josep Batlló Samón falleció ayer en
Barcelona a la edad de 77 años. Poeta y fundador de la librería Taifa, fue un
referente de la cultura en libertad durante el franquismo y el tardofranquismo.
CIUDADANO DE LA REPÚBLICA DE LAS
LETRAS
Poeta
y librero son improntas que marcaron la biografía de Josep Batlló. Luego ejerció
otros menesteres como las de editor, ensayista, antólogo, crítico literario,
periodista cultural –especialidad hoy casi vergonzante- y animador de tertulias
y cenáculos donde unos buenos tragos, compañía y discusión literaria le
requerían. Combativo, gruñón y con cara de bucanero varado en su nave/librería
de la calle Verdi, nunca fue amigo del falso mundillo literario donde el
postureo, el arribismo y la búsqueda de abrigo, canonjías y prebendas varias,
nada tienen que ver con la calidad literaria, ni con la literatura a secas. Por
ello Josep Batlló fue uno de los “olvidados”, como en su día lo fuera el
malogrado cantante y actor Ovidi Montllor.
Como
poeta se manejó entre los temas habituales del realismo y la búsqueda constante
de nuevas formas temáticas y estilísticas. Publicó poemarios como Los sueños en el cajón (1961), La mesa puesta (1964), Tocaron mi corazón (1968), Primera exposición (1970) o Canción del solitario (1971), entre
otros. Como editor lo fue de la célebre revista literaria Camp de l’Arpa, que a la sazón dirigía Juan Ramón Masoliver, y
donde Batlló realizó una celebrada entrevista al poeta Jaime Gil de Biedma. La
revista Taifa, que además también fue
una editorial. Aunque sin ninguna duda, su labor editorial más importante fue
fundar en 1964 la Colección de Poesía El Bardo (ed. Libros de La
Frontera), que dirigía su esposa de entonces, Amelia Romero. La colección, con
más de medio siglo de historia, fue el escaparate de poetas como Vicente
Aleixandre, Gabriel Celaya, Félix Grande, Salvador Espriu, J. V. Foix, por
citar sólo unos cuantos. En la última etapa de la colección publicaron en
ediciones bilingües a poetas europeos como Hilde Domin o Nazim Hikmet.
Como
antólogo y ensayista literario, Batlló fue el responsable de Antología de la nueva poesía española (1969),
Seis poetas catalanes (1969), Narrativa catalana hoy (1970), Poetas españoles poscontemporáneos (1974)
o El Bardo (1964-1974); reeditados
posteriormente por la editorial Lúmen. Además de varios libros de historia,
costumbres y guías de la tierras catalanas, traducidos a varios idiomas. Su
labor periodística, además de en Camp de
l’Arpa y Cuadernos para el diálogo,
la llevó a cabo en la revista Triunfo,
donde entrevistó a los personajes más importantes del la cultura del momento. Con el seudónimo de
Martín Vilumara realizó varias críticas literarias en Triunfo, algunas que le llevaron a no pocas polémicas.
APUNTES BIOGRÁFICOS
Josep
Batlló nació en 1939 en Caldes de Montbuí, aunque vivió su infancia y juventud
en Sevilla, quizá de ahí viene que en un principio siempre firmara como José. El
viaje lo realizaron por los problemas que su padre, un jardinero catalán, tuvo
por su pasado de miliciano republicano. En esa ciudad andaluza, el joven Batlló
ya comenzó su carrera como poeta y editor. En la Sevilla de 1962, editó la
revista clandestina La Trinchera, que llevaba el curioso subtítulo de Frente de poesía libre. Muchos de los poetas
que publicó, y gracias a su olfato literario, más tarde se consagraron, menos
uno de sus colaboradores, el ínclito Alfonso Guerra, que haría carrera en otras
lides donde no destacó, por cierto, por su verbo florido. La publicación duró
hasta 1966, pero fueron tres números los publicados. Eran tiempos en que la Poesía era un arma cargada de futuro, y
la poesía social, a costa muchas veces de la calidad literaria, se imponía. Eran
los años de la fundación de Comisiones Obreras, la huelga de Asturias y la detención
y posterior asesinato de Julián Grimau. El primer número de La Trinchera estuvo dedicado Rafael Alberti,
y contaba con colaboraciones de Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo. Los dos
últimos números ya se publicaron en Barcelona, con firmas como Vicente
Aleixandre, Vázquez Montalbán, Leopoldo de Luis, etc. En Barcelona el
incansable editor inició otra aventura literaria clandestina en una revista de
curioso nombre: Si la píldora bien
supiera no la doraran de fuera.
DE CARVALHO A “UN POETA DETENIDO”
Manuel
Vázquez Montalbán confesó a uno de sus biógrafos, George Tyras, (Geometrías de la memoria, conversaciones con MVM, 2003) que la
idea de la serie sobre su detective Pepe Carvalho nació una noche de vapores
etílicos con Frederic Pagès y Josep Batlló. Despotricaban los tres sobre la
mala literatura cuando a Manolo se le ocurrió decir que lo que había que
escribir, para salir del ostracismo, eran novelas de lladres i serenos, que es la versión clásica y popular de lo que
hoy conocemos por novela policial. Además, ufano él, dijo que podía escribir
una novela de género en 15 días. Batlló le tomó la palabra, y así nació Tatuaje (que antes que Planeta, la
publicó Batlló en 1974), que con Los
pájaros de Bangkok, creo que son las más interesantes de la serie, aunque
les confieso lo que para algunos será una blasfemia, a mí nunca llegó a
gustarme mucho la saga. Montalbán había publicado un año antes Yo maté a Kennedy, por lo que le fue
fácil seguir con el mismo protagonista. Pero Manolo lo que quería, para acallar
la boca a su suegro, era comprarse un castillo como Georges Simenon, pero se
compró una bonita casa en Vallvidrera.
Otra
de las anécdotas célebres de Batlló, de las que se pueden contar, es cuando fue
a dar con sus huesos a los calabozos de la comisaría de Vía Layetana por
intentar entrar en su propia librería. Otra noche que se alargó más de la
cuenta, y no recuerdo si fue porque se olvidó algo en la librería o porque
tenía su vivienda allí, a altas horas de la noche se puso a hurgar en la cerradura
pero sin poder atinar. Dos policías que pasaban por allí lo tomaron por un
caco, y como Batlló no estaba como para dar muchas explicaciones, lo
detuvieron. La prensa barcelonesa amaneció con el titular: “Un poeta detenido”.
UN LIBRERO SINGULAR
En una
entrevista que le hicimos –quizá la última entrevista que concedió- en Rambla
el día de Sant Jordi de este año, dio rienda suelta a su particularidad como
librero. Batlló era quizá el único librero que renegaba de la fiesta del libro mundialmente
conocida. Primero porque la creía comercial y que atraía a gente que en
realidad no era lectora, además de estar en desacuerdo en que se dedicara a
Sant Jordi, según él, un personaje que ni siquiera se sabe si existió, cuando
lo lógico es que se conmemorara la muerte de Cervantes y Shakespeare. Decía: “Cuando se dedica un día “de”…, es porque
algo no funciona”. Renegaba del día de Sant Jordi también porque le traía
más quebraderos de cabeza que beneficios: “Porque
las contratas sólo son por un día y entonces se lo tienes que pedir a amigos”.
Y luego estaba el asunto de las devoluciones: “A mucha gente que le regalan un libro no le gusta, y vienen a
cambiarlo”. Por ello la librería Taifa: “Cerramos al día siguiente del Sant Jordi, por si se lo repiensan”.
Tenía fama de librero poco simpático con los que, despistados, pasaban por su
librería para pedirle el último superventas de un autor mediático o libros de
autoayuda, que no solía tener en los anaqueles de su librería: “¿Cómo se puede pensar que un libro te
arreglará la vida? Él decía que sus clientes habituales, los que compraban
novedades o en su sección de libros de segunda mano, nunca venían en Sant
Jordi, porque sabían que no estarían bien atendidos. Tampoco tenía libros de
religión: “Es una elección, prefiero tener
libros que vayan con mi manera de pensar. Si mi objetivo fuera vender, tendría
otro tipo de libros”. Reacio a las modas de ciertos bestseller que hoy ya nadie recuerda, Taifa tenía y tiene sus
propios superventas: “El principito –en catalán o castellano-
de Antoine de Saint-Exupéry y Rayuela de
Julio Cortázar”.
Por problemas
de salud, hacía años que Batlló ya no regentaba la librería. Hoy son Jordi y Roberto los que siguen al frente de este referente de la cultura y
el activismo social del barrio de Gràcia. Han ampliado la oferta con libros
ilustrados tanto para adultos como infantiles; y su sección de libros de viejo
ha crecido. Los libros literarios, de ensayo político, social y pensamiento en
general, son los más demandados. Pero también su sección de cine, no olvidemos
que están al lado de los cines Verdi, novela negra o poesía, son importantes.
En estos tiempos de zozobra y falta de referentes intelectuales, es curioso ver
como jóvenes compran libros de los filósofos clásicos o de los teóricos marxistas
o libertarios que, curiosamente, las editoriales están volviendo a reeditar.
KILÓMETRO CERO DE NUESTRA REVISTA
De
alguna forma, para los que hacemos esta revista, la librería Taifa fue y es
nuestro kilómetro cero de esta andadura que ya lleva cinco años, para seis.
Allí tuvimos nuestras reuniones de redacción, entrevistamos a escritores,
políticos, activistas sociales, etc. Josep Batlló fue el origen de nuestra
sección Entrevistas en Blanco y negro; con entrevistas de Batlló en la
revista Triunfo la inauguramos. Ahí
podrán leer las realizadas a Carlos Barral, Josep Pla o Gonzalo Torrente
Ballester. Muchas se perdieron, por estar escritas en cuartillas en una vieja
máquina de escribir, y las sucesivas mudanzas hicieron el resto. Con Batlló,
para nosotros, no sólo se va un amigo, también un maestro en el compromiso
literario y editorial.
QUE LA TIERRA LE SEA LEVE
El
año 2001, el heterodoxo Batlló sorprendió a sus amigos con la edición no venal
de 500 ejemplares numerados a mano y sin firma. Se titulaba Primer centiloquio del heterónomo y era
una suerte de aforismos, a veces sutiles, a veces bruscos, donde el autor se
autocalificaba como: “Feo, ateo y sentimental”.
Batlló nos decía que el libro estaba escrito: “Para deplorar, con sus clientes y amigos (y ambas cosas, si se diera
el caso), la entrada en el tercer milenio de la civilización cristiana”. En
fin, como decían los antiguos romanos,
“que la tierra le sea leve”. Mandamos desde estas líneas nuestro pésame a
familiares y amigos. Y para terminar, una frase que Batlló puso en un
marcapáginas que regalaba a la compra de un libro: “¿Sabes por qué los libros no vuelven cuando los prestas? Porque los
libros también tienen orgullo”.
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