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lunes, 18 de mayo de 2015

Diversiones para Julio Verne



Cuando en el año 1878 el escritor francés llega a Vigo se encuentra con una ciudad muy animada, llena de atractivos para el ocio.

Por: Eduardo Rolland ("La Voz de Galicia")

Julio Verne visitó Vigo durante cuatro días en 1878 y durante otros tres en 1884. En ambas ocasiones decidió la escala sobre la marcha, la primera por un temporal y la segunda, por una avería en su yate, el Saint Michel III. Sin embargo, aunque todo fue casual, se lo pasó pipa. Tanto él como todos los que le acompañaban. Lo sabemos por las cartas que escribió el diputado Edouard Raoul Duval, que iba en la primera expedición. Y por los carnés de viaje, escritos de puño y letra por el propio Verne, que hice públicos hace poco más de un año gracias a la amabilidad que tuvo conmigo el buen amigo Piero Gondolo della Riva, tal vez el mayor experto en el mundo sobre el escritor de Nantes.

Él fue quien me buscó los documentos entre la ingente cantidad de papeles que atesora sobre el novelista. Además, me transcribió a caracteres de imprenta la endiablada letra de Verne. Y, para colmo, hizo la traducción. Algún día conseguiremos que el gran Piero nos visite en Vigo y nos hable de lo mucho que sabe sobre el autor de "20.00 leguas de vieje submarino". Volker Dehs, Ariel Pérez, Nicolás Moragues, Pasqual Bernat, Pilar Tresaco, Jean Michel Margot, Javier Coria o Cristian Tello. A todos los conozco y sé que participarían encantados en un congreso internacional verniano en Vigo que, por desgracia, aún no se ha podido materializar, aunque su coste sería poco más que el de unos billetes de avión como el que aparece en "Robur, el conquistador" y en "Dueño del Mundo".

Gira marítima por la ría

Pero volvamos a la visitas de Verne a la ciudad. E insistamos en que fueron una fiesta. Sabemos que el escritor hizo una gira marítima por la ría a bordo de la fragata francesa Flore y que fue invitado a sumergirse en Rande para ver personalmente los galeones de la plata. También, que participó en el baile de la sociedad La Tertulia. Que fue convidado a comer a casa del gobernador militar de la plaza, en plena campiña viguesa. Que asistió a la procesión del Cristo de la Victoria. Que participó en el campo de Granada en las fiestas de la Reconquista, con conciertos y fuegos artificiales.

Y que un día se subía a la fortaleza de O Castro a contemplar las vistas como otro se tomaba un refrigerio en el café Suizo o pasaba por el hotel Continental a leer la prensa. Julio Verne, cuando estuvo en Vigo, fue un vigués más.

Raoul Duval, compañero de viaje, siente en Vigo que está en el paraíso: «No podéis imaginar nada más admirable que esta bahía de Vigo, lago inmenso rodeado de montañas cortadas a pico cuyas cimas acaban como las de los Pirineos, algo así como el lago de los Cuatro Cantones en una latitud meridional. Toda la fachada que asoma al mar es un cinturón frondoso de variados verdes sobre el que destacan en blanco las numerosas casas de campo y las granjas de los campesinos. La ciudad, coronada por dos castillos, de los cuales uno recuerda la silueta del Mont Valèrien, se alza en terrazas a lo largo de la costa. Las calles tienen mucho encanto y están llenas de bellas construcciones en granito de color claro con sus balcones ventrudos que dan al mar y cubiertas de arriba a abajo por una galería del más original aspecto».

Describe luego el casco histórico y la calle del Príncipe: «Como todas las ciudades de Europa, está influida por Haussmann y una calle larga y ancha se extiende como si fuese un mercado añadido al viejo Vigo, cuyas calles, estrechas, en rampa y pavimentadas con grandes losas de granito, están llenas de carácter. Para nada se parece a la costa oriental de España. Se siente la influencia del gusto portugués, pues la frontera está a unas diez millas de aquí».

Habitantes

Raoul Duval se maravillaba en sus crónicas del gran ambiente de Vigo: «Hay una multitud tan grande que parece que estamos en una ciudad de 150.000 almas cuando en realidad son 15 o 16.000». El diputado francés, amigo de la buena vida, se perdió por las calles de la ciudad y la disfrutó al máximo. Incluso pudo ver, en la calle Sombreros, una «exposición de ratas, monos y perros sabios». La prensa de la época contaba así la función: «La habilidad de estos animales es tan extremada que cautiva la atención, y aún sin quererlo se pasa un buen rato presenciando como las ratas obedecen la voz humana para practicar ciertas cosas, y como se prestan a disparar un cañoncito con una estoicidad espartana en la familia de los roedores».

Además, acaba de reabrir la casa de baños La Iniciadora, después de unas obras de remodelación. Lo cuenta una crónica periodística días antes de la llegada de Verne: «Personas que en el extranjero y América vieron casas de baños, convienen unánimes que La Iniciadora es digna rival de las mejores de ellas, ya que cuenta con 75 habitaciones, doce bañeras de mármol, (...) un gran salón de descanso, dotado con un piano, gabinete de lectura y restaurante todo bajo techo».

En la segunda visita, los viajeros vernianos podrán disfrutar del teatro-circo Tamberlick, inaugurado en 1882 por el tenor italiano Enrico Tamberlick, una celebridad de la época. Mientras que en la primera está en Vigo el mago francés Auboin Brunet, que utiliza juegos de luz y linternas mágicas para recrear en el escenario «estampas de las ciudades más bellas del mundo».

Así que diversiones no faltaban en la época en la que Jules Verne visitó Vigo. No hará falta insistir en que produce risa, y algo de pena, escuchar a quienes sostienen, con intereses perfectamente diseñados, que esta ciudad siempre fue una aldea y que surgió de la nada a principios del siglo XX.

Nota: En la foto el velero de Verne, el Saint Michel III

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