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miércoles, 15 de julio de 2015

Ion Arretxe: “Bajo las torturas no sólo contaba lo que sabía, contaba lo que me inventaba y lo que ellos querían oír”


Por: Javier Coria

Ion Arretxe, cuando contaba 21 años y residía con su familia en Rentería (Guipúzcoa), fue detenido y torturado por guardiaciviles del Cuartel de Intxaurrondo, que comandaba el siniestro miembro de GAL, el general Enrique Rodríguez Galindo. En esa misma operación fue detenido Mikel Zabalza, que fue torturado hasta la muerte. Arretxe, que vivió para contarlo, estuvo en Barcelona y nos dio testimonio de esa dramática experiencia amparada por la Ley Antiterrorista del PSOE y del entonces presidente del gobierno, Felipe González.

Ion Arretxe (Errenteria-Orereta, 1964) es escenógrafo y decorador de cine y televisión. Como dibujante y guionista ha colaborado en diversas revistas de cómic y periódicos. Actualmente es guionista de la tira “Grouñidos en el desierto” (creada por Ventura & Nieto), que aparece cada semana en El Jueves, y que firma con el seudónimo de “Bisnieto”.  Aunque la actividad principal de Arretxe es el cine y sería imposible enumerar la lista de films en los que ha trabajado. Como director ha dirigido tres cortometrajes, y con el gran escritor de género negro Carlos Pérez Merinero, es el autor del guión de la película “Cuando todo esté en orden”, que dirigió César Martínez Herrada. Menos conocido es que Ion Arretxe es letrista de canciones populares, entre ellas: Tenía un novio en Alsasua y El hijo de la Pili. Como escritor ha escrito dos libros autobiográficos, el primero fue Parole, parole. Una infancia en Rentería, y el que está presentando estos días, Intxaurrondo. La sombra del nogal, ambos publicados por el sello Ediciones El Garaje.

La sombra de nogal enfría el alma

El abuelo de Ion Arretxe decía: “… que la sombra del nogal era tan mala porque enfriaba el alma, y también decía que quien dormía a la sombra de un nogal acabaría muriendo de pena”. Intxaurrondo es el barrio donostiarra donde está la Comandancia de la Guardia Civil, en Guipúzcoa. La palabra “Intxaurrondo” es como se llama en euskera al árbol cuyo fruto es la nuez, el nogal. No iba desencaminado el aitona Gonzalo cuando decía esto, porque sería en el “Cuartel del nogal” donde su nieto viviría su más dramática experiencia vital. Claro que la pena fue reconvertida en ganas de vivir y de crear y, a pesar de lo trágico, el humor y la ironía afloran en el texto de este libro. Así, la angustia y sobre todo la rabia del lector, se ven mitigadas por la pericia del escritor, que nos da momentos de respiro con frases ingeniosas y rotundas. La vida no tiene un discurrir lineal. Una cara de un desconocido nos trae recuerdos de otras personas, un olor nos evoca una situación pasada y que creíamos olvidada, los sueños, los pensamientos…, en fin, que nuestra vida la vamos componiendo sobre la marcha y a retazos, y así está escrito Intxaurrondo. La sombra del nogal. El texto es un fresco de situaciones de un joven vasco de 21 años estudiante de arte; de la “movida” contracultural, con sus fanzines, revistas, etc.; con los grupos de teatro independientes y las radios libres, el rock…De cómo llegó la heroína que truncó tantas vidas y, cómo no, de las luchas y las barricadas.

La vivencia de la tortura

Claro que todo lo dicho es el contexto de la situación kafkiana y la orgía de torturas que sufrió Ion Arretxe al ser detenido. No era de ETA, aunque se le acusó de pertenecer a un comando, pero todo joven simpatizante de la izquierda aberzale, es más, todo joven vasco, era sospechoso de ser terrorista. Estaba en vigor el llamado Plan Zen (Zona Especial del Norte), y la Ley Antiterrorista amparaba una “investigación” policial que consistía en sacar a golpes y sofisticadas torturas, informaciones o forzadas confesiones, fueran reales o no. Como en una broma pesada, resulta que España en el mes de febrero de aquel año de 1985, había firmado la Convención de la ONU Contra la Tortura. No es un libro de revancha, ni de reivindicación, ni de odio, es un libro de memoria, que no de perdón, pero sobre todo es un libro de resistencia del ser humano, y de todos aquellos represaliados que exigen reparación y justicia, y sobre todo, que se les reconozca su condición de víctimas. Pero dejemos que Arretxe tome la palabra en forma de entrevista.


¿Por qué 30 años después?

Mi historia la escribo 30 años después, pero es una historia que he contado muchas veces. La primera vez que conté esta historia fue justo después de la peripecia de mi detección. La Ley Antiterrorista permitía que estuvieras diez días en manos de la guardiacivil –sin ser acusado de nada-, y después pasé por la Audiencia Nacional y todavía estuve unos días en la cárcel de Carabanchel, de propina. Cuando salí fui a una pensión de Madrid, donde me esperaba mi hermana para irnos a casa. La tortura tiene esto, que es un hecho alucinante que vives, en mi caso durante diez días, pero luego tienes que volver a tu casa. Cuando llamé a la puerta de la pensión me abrió un hombre que me dijo: “¿Tú eres el que viene de hacer la mili?, te está esperando tu hermana”. Mi hermana había salido, y mientras la esperaba, tenía ganas de contarle a alguien lo que me había pasado, pero pensé que aquel señor no era el adecuado. Le pregunté se había alguien más en aquella pensión de la calle Príncipe, y me dijo que había unas chicas de Bilbao… le dije apresuradamente: “que vengan, que vengan”. Las senté delante de mío y les conté justo el libro, cuyo comienzo es:

“La madrugada del 26 de noviembre de 1985, cuando apenas tenía 21 años, fui detenido por guardiaciviles del Cuartel de Intxaurrondo, sede de la 513 Comandancia de la Guardia Civil, en Guipúzcoa.

El día anterior, por la mañana, ETA había matado a dos soldados de la Comandancia de Marina, cerca del Puerto de Pasajes, ametrallando la furgoneta en la que viajaban.

Y por la noche, en la misma zona, a un guardiacivil.

Yo estaba viviendo en casa de mis padres, en la calle del Parque de Rentería.

Vivía con mis padres y con cinco hermanos, todos más pequeños que yo.

Hacía sólo unos meses que mi hermano mayor se había ido a vivir por su cuenta.

Me sacaron de la cama a las tres y media de la madrugada. Yo estaba durmiendo y me sacaron de la cama (…)

El aita estaba en el suelo. Lo sujetaban entre varios guardias.

Mi aita era alto y fuerte.

Un padre en el suelo no es nada, por muy alto y muy fuerte que parezca”.

Para mí es una de las frases más tristes de la historia. Se produce la impotencia de tus seres queridos que saben que no pueden hacer nada, y tú sabes que tu padre tampoco puede hacer nada. En ese momento que ves que tu padre está caído delante tuyo, y por mucho que te mire y gritara: “¡Llevadme a mí!, sabías que ibas a ser tú quien pasaría por Intxaurrondo y que nadie te podía a salvar.

Pero en 1985 nos decían que estábamos en plena democracia, ¿pensabais en la tortura?

En este libro he querido hablar de mi experiencia, de mi terrible experiencia en aquellos días que pasé en Intxaurrondo, una experiencia delirante, porque claro, estamos hablando de diez días enteros con la Guardia Civil, encima yo nunca estuve en un calabozo, una cosa sorprendente. La gente de Rentería de los años ochenta hablábamos de las detenciones, porque había muchas entonces, detenían a mucha gente y había muchas que denunciaban torturas; sabíamos que si te detenían te podían torturar. Pero por mucho que nos imaginásemos los horrores de Intxaurrondo, yo no me podía imaginar que no había un calabozo donde estar. Yo creía, como en las películas, que te llevaban a un calabozo, luego te torturaran, te harán cosas…, pero en el calabozo. Pero cuando me sacaron a mí de casa me llevaron al monte y me interrogaron en un río, cosa que no has oído hablar en tu vida. El horror ese, te produce la sensación que has entrado en un territorio desconocido que no es el tuyo para nada… ¡en los territorios del terror!, entras en un lugar donde no hay leyes ni nada. Te ha detenido la Guardia Civil, pero has entrado en un mundo que tiene que ver más con Dante y los infiernos que con el mundo que hasta entonces conocías. Pero no sólo por el paseíllo por el río, que fue posiblemente donde mataron a Mikel Zabalza, sino que luego estuve en un piso vacío del cuartel.


¿Cómo fue lo de Zabalza?

Como sabéis, lo detuvieron a la vez que a mí y nos acusaban de pertenecer al mismo comando. Mi testimonio hubiera sido un testimonio de torturas más, de tantos que ha habido en Euskal Herria, si no fuera porque al otro detenido lo mataron. La familia de Zabalza, cuando preguntaba por él en el cuartel de Intxaurrondo, lo mismo que hacía mi familia, les decían que cuando habían ido a comprobar donde estaba un zulo de armas, por la noche, se había tirado al río Bidasoa, esposado como estaba, y había huido a Francia. Seguramente lo interrogaron en el río como a mí y lo mataron aquella misma noche. Yo siempre pensé que, por una parte, tuve mucha suerte de no haber sido Mikel Zabalza, al cual dedico el libro, pero por otra me comprometí a contar esto, con pelos y señales. Como os dije, lo conté a aquellas chicas de Bilbao, pero enseguida también lo conté en los juzgados de San Sebastián, donde puse una denuncia, lo relato en el epílogo del libro. El juez no podía contener las ganas de vomitar cuando le describí las torturas con detalle. Luego lo conté a mucha gente… ¿pero en qué situación puedes contar todo esto que te ha pasado a un amigo? La tortura tiene mucho que ver con la violación, una persona torturada primero no entiende bien qué le ha pasado a nivel físico…, el pensar que estabas en manos de un montón de gente que podían hacer contigo lo que quisieran…Esa pérdida de dignidad es muy difícil contarla, y es preferible callarla, pero, por otro lado, cuando te torturan hablas de muchas cosas, en el libro lo digo.

Mikel Zabalza

Pero tú no eras un etarra…

Bajo las torturas no sólo contaba lo que sabía, contaba lo que me inventaba y lo que ellos querían oír. Me di cuenta que lo que ellos querían era tener a un tío de ETA delante, y se encontraron, bueno… Me ponían una pistola en la mesa y me decían que la cogiera, y se daban cuenta que yo no había cogido una pistola en la vida. Les dije que no había hecho la mili y me dijeron: “¡Qué no has hecho la mili! ¿Qué pasa, que ahora en ETA cogen a los más tontos del pueblo?”. Yo no había hecho la mili, no tenía carnet de conducir ni sabía hacerlo. Lo surrealista del caso es que yo delante de ellos quería ser un gran etarra y no llegaba ni a eso; quería demostrarles que yo era una persona importante dentro de la organización. Estar detenido y que te torturen siendo un mierda, es como lo peor. Como decía, esa falta de dignidad, y el que metes la pata, y con la torturas cuentas cosas, y que después tiene que dar explicaciones a mucha gente, eso unido al mito de los detenidos torturados y que no hablan… Nosotros, en Euskadi, tenemos una canción mítica que aprendemos desde niños que habla de eso, Itziaren semea (El hijo de Itziar):

itziaren semea, hori duk mutila!
Inor salatu baino nahiago du hila.
Arro egon litake Maji neskatila
espetxetik jali ta joanen zaio bila!
(El hijo de Itziar, ¡ése sí que es buen chaval! – Antes prefiere la muerte que delatar a nadie.- ¡Ya puede estar orgullosa la joven Maji – cuando vaya a buscarle a la salida de la cárcel!)

Claro, cuando llegas allá, quieres ser el hijo de Itziar, pero lo eres un rato. Y luego cuando sales, ves que no fuiste el hijo de Itziar, y cantas la canción con todos, pero piensas: quizá no la puedo cantar tan alto… Esa idea ha hecho mucho daño también, esa idea del militante que tiene que callarse hasta la muerte… pues te crea un complejo de culpabilidad que hace que prefieras no hablar de lo que te ha pasado. Cuando me he visto con el humor, con las ganas, con la técnica también y el tono adecuado, he escrito el libro, 30 años después.

¿Cuándo decidiste ponerte a escribir el libro?

Pues en parte se lo debo a Enrique Ventura, porque haciendo con él los guiones para El Jueves como Ventura & Bisnieto, a veces voy metiendo en el ordenador otras ideas cuando no se me ocurre nada genial para la tira, y me dije, pues voy a escribir lo que me pasó…, porque para mí y para mi familia, esto de Intxaurrondo, siempre fue “lo que te pasó”. Recuerdo a mi madre, que ha fallecido este año, que siempre me decía: “Aquello que te pasó…”. Incluso cuando me encuentro con una vecina me dice: “Es que no te veía desde aquello que te pasó”… y a aquello que me pasó yo necesitaba ponerle nombre, ponerle palabras a todo, y escribir un libro. Quizá si lo hubiera escrito antes lo hubiera hecho de otra manera, con más rabia, pero pienso que esta es la mejor forma.

¿Pero el libro es como un retrato de una época… hecho con retazos de recuerdos?

Yo quería con el libro, a parte de mi historia personal, que es una historia que, bueno… a veces uno se asombra de las cosas que le han pasado, pero es que esto me ha pasado. Me decía un señor: “Parece mentira que con lo que te ha pasado estés tan bien”…, pues imagínate si no me hubiera pasado, cómo estaría… (risas)… y con ello he convivido hasta el día de hoy. Pues yo también quería hacer un retrato de aquella época y hablar de mi vida y la de mucha otra gente en Rentaría. Cuando irrumpen ciertos grupos de rock, cuando teníamos unas ilusiones y unas esperanzas… siempre muy cercanas, las esperanzas, la vida, la utopía…, siempre muy cercanas a la muerte, porque en Euskal Herria siempre hemos vivido muy cercanos a la muerte. Hablábamos del futuro, de la independencia y del socialismo, pero con un grupo armado, y había muchas muertes alrededor tuyo. Después estaba el tema de la droga, que ha sido en mi vida muy paralelo, y muy cercano… la droga, la vida y la muerte, estaba muy presente. Y quería explicar también la vida de otra mucha gente, gente muy generosa que hacía muchas cosas porque creían en ellas. El libro está escrito de una forma fragmentaria, porque la vida es así, los recuerdos…El libro también tiene que ver con la amistad, se reivindica mucho la amistad.


Sobre la amistad, hay la historia de un amigo tuyo yonqui…

Si uno de los pasajes más triste del libro es el de mi padre en el suelo, otro muy triste, y cuanto más lo releo me lo parece más, tiene que ver con la droga. En aquel momento uno tenía muchos amigos yonquis, y claro he tenido que reducir su aparición porque si no se hubiera convertido en un libro de yonquis, que también podría haber sido. En el libro escribo:

“Mi amigo BAN se metía un pico detrás de otro. Siempre que podía, se metía un pico.
Detrás de la iglesia, en la casa de un colega, en el bar de enfrente, en el de la esquina…

Y luego unas páginas más adelante:

“Los padres de BAN estaban muy preocupados por su hijo. Así mismo me lo dijeron cuando me llamaron por teléfono para hablar del tema. Estaban convencidos de que fumaba porros.

Por lo visto, su madre le había encontrado algunos papelillos de fumar en el bolsillo de un pantalón que había echado a lavar.

-¿Y no habéis encontrado, por un casual, una docena de jeringuillas? – pensé yo-. Porque vuestro hijo se mete picos por la vena a todas horas y en cualquier sitio.

Los padres de BAN me querían mucho, y por eso mismo me dieron más pena. Yo también estaba preocupado por su hijo, pero no tuve el valor de decirles la verdad”.

Otro momento donde te piden la verdad y no eres capaz de decirlo. Siempre pienso por qué no les dije que su hijo se metía picos…


Y al final encontraste el tono para escribir el libro…

El libro también tiene que ver con las palabras. El tono de la realidad lo pusieron ellos, los gritos…, ¿tú imaginas cómo gritaría yo en el monte aquel?, de madrugada, con un montón de guardiaciviles, envuelto con un plástico precintado, sumergido en el agua para que hablase del “comando”…esos gritos no se pueden reproducir, es imposible escribir lo que pasó. El tono de aquello quedó entre nosotros, no había testigos, ni tú mismo puedes ser testigo, todo fue de una forma tan extraña y extraordinaria que ni tú mismo eres el testigo de eso. El tono de la realidad lo pusieron ellos, pero el tono de la escritura lo pones tú. Estoy orgulloso de este libro por ello, yo he elegido el tono, es lo que tienen los escritores, se sientan en su casa, tranquilamente, ya sin guardiaciviles alrededor (risas), y escriben. En aquel momento también tuve que escribir muchas cosas, que había matado a Manolete…

¿Te inventabas mapas falsos de zulos de armas?

Me inventaba donde había armas, porque así ganaba tiempo. Mientras éstos están por el monte buscando armas –pensaba-, yo estoy más tranquilito aquí, me daban de fumar… les dibujaba unos planos muy detallados (sonrisa de Ion), de los montes que yo conocía de haber ido de niño con la escuela. Luego cuando volvían venían cabreados, pero yo les decía: “¿Pero habéis mirado detrás de la piedra? Es detrás justo…” Y yo rezaba, rezaba… ojalá que aparezca un zulo, que alguien se haya dejado un zulo allá…, y así éstos vendrían más contentos, porque en el fondo estás deseando eso, decirles lo que ellos quieren oír… ellos querían armas, pues que aparezcan las armas donde sea, aunque no las tenga.

Como te decía, escribir tiene que ver con el tono y las palabras. Ellos también utilizaban las palabras, tenía algo que ver con las palabras. El policía de la gomina me acercó un papel:

“A ver… Nombre del comando.

En el papel, invitándome al juego del  ahorcado, un juego con el que tanto habíamos disfrutado en nuestra infancia, estaban escritas la B y la Z, primera y última palabra que tenía que encontrar.

Y entre una y otra… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis guiones indicando los seis huecos que había que rellenar con otras tantas letras.

B_ _ _ _ _ _Z.

No era fácil, como escribes en el libro, en castellano no hay muchas palabras que acaben con Z.

“-Como decía Urtain- contaba mi amigo BAN antes de hacerse yonqui-, el secreto de los campeones se resume en las tres Bes: Belocidaz, Boluntaz… ¡y Buevos!

¡Boluntaz! (…) Ahí lo tienen. Aunque Comando Boluntaz… no sé yo”

Después del chiste de Urtain, que le hizo gracia a tus captores, encontraste una palabra que encajaba…

Sí, un apellido, pero el Comando Benítez de ETA… En euskera hay más nombres que terminan en Z, y repasándolos llegué a… ¡Bianditz!, que además es un monte de la zona:

“-¿Lo ves cómo eres del comando Bianditz?- me dijo Caracaballo.

-Al principio siempre cuesta. Pero al final, todo acaba saliendo- me dijo el de la gomina.

-¡Cuántos disgustos nos habríamos ahorrado si nos lo hubieras dicho el primer día!”

Y corrieron a hacer fotocopias”.

Y así es como terminé siendo miembro del comando Bianditz, porque lo acerté…, al final todo se reduce a un juego de palabras.

Y entonces conociste a Galindo…

En el libro lo cuento:

“Se puso frente a mí…
Me quitó el cucurucho…
¡Coñe!
-¿Tú sabes quién soy yo?
-Sí. Usted es Galindo, el comándate Galindo.
-¿Me estáis haciendo algún tipo de seguimiento los de tu comando, o qué?
-No. Nada de eso.
-¿Y cómo es que me conoces?
-Lo conozco de verlo en la prensa y en la televisión…”

Luego me agarró de los huevos y tiró por dos veces, para ponerme de nuevo el capirote.

"Caprichos", de Goya

Capirote que el propio Ion Arretxe califica en otra parte del libro como un pararrayos que atrae las humillaciones. En una sala del Ateneu Barcelonès repleta como nunca, y franqueado por su amiga la actriz Ariadna Gil, por el padre de ésta, el prestigioso abogado Ausgust Gil Matamala, uno de los ponentes para que el Estado español fuera condenado en el Tribunal de Estrasburgo por torturas; y por la diputada de Catalunya Sí, en el grupo parlamentario de ERC, Gemma Calvet y entre el público otro diputado, David Fernández, de la CUP. Entre el público también querellantes de la Querella Argentina, gente del cine y dibujantes de El Jueves. El editor del libro, Manuel Blanco Chivite, condenado a muerte en los procesos del 27 de septiembre…, en fin, mucha gente que pudimos seguir el relato de Ion Arretxe. Quizá el relato más significativo sobre la impunidad de aquellos años, impunidad que aún seguimos viviendo, fue cuando un guardiacivil se sacó del bolsillo un papel y le leyó sus derechos, para luego romperlo ante las narices del detenido y decir que el mismísimo Barrionuevo, Ministro de Interior, les había dicho que la aplicaran la Ley Antiterrorista, por lo que no tenía ningún derecho, como los presos de Guantánamo de hoy. Cuántos fiscales, cuántos jueces, cuántos médicos, cuántos periodistas… fueron cómplices con su silencio de aquello que los más cínicos llaman hoy “excesos”.

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