Por:
Javier Coria. Fotos: Francesc Sans
El pasado viernes 25 de noviembre,
tuvo lugar en la librería Taifa del barrio de Gràcia (Barcelona), un acto
homenaje al recientemente desaparecido poeta y librero José Batlló.
En la
necrológica que publicamos en Rambla decíamos: “Combativo, gruñón y con cara de bucanero
varado en su nave/librería de la calle Verdi, nunca fue amigo del falso
mundillo literario donde el postureo, el arribismo y la búsqueda de abrigo,
canonjías y prebendas varias, nada tienen que ver con la calidad literaria, ni
con la literatura a secas. Por ello Josep Batlló fue uno de los “olvidados”,
como en su día lo fuera el malogrado cantante y actor Ovidi Montllor”.
Si
hay un día propicio para callejear por el barrio de Gràcia de Barcelona, ese es
un viernes por la noche, cuando las plazas están a rebosar de vida y los
garitos se llenan de personas de las más insospechadas procedencias. Un viejo
amigo de Batlló, el fotógrafo Francesc Sans, y el que suscribe, el pasado
viernes cruzábamos la plaza de sonoro y evocador nombre, “Revolución”, para
dirigirnos a la calle Verdi, 12, sede de la librería Taifa. Convocados por
Jordi y Roberto, los libreros actuales, acudíamos al acto homenaje a José
Batlló, fundador de la librería y uno de los últimos bardos de una Barcelona
“oficial” que suele olvidar a los obreros de la cultura, los que no están ni en
capillas políticas o editoriales.
Los
que tuvieron la suerte de conocer muy de cerca a Batlló, y depende el día,
soportarlo, nos dicen que en más de una ocasión desaparecía de actos donde él
era el protagonista, y éste no iba ser una excepción. Batlló no asistió, el muy
cabrón.
La
librería estaba a tope de amigos y clientes, algunos rabiosamente jóvenes que
procesan la fe libresca y librera cimentada en la república, que no el reino,
de Taifa. Como maestros de ceremonias estaban el novelista Javier Pérez
Andújar, el veterano y crítico periodista Gregorio Morán y el distribuidor de
libros Oriol Serrano. Hubo anécdotas, lecturas de poemas, y emocionados recuerdos
de clientes del librero. Y cava, mucho cava para brindar. No era fácil entrar
en la particular ironía y forma de ser de Batlló, poeta, librero, editor, y
antólogo. Tenía lo que podíamos decir, valga la contradicción, un humor malhumorado.
De alguna forma, por lo que allí se contó, antes de adquirir algunas de las
joyas bibliográficas que el librero guardaba en un armario cerrado y con
vitrinas, tenías que demostrar que eras digno de llevarte aquel ejemplar.
Contaba un poeta que pidió prestado a familiares y amigos las 8.000 pesetas que
les costó un poemario guardado en ese misterioso y codiciado armario. Batlló
daba el precio y miraba al comprador esperando que desistiera, así era él. Pero
el poeta, dando un aire de misterio y de intriga a su respuesta dijo: “Pues…,
me parece barato”. Batlló sonrió con sus ojillos de ratón bibliotecario.
Que
el espíritu de Batlló sigue habitando la librería, lo demuestra la famosa
pizarra que mantienen al día Jordi y Roberto, y que no hay viandante de la
calle Verdi que no se pare a leer. Algunas de sus joyas:
“Es mentira que Dios esté en todas
partes. Aquí estarán seguros”.
“A veces, las calles se vacían de
gente a la que no le gusta el fútbol”.
“Hartos de libros, queremos vender
preferentes”.
O la
que se podía leer en estos días: “Apadrina
a un sociata”. En una
presentación de un libro pusieron un cartel de esta guisa:
“En esta presentación no se tolerarán
actitudes machistas, homófobas, racistas, Convergentes, gironinas, celiacas,
posestructuralistas y bajo ningún concepto se firmará un puto libro. Si quieren
un libro firmado vayan a ver a Albert Espinosa al chiringuito de Planeta
durante el Sant Jordi”.
La librería
se fue vaciando de gente. Los cinéfilos que bajaban por la calle Verdi,
procedentes de los cines homónimos, se mezclaron con los huérfanos de José
Batlló, para confluir todos en la plaza de la Revolución de septiembre de 1868.
¡Qué casualidad!... estando allí algunos móviles empezaron a sonar, el comandante
Fidel Castro había muerto. El siglo XX, “Vivimos revolcaos en el merengue. Y en
el mismo lodo. Todos manoseaos”, se fue de verdad. Como dejó escrito José
Batlló:
Ahora nos dejan solos
Y como chiquillos que en mitad de la
noche
Silban, con falsa viveza,
Su miedo,
Tendemos nuestros brazos
El uno al otro,
Y esperamos,
Con el corazón en vilo,
La llegada de la luz,
Acechando en el silencio
Cualquier ruido amigo,
Cualquier movimiento vivo.
Quizá, cuando nazca la mañana
Dejando gotas de rocío
En nuestros párpados espantados
Y en nuestros cuerpos entumecidos,
Vuelvan los demás,
Y con su jolgorio y su bullicio
Nos arranquen una sonrisa de perdón.
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