LECCIÓN PRIMERA
¿Existe
dios? Esta es la primera pregunta del hombre. Y a partir de esta pregunta y al
correr de la Historia, aparecerá el pensamiento crítico, la Filosofía, quizás
todas las ciencias.
Esta pregunta
al parecer sólo ha sido contestada o respondida de dos maneras, el deísta dirá
que sí, que cree en dios, y el ateo dirá: “no lo sé, pero creo que no””. Para el
deísta que se basa en la fe, no hay ningún problema; para el ateo que se basa
en la razón, su respuesta ha de ser matizada porque creer en un no-creer pide
reflexión.
Y la
reflexión consiste en que se ha de considerar la imposibilidad de demostrar la
inexistencia de algo. Claro que si una existencia puede ser demostrada, la
creencia en su no existencia caería por su base.
Y aquí
empieza el gran problema de los creyentes que hemos llamado deístas para
simplificar. Porque si bien es verdad que es imposible demostrar la no
existencia de algo, sí es posible y hasta muy, pero que muy recomendable, el
demostrar su existencia. Y ni cortos ni perezosos, los deístas se han dedicado
durante siglos a demostrar la existencia de dios.
El que
existan tantas “pruebas” de la existencia de dios, significa en un primer
momento, que ninguna de las llamadas pruebas ha sido definitiva. Es decir que
ninguna de las pruebas logra su objetivo final: la demostración de la existencia
de dios.
Efectivamente
a partir de la razón no hay posibilidad alguna de demostrar la existencia de
Algo que se supone en teoría o en hipótesis. Y no es posible porque no hay
manera de llegar a la verificación de esta existencia supuesta.
La respuesta
ante la falta de pruebas razonables por parte de los creyentes, no se hizo
esperar: se trata para los deístas de una cuestión de fe y de una cuestión de
revelación
La revelación
consiste en creer a partir de ciertos textos que no se discuten, que el mismo
dios se manifestó o reveló al hombre. O de otra manera, la revelación es el
acto por el cual un ser supremo desvela, revela su propia existencia a los
hombres, ya que implícitamente, se supone que el hombre por su sola razón, no
puede llegar jamás a las llamadas verdades reveladas.
Observemos
inmediatamente, que se trata ante todo de separar al hombre de su razón, de su
crítica, de su pensamiento, no se le pide que piense, al contrario se le pide
que crea, y dios o el supremo hacedor comprendiendo las limitaciones que ya son
prohibiciones del hombre, decide revelarse.
Hay tantas
revelaciones como religiones, es decir, existen tantas prohibiciones de pensar
con la razón, como religiones existen.
Los dioses
se revelan por medio de libros escritos por iluminados o profetas, y los
destinatarios de estos libros, han de cree que dios no sólo existe sino que
demuestra su existencia a través de los libros “dictados” a estos hombres
escogidos.
La razón
crítica del hombre, su pensamiento en resumen, queda arrinconada o arrinconado
ante un hecho que no necesita para nada de la razón, necesita apelar solamente
a la fe del hombre.
Desgraciadamente
para los creyentes, un acto de fe no es un acto de razón, y hay hombres, los ha
habido siempre, que se han negado a la fe en nombre precisamente de su razón. Se
les llamó impíos, herejes, ateos, agnósticos y otros epítetos.
Que al
hombre no le bastaba la fe para creer es un hecho que se demuestra por la
necesaria existencia de la revelación. Las religiones comprendieron enseguida
que el hombre no se sujeta a la fe predicada tan simplemente, entonces surgió
la revelación, es decir la afirmación por escrito de la fe del hombre.
La existencia
pues de una revelación divina demuestra que no sólo por la razón, sino que ni
siquiera por la fe, es posible creer en la existencia de un ser supremo.
Si bastara
la fe, no se necesitaría de ninguna revelación. Al parecer dios preocupadísimo
por la falta de fe de los hombres, no tuvo más remedio que escribir sobre su
propia existencia. Es el “yo soy el que soy” de la Biblia, es el
autoproclamarse dios único en la mayor parte de los textos de diversas
religiones.
Apelando
a la razón del hombre, no es posible demostrar la existencia de dios, entonces
echó mano de la fe y de la revelación. El que más tarde, se pudiera demostrar
por la razón, que las revelaciones no pasan de ser obra humana, obligó a las
religiones a fortificarse en la fe. Y con la fe no se demuestra nada pero se
cree en la existencia de algo que no se puede demostrar.
Desgraciadamente
para el ateo, la fe no puede ser creída, por eso su labor intelectual consiste
en creer, dar por verdadero, el no creer. A la pregunta de si existe dios, el
ateo razonable, crítico o simplemente humano, responde en un primer momento, no
lo sé, creo que no. Claro que si se trata de un ateo bien educado, es decir no
excesivamente duro ante el creyente, responderá: no lo sé, creo que no, aunque
espero que por su bien, por el del creyente, que se demuestre algún día.
Hoy por
hoy, el creyente lleva siglos “demostrando” la existencia de dios y esta
existencia no ha podido ser probada. El creyente replicará, quizás ya un poco
enfadado: de acuerdo no puedo demostrar la existencia de dios, pero tú, ateo,
tampoco puedes demostrar su inexistencia. Lo cual es cierto.
Para volver
al principio, si efectivamente la no existencia de algo es indemostrable por
definición, el ateo ha de responder ante la gran pregunta con el no sé.
Respuesta
a primera vista neutra y muy poco beligerante, pero que si se medita, es toda
una declaración racional, digna del hombre. O para decirlo con Epicuro: hay que
respetar a los dioses aunque no se crea en ellos. Por eso el ateo no es un
impío ni un blasfemo (¿cómo maldecir de lo inexistente?) sino un hombre que
quiere seguir pensando.
PRIMER EJERCICIO PRÁCTICO DE
CONVERSACIÓN
-Y
dice usted que no cree en la salvación o condenación del alma.
-Tengo
mis dudas, porque primero usted no me ha demostrado todavía la existencia del
alma…
-Pero
caballero…
-No,
no me lo ha demostrado usted. Después supone usted que el alma es inmortal, y
en tercer lugar supone que será juzgada y premiada o castigada según su
conducta en esta tierra. Como comprobará, necesito al menos tres demostraciones
para seguir esta conversación.
-Es
usted un materialista.
-Bueno,
y usted es un idealista.
-No
me negará que el hombre necesita de una justicia divina.
-Pues
sí lo niego porque no veo la necesidad de esa necesidad.
-El
hombre necesita creer no sólo en la inmortalidad de su alma, sino también en la
existencia de esa justicia divina.
-¿Y
por qué ha de necesitar creer en todo eso?
-Así
ajusta su conducta con la justicia, se hace moral, más bueno.
-En
resumen, que usted predica la fe.
-La
fe que mejora al hombre.
-El
hombre no está hecho solamente de sentimientos sino de también razón, ¿de
acuerdo?
-Sí,
de acuerdo.
-Entonces
toda creencia o todo sentimiento que vaya en contra de su razón no es un bien
para el hombre, sino un mal para el hombre.
-Pero
usted lo niega todo.
-Al
contrario, defiendo la existencia de una razón humana, la única que puede
hacernos comprender, vivir…
-La
razón no es nada, la fe es todo.
-Yo
podría decir exactamente lo contrario, porque las dos afirmaciones son difícil
de verificar. Pero en fin ahí va mi afirmación: la fe no es nada, la razón es
todo.
-Vistas
así las cosas… en fin, se podría llegar a un arreglo, yo también soy un hombre
razonable, y creo que hay un momento para la fe y otro para la razón.
-Error,
amigo mío, craso error, todo momento dedicado a la fe ha de ser examinado, es
decir criticado por la razón del hombre, luego no hay un momento para la fe y
otro para la razón.
-Usted
no se aviene a razones.
-Querrá
usted decir que no me avengo a fes, porque razones es lo único que le estoy
dando.
-Total,
que es usted un ateo redomado.
-Quite
lo de redomado, no me gusta presumir.
Extractos del ejercicio séptimo de
conversación:
-Y
ahora me dirá usted…
-Ahora
ya va siendo hora, le voy a pedir a usted bibliografía.
-¿Cómo
dice?
-Sí,
que ya está bien de hablar con los creyentes que ni siquiera han leído lo que
tenían que leer. Es inadmisible que los ateos tengamos que pasarnos la vida
explicando libros que ustedes los creyentes se niegan a leer, por eso, le pido
a usted bibliografía. Vamos a ver, ¿qué ha leído usted sobre mecánica cuántica?
-Hombre,
yo…
-Nada,
eso es. Pues entonces lo siento, pero usted no está autorizado para hablar ni
del origen del hombre ni del origen del universo. O lo que es lo mismo, todo lo
que me diga carece de la más mínima autoridad.
-¿Pero
es que los creyentes no vamos a poder hablar?
-No
de lo que no saben, y un creyente sabe lo que se dice muy poquitas cosas, ha
recogido algunas opiniones, recuerda el catecismo y poco más (…)
-Los
creyentes creemos…
-Es
lo único que saben hacer, eso y repetir frases más o menos sentimentales, que si
la bondad de dios, que si la providencia, que si la caridad, etc., etc. hay una
gran injusticia en nuestra sociedad porque los creyentes ocupan todo el espacio
digamos cultural, mientras los ateos no tenemos derecho a nada. Ni siquiera
estamos reconocidos en ninguna Constitución, todos los Estados liberales
reconocen la libertad de culto, claro está, pero no la libertad de los sin culto.
Los ateos no poseemos doctrinas construidas, ni templos ni agrupaciones, no
tenemos derecho pues ni a reconocimiento jurídico o administrativo ni mucho
menos a ninguna ayuda…
***
CAPÍTULOS:
Lección segunda: La primera obligación del ateo ha de
consistir en creer en todo los dioses. Ejercicio práctico de conversación.
Lección tercera: La creación humana y siempre
histórica de los dioses no puede subsistir sin la creación consecuente de las
religiones (iglesia, escuelas, instituciones varias). Ejercicio práctico de
conversación.
Lección cuarta: La moral no necesita ser religiosa
para ser moral. Ejercicio práctico de conversación.
Lección quinta: Históricamente la creación primero,
de los dioses, y después de sus religiones correspondientes, permitió el avance
cultural y de civilización en la sociedad humana. Ejercicio práctico de
conversación.
Lección sexta: La idea de dios ya no es necesaria. Ejercicio
práctico de conversación.
Lección séptima: La ciencia es necesaria aunque no sea
suficiente. Ejercicio práctico de conversación.
Discurso de clausura: La ciencia es necesaria aunque no sea
suficiente y por eso la ciencia no puede ser un sustituto de la religión.
Parva bibliografía
(Curso
acelerado de ateísmo, de Antonio López
Campillo y Juan
Ignacio Ferreras. Ediciones VOSA. Madrid, 1996).
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