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lunes, 19 de octubre de 2015

Historia de la novela en España (Ignacio Ferreras)


La despedida del autor, Juan Ignacio Ferreras

Envío

Cumplidos los ochenta de mi edad, aunque en posesión de todas mis facultades mentales, como diría y hasta sostendría ante un notario en ejercicio, y con poco tiempo ya, y con menos ganas aún, para corregir lo que he escrito, quiero poner el punto que llaman final en la última página de esta obra. Creo que han sido unos cuarenta años de aventura continuada. Al menos hace cuarenta años, cuando yo era más inteligente, comencé a pensar lo que podía hacer, y sin dejar de pensarlo, comencé a imaginarlo... Después vinieron las lecturas y he viajado a través de los siglos asido a sus novelas, y he gozado y he sufrido a través de unas páginas que día a día, que año tras año, se iban haciendo más viejas.

Sólo tuve un deseo que, por ser grande y profundo, nunca pude conseguir: conocer cómo pensaban, cómo imaginaban y hasta cómo esperaban y desesperaban aquellos que escribieron y leyeron, aquellos que nos precedieron, aquellos que han de estar detrás de las novelas, escribiéndolas, escuchándolas, leyéndolas. Llegué a soñar con una obra que describiera el imaginario de los españoles durante varios siglos, pero fue eso, un sueño.

Hace más de cuarenta años me detuve ante uno de esos cajones que los libreros de París colocan en las aceras. Todavía estoy viendo aquellos dos tomos desparejados que trataban de la historia de la novela inglesa; no los pude comprar por falta de dinero, pero me hicieron pensar... quizás yo también podría... y sí, al parecer, he podido.

La aventura ha sido larga y no ha acabado muy bien, pero no todas las aventuras tienen el privilegio de poseer un final feliz, las hay hasta desventuradas.

Y ahora surgen algunas preguntas, quizás impertinentes. ¿Y si lo que he escrito es la vida de un novelar, de una novela en España, desde su nacimiento hasta su muerte? ¿La biografía de algo, de un ser vivo después de todo, desde que empezó a existir hasta que dejó de hacerlo? Porque ¿y si lo que entendemos por novela ya no es necesaria en nuestra sociedad?

Prefiero no seguir con estas desgraciadas consideraciones.

Me queda el consuelo de pensar que, al haber escrito tantas y tantas páginas, no he podido equivocarme en todas.

Juan Ignacio Ferreras
Madrid, marzo del 2010

Sobre la novela en España de 1939 al siglo XXI (fragmento del capítulo 27)

6. Las renovaciones formales

Como vimos en el capítulo anterior, la arruinada España de la posguerra empieza por restaurar un realismo tradicional, casi decimonónico, porque creyó que en este realismo estaba la solución novelística del momento. No hay que olvidar, además, que antes de la guerra existían ya tendencias intelectualizadas y sociales de la novela, pero estas tendencias, de alguna manera, perdieron la guerra y se fueron al exilio, y, lo que es peor, dejaron de vivir, esto es, de circular como novelas, en España. Vimos también, al seguir la bibliografía de ciertos novelistas, cómo éstos, que habían empezado como realistas, inauguraban nuevas formas novelescas, es decir, innovaban; por eso, a los nombres que van a seguir hay que añadir algunos de los ya citados, sobre todo Cela, Torrente Ballester y algunos más. Pero si estos restauradores también innovan cuando llega la década de los cincuenta, no hay que olvidar que fue casi una verdadera generación de escritores jóvenes la que abrió nuevos caminos.

Digamos ahora brevemente en qué consistió esta innovación: ante todo, se abandona el realismo tradicional al enriquecerlo con nuevas críticas o intenciones (la década de los cincuenta no es ya la década de los cuarenta, esto es, de la inmediata posguerra; hay un poco más de libertad porque las circunstancias exteriores, la victoria aliada sobre las potencias del eje, ha desarbolado, siempre hasta cierto punto, el régimen verticalista español).

Hay innovaciones, pues, en los contenidos, y así, como veremos en el próximo capítulo, puede ya surgir la novela que se llamó social; y hay sobre todo innovaciones formales ante la llegada de técnicas novelísticas extranjeras, estadounidenses principalmente. Los más jóvenes entre los innovadores están, también, un poco más alejados de la guerra que sus mayores, entre los que se encuentran los realistas restauradores; poseen por ello, y siempre de una manera limitada, una visión más distanciada y, por tanto, más amplia de la realidad histórica bélica y de la realidad más cotidiana. Hay, o existen ya, nuevas posibilidades.

Juan Ignacio Ferreras

Sobre la novela científica y la novela de ciencia ficción (fragmento del capítulo 25)

1. Principios en el XIX

Dejando aparte toda la literatura utópica, que nos haría retroceder hasta la antigüedad griega (por lo menos hasta Luciano de Samósata), y que tan ligada se encuentra con lo que después se llamó novela científica, hemos de centrarnos ya en el XIX, siglo en el que publicó sus obras el verdadero fundador de la llamada novela científica, Jules Verne. En España, como en el resto del mundo occidental, se tradujo una y otra vez al escritor francés y surgieron los consiguientes imitadores.

Se entendió por novela científica aquella que incorporaba la ciencia, siempre de su época, a la narración, pero también a la novela que especulaba sobre el porvenir de la ciencia a partir de la ciencia de su época. Por eso, se podrían encontrar relaciones entre las novelas utópicas y las novelas científicas; los autores, por lo menos en un primer momento y viviendo intensamente la revolución industrial de su siglo, creían en la ciencia, es más, llegaron a creer en la ciencia como libertadora del hombre. Cuando llegue el momento de la ciencia ficción, pero ya en el siglo XX, a partir sobre todo de la gran crisis económica de 1929, la visión cambiará completamente: la ciencia también podía esclavizar al hombre, y la utopía se transformó en distopía.

Pero de momento nos encontramos en la España del siglo XIX, en la que algunos editores publicaron obras populares con pretensiones científicas, y siglo también, en su segunda mitad, en el que nos podemos ya encontrar con verdaderos cultivadores de lo que se entendió por novela científica.

La Escuela de Traductores de Toledo (fragmento del capítulo 2)

Es impresionante el nombre de los primeros maestros toledanos; ante todo Domingo Gundisalvo, arcediano de Sevilla, auténtico filósofo, autor entre otras muchas obras del De Sancta Trinitate; junto a él, el judío converso Juan Hispalense, el italiano Gerardo de Cremona, el matemático inglés Daniel de Morlay y los también ingleses Roberto de Rétines, Abelardo de Bath, Alberto de Morlay y Daniel Escoto; los alemanes Herman el Dálmata y Herman el Alemán, etc. Estos hombres y otros tradujeron y resumieron a veces las obras de Aristóteles, Tolomeo, Galeno, Avicena, Avicebrón, Algazel y otros. Las disciplinas traducidas y tratadas eran simplemente todas las de la época: filosofía, matemáticas, astronomía, medicina, geografía, historia, etc.

No nos atañe aquí subrayar la importancia cultural de esta Primera Escuela en relación con la europea de entonces, sino simplemente señalar el paso del latín culto a la lengua romance castellana a partir de lo que se ha denominado Segunda Escuela Toledana, y que comienza también bajo la égida de un príncipe eclesiástico: el historiador don Rodrigo Ximénez de Rada (1170-1247); después aparecerá como jefe de filas el monarca Alfonso X (1252-1284).

Para leer más fragmentos aquí Blog del libro.

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