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martes, 1 de diciembre de 2015

Gregorio Morán: “La única persona que nunca dejó de hacer negocios, tras la muerte de Franco, fue el rey Juan Carlos”


Por: Javier Coria. Fotos: Francesc Sans

Gregorio Morán presenta su último libro polémico, El precio de la Transición, una crónica de un periodo que ahora está de plena actualidad y que, a pesar de los años, sigue envuelto en tabúes y oscuridad. Conversamos con el autor en Barcelona, ciudad en la que reside.

La dictadura franquista ya no servía a la base social y económica que la sustentaba. El aislamiento internacional propio de un régimen autárquico, el peso del Nacionalcatolicismo, la Falange y las caducas estructuras del Movimiento Nacional, no beneficiaban las necesitarías reformas para modernizar el país, como exigían los sectores económicos, nacionales y extranjeros, que fueron los verdaderos “motores del cambio”. Estas modernizaciones democráticas eran necesarias para aumentar el radio de acción del capitalismo y entrar en la Comunidad Económica Europea y la OTAN. Adolfo Suárez, en contra de lo que se dice, no fue el “estratega” de la Transición, sino su director táctico.

Los gobiernos presididos por Felipe González, desde las elecciones de 1982 donde su partido, el PSOE, obtuvo la mayoría absoluta con el 48,11% de los votos y 202 diputados, hasta  su última legislatura de 1996, contribuyeron a realizar esas reformas, empezando por reformar al propio partido, que se despojó de todo vestigio obrerista y republicano. Desde el Congreso de Suresnes (1974), donde el histórico dirigente Rodolfo Llopis dio paso en la Secretaría General a Felipe González (Isidoro), y con él a toda una nueva generación ajena al exilio y la Guerra Civil. El PSOE era casi inexistente como partido a la muerte de Franco. Fue el Partido Social-Demócrata alemán (SPD) quien financió su implantación en España  a partir de 1976. A los “cien años de honradez” de su eslogan, contestaban maliciosamente los comunistas con: “Y cuarenta de vacaciones”. En el 28ª Congreso se aceptó la economía de mercado, desprendiéndose de todo vestigio marxista. Por cierto, el primer punto de las “Resoluciones sobre Nacionalidades y Regiones que componen el Estado español”, en el congreso de Suresnes, reconocía el derecho a la autodeterminación de dichas nacionalidades, cosa que hoy niegan.

Sólo desde la izquierda oficial podían llevarse a cabo las medidas traumáticas que los mercados exigían a España para entrar en el concierto internacional y, sobre todo, para garantizar la “paz social” que redujera la alta “conflictividad laboral”, como se decía en la época. Esto se materializó en los llamados Pactos de la Moncloa (1977), que firmaron las centrales sindicales UGT y CCOO, el gobierno de Adolfo Suárez y los partidos del arco parlamentario, desde el PSOE, PCE, PNV y CiU, hasta la Alianza Popular de Manuel Fraga, entre otros. Aunque se nos presentó como la mayor conquista obrera del siglo XX, entre otras cosas se reconoció el despido libre, la congelación salarial y los aumentos acelerados de productividad. La reestructuración del tejido industrial español, que supuso tres millones de parados, sólo la podía hacer un partido como el PSOE; como los billones de pesetas que fueron a parar a la banca para su necesaria modernización. Claro que para hacer comulgar con ruedas de molino a la sociedad española, ansiosa del una transformación democrática, se tuvieron que conceder a cambio las libertades de reunión, asociación y organización. Se despenalizó el adulterio y el amancebamiento (!), y se suprimió la censura previa. Contesta Gregorio Morán.



¿Qué precio tuvimos que pagar por la Transición?

Ahora, en los últimos meses, he empezado a pensar que quizá hubiera sido una buena idea titular al libro: “El precio y la leyenda de la Transición”. La conversión de la Transición en una especie de curiosa leyenda…

Heroica, seráfica ¿no?

Sí, sí, donde todo el mundo queda bien… desde el rey como “el motor del cambio”, Carrillo, demócrata eterno, Fraga, no digamos, Suárez…, todos, y Felipe González, un chico que empezaba pero que prometía mucho. Los medios de comunicación se comportaron maravillosamente bien, entendiendo su papel, así nos fue… Cuando yo saqué este libro en 1991, las reacciones fueron brutales. Salvo algunas personas, sobre todo en Barcelona, las reacciones, como digo, fueron brutales, especialmente en Madrid. Hasta hubo un personaje que dijo que gente como yo debería vivir fuera de España, que ahora es de los que más critica los pactos de la Transición. Trabaja en tertulias, un tal Antonio que escribía con seudónimo, uno de éstos…, entonces había menos tertulianos y más columnistas, se ganaba más dinero.

(La edición de 1991 fue publicada por Planeta y, como reconoce el autor, hubo censura, suprimiéndose los párrafos referentes al rey Juan Carlos, que hoy se recuperan en la edición de Akal de 2015. El “tal Antonio” al que se refiere Morán no es otro que Antonio Papell, que firmaba sus columnas con el seudónimo de “Pedro Villalar”. En 1991, Papell era miembro del consejo editorial y articulista del grupo Vocento. Durante la Transición fue director general en el Ministerio de Cultura con Pío Cabanillas, y asesor de Joaquín Garrigues Walker, Josep Melià y Adolfo Suárez.)


El precio que pagamos por la Transición es sobre todo el creernos una mentira, y eso tiene siempre un precio. Y luego que esto nos desarmó. Hay un ejemplo que cito siempre cuando se dice que todos estábamos contentos con la Transición y dispuestos a defenderla cómo fuera…, pues no señor, ahí tenemos el intento de golpe de estado del 23 F, para demostrar justamente lo contrario. Nadie salió a la calle, y estábamos todos en nuestras casas esperando que el rey hablara y la cosa se alargaba, se alargaba, ponían películas, música… Esto es una prueba incontestable que la Transición no tomó arraigo entre la gente. Fue mucha más activa la protesta y la indignación respecto a determinados atentados terroristas, que sí movieron a la población, que la respuesta al 23 F, en el que indudable nos jugábamos la democracia.

¿Hasta qué punto el miedo condicionó la Transición?

Absolutamente. El miedo es un elemento clave en la Transición. Los hijos del franquismo estábamos acojonados.

¿Y sigue ese miedo, por eso es tan incómodo para algunos hablar de esa época?

Sigue el miedo con otras características. Los cuarenta años de franquismo, y de represión, fueron un peso tan enorme que lo que todo el mundo quería, sobre todo, era salir de aquella situación. No volver atrás.

¿De la forma que fuera?

De la forma que fuera. Bien, cuanto más bien nos saliera, mejor, pero sin demasiadas exigencias. El miedo fue un condicionante decisivo. Cuando se desmantela la posibilidad de la ruptura, para la que no había condiciones y debatirlo ahora sería como hablar del sexo de los ángeles, se plantea quién puede hacer política desde la izquierda que no fuera el PCE, pues el PSOE, que además se convirtió en una oficina de reclutamiento, todo el mundo entraba en el PSOE. Hasta los partidos a la izquierda del PCE, sobre todo después de la intentona golpista del 23 F, entraron en el PSOE a la velocidad del rayo; como el PT, la ORT, etc. En las lecciones de octubre de 1982, consigue la mayoría absoluta con diez millones de votos. Era la primera vez que había un ansia popular de cambio absoluto. Había que vivirlo, yo lo hice, aunque voté en blanco, mi confianza en el PSOE y nada, era todo uno. No analizo lo que pasó después, pero la imagen de ruptura, de cambio de octubre del 82, fue impresionante. Además se daba la paradoja que, por ejemplo, el PSUC que era el partido más joven que se presentaba a las elecciones, tenía los candidatos más viejos, y el partido que aparentemente tenía que ser más viejo, que era el PSOE, pues tenía los candidatos más jóvenes. Pero duró, lo que duró, luego vino el desmantelamiento de las asociaciones de vecinos y movimientos sociales…

Cuando se estaba tratando el asunto de la autonomías en la Constitución… ¿Es verdad qué los militares estaban al otro lado de la puerta, sea ésta real o metafórica?

Esto forma parte de le leyenda. Al principio, cuando empezaron las primeras negociaciones sobre los estatutos de Euskadi y Catalunya, decir que con Catalunya no había ningún problema. Los problemas empezaron a surgir a partir de las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977. Esta es la historia de verdad, y no la otra. En el Estatuto de Euskadi, sí había unas disposiciones que si hicieron…, claro, Franco siguiendo la tradición del carlismo había concedido los fueros, que se negociaron con algunos problemas pero se negociaron (los restos forales de las provincias vascas de Guipúzcoa y Vizcaya fueron suprimidos durante el franquismo por considerar el régimen que estas provincias no “auxiliaron el alzamiento”, manteniéndose los derechos forales en Álava y la comunidad autónoma de Navarra). El caso de Catalunya era un problema más, esto sí que era gravísimo por la implantación de las izquierdas. Pero entre la izquierda, nadie, nadie, nadie pensaba en la Generalitat para nada. La gran manifestación de febrero de 1976, en Barcelona, se hace al grito de: "Llibertat, Amnistía i Estatut d'Autonomia".


El redescubrimiento de la Generalitat lo hacen una serie de empresarios catalanes, porque en los panfletos del PSUC, Bandera Roja, etc., ni siquiera del grupo de Jordi Pujol tenían especial interés en la Generalitat. Y Madrid, que también vio que la Generalitat era una mina. Mandó al famoso militar * de los servicios secretos a entrevistarse con Tarradellas en Saint Martin-le-Beau (Francia) y luego el militar hizo un informe para Suárez donde se ensalzaba la humildad en la que vivía Tarradellas y su patriotismo. El primer viaje que hace Tarradellas a España no lo hace a Barcelona, lo hace a Madrid, que es donde están los que le dieron el poder. Todavía hay algún bobo por aquí que dice que no le perdonan que su primer viaje fuera a Madrid. Es una idiotez, el poder se lo han dado ellos, y no tú, les digo. Y le dieron el poder en función de que la izquierda había barrido en Catalunya. Eso era para el ejército un problema. Catalunya era roja (al contrario que en la mayoría de España, en Catalunya, la fuerza más votada fue el PSC-PSOE con 15 diputados, el PSUC con ocho y ERC con uno. El Pacte  Democràtic de Jordi Pujol tuvo once diputados. La UCD de Suárez obtuvo nueve diputados y la Alianza Popular de Fraga sacó un sólo diputado).

Cuando Tarradellas se entrevistó con Suárez, éste le dijo que: “en otra estancia de la Moncloa hay unos representantes del Estado Mayor que han venido a preguntar qué hace usted en Madrid”. ¿Qué les preocupaba a los militares?

A los militares les inquietaba, por supuesto la cuestión del separatismo, y que los elementos que había dejado el franquismo como símbolos se mantuvieran. Bandera, himno y todo. Y luego que no hubiera represalias, y era una cosa muy curiosa, porque unos salían de las cárceles, y los otros no habían entrado nunca. A este juego se suman todos. Por ejemplo, Jordi Pujol, antes de esta traca final que está viviendo ahora, decía que él había pedido para Catalunya un estatuto como el que hay en Euskadi. Esto es absolutamente mentira, porque conozco el asunto y lo hablé hasta con él. Pujol se negó activamente a que Miquel Roca defendiera esa opción, al contrario, parecía peligrosa y mala para Catalunya, y lo había ofrecido Suárez. Por otro lado, en Catalunya la derecha nunca tuvo partido, manejó a la izquierda y a los nacionalistas. Muchos de aquellos que estaban en la izquierda durante la Transición, terminaron en CiU.

Y muchos de aquellos periodistas “progres”, hoy están en las tertulias más carcas de la radio y televisión de los obispos. Usted ha declarado que los padres de la Transición eran absolutamente impresentables. ¿Póngame unos ejemplos?

Los personajes de la Transición parece que no tuvieran pasado. Pero sí, lo ratifico, eran unos impresentables, aunque hubo alguno que hizo jugadas maravillosas, Miquel Roca, por ejemplo. ¿Eran unos impresentables?, pues sí. Yo siempre comparo esto como si fuera una partida de póquer, primero porque son muy pocas manos las que juegaron a esto. En la Transición los jugadores fueron máximo diez, y la clave estaba en seis, los principales que todos conocemos. Yo hace mucho que no juego al póquer, pero se trata de poner dinero y cambiarlo por fichas, y en función de las fichas que tienes vas juagando, pues algo parecido fue la Transición. El dinero era el pasado, y se proponía cambiar el pasado por fichas, y así se jugaba. Claro que las fichas no eran las mismas para todos, las que cambió Suárez, Carrillo o Fraga, no eran iguales, cada uno tenía un número de fichas más importante que otros. Pero cada uno de ellos, de los jugadores y esto es muy importante, renunciaba a su pasado. Que Suárez fuera, ni más ni menos, miembro de la Secretaría del Movimiento, gobernador civil en Ávila en 1968, etc.,  pues nada, una casualidad (ironiza Morán)… Manuel Fraga siempre fue un demócrata (sigue la ironía) que nunca pudo exponer sus teorías… ¿Santiago Carrillo comunista?, hombre no, vivió una época muy difícil, la guerra fría…, y así con todos. Lo terrible, y ahí está la cruz de la Transición, es que cuando tú eres capaz de hacer esto… ¿A qué carajo no eres capaz de renunciar? La Transición es un modelo de la inconsecuencia, donde cada uno está en la mesa de juego en función de que ya no defiende lo que defendía. Si usted es el secretario general del PCE, y tiene una base militante enorme, y renuncia a ello. O incluso se llega a aquel pacto divertidísimo, digámoslo hoy, con Suárez, donde Carrillo de le dice: tú no te preocupes, si hay cualquier conflicto laboral, tú me avisas y lo frenamos. Primero que Santiago Carrillo se estaba echando el farol histórico de su vida, porque él no era capaz de frenar movimientos al margen o en paralelo con el PCE, e incluso dentro del propio partido. El engrandecimiento de la figura de Suárez por parte de la derecha, que fue la que lo liquidó, porque no fue la izquierda quien liquidó políticamente a Suárez como se ha dicho, se basa en algo que no tenía la derecha y que Suárez sí, era su valor físico, que está fuera de toda sospecha. Lo demostró en el 23 F. Pero además la legalización del PCE fue un acto de Adolfo Suárez, y no participó nadie más. Luego se sumaron otros, cada uno con su propio plan. La idea de que para las elecciones del 15 de junio de 1977 el PCE estuviera legalizado, no es obra ni del rey, ni de Fraga, es de Adolfo. Y esa fue la razón por la que lo echaron. Con el pasado que tenía, le obligaba a ir más lejos, como le pasa ahora a Artur Mas en Catalunya. O cuando Lluís Companys declaró la República Catalana y, dirigiéndose al de al lado, le dijo: “ahora no dirán que no soy un catalanista de pro”.


¿Por qué no se habla de la corrupción en aquella época?

En la primera etapa de la Transición la corrupción fue muy leve, salvo casos muy contados. ¿Por qué?, porque no había estructuras, no había tradición, no había partidos. Para que exista la corrupción hay un descubrimiento previo,  es descubrir que los partidos políticos son carísimos, y no viven de la cuota de sus militantes. Acordaros que el caso más sonado de corrupción en el PSOE fue Filesa.

Estaba el caso Flick, que era la trama española de financiación ilegal de partidos de la Fundación Friedrich Ebert (del alemán SPD), caso Roldán y Paesa, caso Juan Guerra, caso SEAT, que pagó 175 millones de pesetas al PSOE, fondos reservados, el GAL, etc. ¿Y en la época de Suárez?

Él no lo necesitaba, ganó bastante dinero, y lo que no, se lo regalaban. Como anécdota recuerdo los cinco mil corderos que había vendido un cuñado de Suárez a Egipto. Después del caso Bárcenas, con el “Luis resiste” de Rajoy, o lo de Rodrigo Rato, o lo del Palau de aquí,  Pujol, etc., pues lo de los corderos es ridículo.

¿Y el rey emérito?

La única persona que nunca dejó de hacer negocios, tras la muerte de Franco, fue el rey Juan Carlos. El rey tenía dos condiciones constitucionales, que era impune y era inmune, cuando necesitaba algo, lo pedía. Por ejemplo, cuando su barco Bribón se quedó anticuado, tiene gracia el nombre, pues lo comentaba, y el mensaje era recibido; sabían que tenían que comprar otro. Porque tenía la tradición del franquismo. La primera etapa del franquismo, en cuanto a estos asuntos, está magníficamente recogida en el trabajo de Ángel Viñas (La otra cara del Caudillo, ed. Crítica, Grupo Planeta). Pero Franco, en general, no necesitaba robar, sólo tenía que pedir las cosas…

Claro, es como si robáramos en nuestra casa. Que necesitaba un pazo para veranear como el de Meirás, pues allí estaban las autoridades franquistas coruñesas para regalárselo, previa recaudación intimidatoria entre los vecinos de Sada.

Claro, el rey pensaba que si el otro lo hizo, por qué no lo iba a hacer él. Luego está el envanecimiento del rey durante la Transición. Como todos lo consideraban, como dijo aquel hispanista, que era el motor del cambio… no recuerdo el nombre, lo conozco y es una buena persona, pero me temo que cuando escribió aquellos libros no tenía mucha idea, hoy no lo haría… (Morán se refiere a la biografía del rey Juan Carlos, mejor hagiografía, que escribió el historiador hispanoinglés -nació en Madrid, 1960- Charles T. Powell, y que se titula El piloto del cambio). Y claro, el rey pensó que si le consideraban así, había que cobrarlo.

Se hace trampa cuando se nos dice que al votar la Constitución los españoles aceptaron la monarquía. Pero la carta magna se encontró con un hecho consumado y de obligada aceptación. El país fue declarado monarquía con la ley franquista de sucesión de 1947, y la monarquía se restauró en 1975, a la muerte de Franco, que dejó como su sucesor al Borbón.

La discusión sobre república o monarquía en vísperas de las primeras elecciones democráticas o del referéndum de la Constitución de 1978, no tenía mucho sentido. Era como discutir entre ruptura o reforma, eso ya pertenecía al pasado.

Pero ahora se está poniendo en cuestión el llamado régimen de 1978.

Ahora es otra cosa. Todos los movimientos que están surgiendo, para bien o para mal, nacen y se desarrollan a partir de los nietos. Los hijos del franquismo estábamos acojonados, salvo un pequeño grupo de militantes aguerridos. Ahora parece que todo el mundo militó, pero los que estábamos en aquella pelea estábamos numerados. Yo recuerdo que en una reunión del PCE en París, y lo recordaré mientras viva, se levantó un tipo y dijo que venía por Soria. Todos nos levantamos emocionados y aplaudimos. ¡Joder!, había un comunista en Soria. Ahora en Soria todos eran luchadores por la democracia durante el franquismo. Pero a lo que iba, son los nietos, los de las cunetas, son los nietos. Franco consiguió castrar nuestra generación, y la de nuestros padres, durante cuarenta años. Por eso hay interés en reducir el periodo franquista y ampliar el de la Transición. Los padres engañaban a los hijos o los nietos y justificaban el franquismo, diciendo, bueno, empezamos a comer, a vivir…, España salía de una situación de miseria, desde 1936. Las elecciones democráticas de 1977, fueron un salto tan bestia como la victoria del PSOE. Lo del GAL fue un hecho puntual y te diría que poco importante, si te lo explico con detalle.


El caso Lasa y Zabala y la guerra sucia del Estado aún está por aclarar y penalizar en su totalidad.

Sí, pero a la ETA misma le afectó poquísimo, al contrario, la reforzó. Pero el gran ideólogo de aquella época fue Carlos Solchaga,  cuando dijo que España era “el país donde uno se puede hacer rico más rápidamente”. Claro, que un ministro de economía te diga esto, es una garantía. Las dos frases de la historia son esta y la del inefable Eduardo Zaplana del PP valenciano, cuando llamó a un “amigo del alma”, como dicen ellos, y le dijo aquello de “estoy en la política para forrarme”. Estas frases deberían estar grabadas en bronce.

Seguimos hablando con Gregorio Morán sobre la violencia en el tardofranquismo, y los archivos del Movimiento Nacional quemados en Madrid y Barcelona, como metáfora de lo que fue la Transición… olvido, cadáveres en los armarios, y en las cunetas. Más de dos mil fosas comunes, 140.000 desaparecidos, torturadores sin juzgar, crímenes de lesa humanidad sin responsables. ¿Este es el precio de la Transición?


NOTA:
*(Al militar al que se refiere Morán era al entonces teniente coronel Andrés Cassinello, que dirigía los servicios secretos durante la Transición. Abundando en lo que dice Morán, la Assamblea de Catalunya, que agrupaba a diversos grupos de la oposición moderada antifranquista, asumió el lema "Llibertat, Amnistía i Estatut d'Autonomia", y no se hablaba de la restauración de la Generalitat, aunque se puede pensar que una cosa llevaba a la otra. El plan para traer a Tarradellas y restaurar la Generalitat se empezó a urdir en el verano de 1976, nueve meses después de la muerte del dictador. La idea se le ocurrió al abogado y empresario catalán Manuel Ortínez i Mur, miembro de una familia de empresarios textiles de Igualada (Barcelona). Ortínez, que colaboró en la administración del régimen franquista, fue director del Banco de Bilbao, Banco Industrial de Catalunya, etc. Desde 1955, mantuvo una estrecha relación con el President Tarradellas, que llegó a nombrarlo su secretario personal. Ortínez consiguió ayudas económicas de los industriales algodoneros para sufragar los primeros gastos de la Generalitat restaurada. En un artículo de Enric Juliana en La Vanguardia, de noviembre de 2013, titulado “La verdad Tarradellas”, el periodista recoge una cita del libro de memorias de Ortínez: “La Monarquía no estaba consolidada. Conservaba la imagen de heredera del franquismo. Establecer un vínculo entre una monarquía no asentada y una institución no reconocida era el encaje para la transición democrática en Catalunya (…) Que la Monarquía reconozca a la Generalitat y la Generalitat reconocerá a la Monarquía”. Tarradellas aceptó el planteamiento y el mensaje fue enviado al recién elegido presidente de gobierno Adolfo Suárez y al rey Juan Carlos I.)

Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es autor de un puñado de libros fundamentales para interpretar la historia cultural y política de la España contemporánea, desde Adolfo Suárez: historia de una ambición (1979), pasando por Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985 (1986), El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo (1998), Los españoles que dejaron de serlo (2003), Adolfo Suárez: Ambición y destino (2009), hasta El cura y los mandarines, su pluma mordaz e incisiva constituye una referencia y un ejemplo de la labor crítica del periodismo. Militó en la oposición antifranquista como miembro del Partido Comunista de España, exiliándose en París en 1968. En 1977 abandona el Partido Comunista de España, poco antes de su legalización. Como periodista ha colaborado con diversos medios, entre los que cabe mencionar Opinión, Arreu, Diario 16 y La Gaceta del Norte, rotativa de la que fue director. En la actualidad colabora en La Vanguardia, diario en el que escribe una columna desde hace veinticinco años, titulada Sabatinas Intempestivas.

Publicado en la revista Rambla/Público.es

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