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miércoles, 22 de abril de 2015

“Solo amanece si estás despierto”


Por: Javier Coria. Fotos: Guillem Sans

El escritor sevillano José Luis Rodríguez del Corral (1959) acaba de publicar la novela Solo amanece si estás despierto (ed. Siruela). Dedicado en exclusiva a la literatura, del Corral cursó estudios de filología hispánica y es el autor de varias obras; por citar algunas: Llámalo deseo, premio La Sonrisa Vertical (2003), La cólera de Atila, La noche de Cipión y la novela Blues de Trafalgar, que obtuvo el Premio de Novela Café Gijón (2011).

En Solo amanece si estás despierto nos presentan a Felipe, un hombre que pierde su empresa, casas y dinero y vuelve a vivir con su anciana madre. La declaración de insolvencia, y el abrumador peso de las deudas, acompañan la angustiosa existencia de alguien que tiene que volver a empezar, o por el contrario rendirse. Amparo es su vecina, una mujer de treinta y tantos años, profesora de francés y que, en la pasada Nochebuena, intentó suicidarse. Pasa los días en la azotea arrancando las páginas de los libros tras leerlas por última vez. Felipe y Amparo compartirán la terraza cual balsa de Odiseo, y ambos deberán decidir si vivirán el día siguiente como si fuera el último, o el primero de una nueva vida.

La redacción es correcta, limpia y clara, pero al servicio de un personaje principal un tanto ingenuo, y cuya historia de amor diríase que es de un adolescente, y no de un tipo de cincuenta años. La melancolía inicial, y el solipsismo, se van disipando en el transcurso de la historia, y la novela se hace optimista y emotiva, aunque al autor y a la editorial les guste más hablar de emocionante. A pesar de todo el suicidio planea sobre toda la obra, y el autor nos explica algunos sucesos de esta índole que conoció de cerca. De todo ello hablamos en un hotel de Barcelona.

Su novela arranca con la descripción de un amanecer luminoso en Sevilla, pero con el pensamiento oscuro del suicidio. Parece que lo plantea como una hipotética consecuencia natural de una situación determinada…

Es justamente esa idea la que yo quería dar. Lo que no había pensado hasta ahora que me lo ha dicho, es que la novela comienza con un amanecer. La novela va destinada al amanecer, está en el título. El “comienzo” es el asunto de la novela, pero es verdad que la novela arranca con un amanecer sombrío. Y efectivamente, él llega a la idea del suicidio como una conclusión “hacia nada”. El protagonista se asombra cuando vio salir de esa misma casa, meses antes, en Nochebuena, a una mujer que había tratado de suicidarse, a la que después va a conocer, y es la otra protagonista. Y se asombra de que alguien pudiera hacer eso, en ese momento, no lo entiende. Pero pasado esos meses, cuando él ya ha llegado al fondo de su ruina, piensa que si no es legítimo, sí es racional; que puede haber motivos para querer quitarse la vida, motivos plausibles, y no la locura solamente.

La angustia del que lo ha perdido todo en el plano material, el problema del paro en personas mayores de cincuenta años… ¿es su novela un retrato de la crisis, o mejer dicho: de la estafa económica piramidal, o es sólo un paisaje de fondo?

Es una mezcla. Yo no pretendo un retrato de la crisis, entre otras cosas porque creo que esa es labor del periodismo, no de la novela, de la ficción. Pero no es solamente un paisaje de fondo en el sentido que explica las acciones de los personajes, sobre todo del protagonista masculino, ya que sería imposible explicarlo sin hacer el relato de lo que lo ha llevado hasta allí. Él, primero, era una persona cercana a la Junta de Andalucía por relaciones familiares, y conseguía para sus clientes contratos públicos, y luego se dedica a la especulación inmobiliaria, forzosamente había que retratar eso. Pero está tratado no en una perspectiva de denuncia de la propia crisis, sino como explicación de los personajes y del contexto en que ellos viven.


¿La vuelta a la casa de los padres es una forma de volver a la niñez?

A la infancia o a la adolescencia. Él se siente como un escolar, como si estuviera en el instituto todavía, cuando se encuentra por la mañana con su madre y ésta le está preparando el desayuno a la edad que tiene… Lo ve como si todos los años vividos los hubiera vivido en vano y hubiera vuelto a un punto de partida, pero con cincuenta años, no con quince.

Pero usted en la novela reivindica una actitud crítica y el ejercicio de la libertad…

Esas son las cosas que planteo, pero los protagonistas no tienen una actitud crítica en el sentido político, se habla poco de política estrictamente, o de movimientos políticos o sociales, no están en la novela y ellos no están en esa onda, pero forzosamente tienen que tener una actitud crítica si quieren continuar viviendo. Si quieren seguir hacia adelante, sobre todo él, si no quiere considerar el resto de su vida como los minutos de la basura de un partido que ha perdido por goleada. Tienen que seguir jugando…, desprecia el hombre que fue, lo desprecia. No tanto por lo que haya hecho, sino por la identidad que él tenía de si mismo…, yo soy listísimo, yo estoy al cabo de todo y lo controlo todo…, y al final era un pardillo como los demás. Se ha arruinado completamente y ni si quiera fue listo como para guardarse un poquito, como hace el personaje de Julián, de la Junta de Andalucía. También hay una actitud crítica de ella, de cambiar, sino las cosas que no se lo plantea, cambiarse a sí misma, que es la base para luego poder hacer otros cambios.

¿Hasta qué punto, y hablando de los cambios políticos, incluso la crítica y la rebeldía pueden estar manipuladas por los mismos poderes que se pretenden cambiar?

(Aquí el autor me mira con extrañeza y, pensándoselo un rato…). Eso no se plantea en la novela, pero seguro que pasa a menudo. Ellos sí que tienen que luchar contra el convencionalismo, por ejemplo cuando se plantean, estando en la terraza, una de las cosas importantes del libro, si van a vivir el día siguiente como si fuera el primero o como si fuera el último. Pero desde todos lados nos dicen que vivamos como si fuera el último, tienes que escribir y aprovechar el día como si fuera el último…, mejor será vivirlo como si fuera el primero…, en la novela se habla de un comienzo, para estos personajes es de esa manera, para los demás puede ser de otra. Pero hay que comenzar, no podemos resignarnos a seguir en la deriva hacia abajo, y no digo económicamente, moralmente.

En su novela Blues de Trafalgar, cuatro estudiantes se encuentran por casualidad un alijo de hachís que deciden vender con dramáticas consecuencias. Está basada en un hecho real. ¿Esta nueva novela parte de algún hecho real o experiencia cercana?

Tengo muchas, porque yo tengo esa edad, he pasado de los cincuenta de largo, y amigos que tienen mi edad y que tuvieron que empezar de nuevo…, profesionales buenos, no como mi personaje, arquitectos que ya no les encargan ningún tipo de trabajo, fotógrafos, publicistas, que se quedan sin trabajo. Hay una percepción personal desde ese punto de vista, y luego hay una serie coincidencias, por circunstancias personales, que yo transformo para poner aquí. El personaje de Amparo es el nombre de una amiga que se suicidó hace treinta y tantos años. Julio, al que ella se dirige en las cartas, era un amigo que en la misma etapa juvenil se suicidó. El Walden de Thoreau, que sale mucho en la novela –aquí se refiere el autor al ensayo Walden, la vida en los bosques, de Henry David Thoreau (1854)-, yo al principio no lo tenía pensado. Pero durante la escritura de la novela, una amiga que se compró un bosque en la sierra norte para poner un centro artístico, me invitó para pensar en un curso, y pensé en esta obra. Leí el libro, pero no di el curso, y lo aproveché para la novela. Está hecha de muchos detallitos, mis padres viven en San Lorenzo, barrio donde vive la madre de Felipe. Mi madre no tiene alzheimer, pero mi padre sí. Incluso los casos de corrupción que se mencionan son reales, y están dentro de mi propia experiencia, no directa, pero si indirecta. Un notario que en la novela se dice que ejercía de prestamista, esa notaría existía, porque a un familiar mío le prestaron dinero. Se suicidó el notario, que dejó un pufo en la ciudad –aquí el autor se refiere a Pedro Romero-Candau, que se suicidó de un tiro, el 3 de marzo de 2014. Sus deudas ascendían a 50 millones de euros, y tomó la dramática decisión el día que tenía que devolver los 5,5 millones de euros que la Universidad de Sevilla había depositado en su notaría-.Cuando yo estaba escribiendo la novela aún no se había suicidado.

¿Cuándo empezó a escribir la novela ya sabía cómo iba a acabarla?

En este caso no. En Blues de Trafalgar, al tener elementos de intriga y ser un thriller, a la fuerza tienes que saber el final de la intriga, aunque los detalles no los tengas todos. En este caso no, yo si sabía –aquí un spoiler- que no se iban a suicidar. La idea de que se suicidaran estos personajes, a los que les he cogido cariño, me resultaba tan desagradable que, nada más que empecé a escribir, me di cuenta de que por ahí no iba a ir. Pero, aparte de eso, durante el proceso de redacción de la novela vas sumando lecturas, experiencias y las vas añadiendo a la propia redacción. Es muy interesante porque esto te enseña muchas cosas, aprendes más que cuando tienes la idea prefijada

Va creciendo con la propia escritura…

Exacto, va creciendo.


Quería preguntarle por las dos citas que abren el libro. Tenemos las del malogrado poeta granadino Pablo del Águila (1946-1968), que por cierto nombra al malvado dios del viento Enlil (Enky sería el bueno), de la mitología sumeria, a la que personalmente fui aficionado en una época de mi vida…

Sí, a Enlil y a la diosa Ninlil, yo también fui aficionado a los sumerios, precisamente en una revista sacamos una cosa de sumerios…, pero en este caso no tiene más objeto que nombrar a una pareja de dioses.

… y a Henry David Thoreau. ¿Por qué estas dos citas?

El caso de Pablo del Águila, mira, ha dicho malogrado, se suicidó jovencísimo, a los 22 años. Claro que por edad no llegué a conocerlo, pero a final de los setenta Juan de Loxa nos trajo aquel libro. Un libro pequeño que es hermosísimo, de los mejores que tengo en mi biblioteca –aquí se refiere al autor al libro póstumo que editó el citado Juan de Loxa y otros amigos del poeta y que se titulaba Desde estas altas rocas innombrables pudiera verse el mar (Ed. Anel y Poesía 70, 1973)-. Con poquísimas personas he podido hablar de Pablo del Águila, como es su caso que sabe quién era, aunque sea de referencias, porque el libro es inencontrable. En estas citas concretas, aparte de la referencia a un poeta suicida, como el libro trata en parte del suicidio, era perfectamente apropiado porque: “Tu nombre era Enlil que significa: lo que cuesta perder lo que se tuvo un día”…personal y masculino, y… “Yo me llamaba Ninlil y significa: vivíamos dos en la misma ciudad en ese tiempo”. Esta cita es la sustancia de la primera parte de la novela. En cambio la de Thoreau: “Solo amanece el día para el que estamos despiertos…”, de donde saqué el título y: Hay muchos días por amanecer…”, era el otro movimiento, porque la novela está compuesta en dos movimientos, por dos fuerzas, destructivas en un principio, que llegan a fundirse y a ser constructivas. Me agradaba el juego de estas dos ideas; y luego poner a Pablo del Águila me gustaba, me están preguntando por él, y aunque sé que es difícil, me encantaría que alguna editorial lo reeditara.

El amor, sin ánimo de ser cursi, ¿puede ser una tabla de salvación?

Sí, yo creo que lo es, en la novela lo es específicamente, lo único es que ella dice que no quiere usarlo como tabla de salvación porque cuando se vaya se va a hundir. Lo ideal es que sea un trampolín para salir del agua. Pero sí, yo creo que el amor… (Pausa)… sin darle una trascendencia, sin ser una novela donde diga están hundidos, pero se enamoran… eso no digo yo que no pasé, pasará, pero no es esa la función. Ellos se enamoran porque se gustan y son muy complementarios, que es muy distinto. Porque cada uno puede enseñarle cosas al otro, pero si no se hubieran conocido en esas circunstancias dramáticas, jamás se hubieran interesado el uno por el otro. Felipe la hubiera considerado sin interés, a él le gustan las mujeres glamurosas y que todo el mundo las mire. Y ella hubiera dicho: ¿y este mierdecilla?, y lo hubiera despreciado. Pero se encuentran, y el amor puede ser un impulso y tiene una capacidad de redención que no tiene ninguna otra emoción.

¿Qué grado de imaginación y fantasía tienen sus novelas?

Para mí las novelas son obras de imaginación. No son diarios, reportajes o periodismo cultural disfrazado, no deben serlo. Para mí la novela tiene que ser una obra de imaginación, ahora bien, entendiendo que uno imagina sobre lo que tiene cerca. Hay una frase de Raymond Carver, que a mí me gusta mucho, que dice: “Utiliza lo que te rodea”. Uno no opera en el vacío.

Como lector y filólogo: ¿Usted cree que la narrativa actual española cuida las herramientas del escritor, la gramática, la palabra escrita?

Tampoco conozco en profundidad la literatura española reciente como para que mi opinión esté fundada, pero tengo la impresión de que se habla cada vez peor, y por tanto se escribe cada vez peor. Hay, en las novelas, un cuidado  meramente informativo de las palabras, poco artístico. Parece que la gente no comprende que esto es un arte, y que tú tienes una materia, unos elementos que tienes que transformar, que utilizar. Además, si tienes una paleta enorme, para que reducir el léxico a 150 palabras. Claro que para abrir el abanico hay que tener muchas lecturas…, yo creo que hay gente que se lanza a escribir con poco bagaje literario, y entonces le salen redacciones casi escolares o convencionales, y sus referencias son el periodismo, no la literatura.

Pasó veintiún años de su vida como librero, en la librería que usted mismo fundó, La Roldana. ¿Cómo fue la experiencia?

A mí me encantaba ser librero. Puse la librería con 23 años, y disfruté cada momento de los que estuve allí, hasta los malos. No sé si algún día volveré a poner una librería, pero me encantaría. El momento actual es crítico para las librerías, pero siempre lo ha sido. Cuando abrí la mía, en 1982, ya era crítico. Mi padre me ayudó un poco, pero todos me decían que estaba loco, un quiosquero ganaba más, me decían. Dentro de cierta modestia me salió bien, pero en todos esos años los momentos siguieron siendo críticos, nunca hubo un momento muy bueno. Claro, como ahora ha ido a peor… En la medida en que haya libros en papel, y creo que va para largo, las librería tienen una función de reunión o tienen que convertirse en ello. Que la gente no sólo vaya a ver libros, que vaya a ver gente, a encontrarse…, ahora hay librerías con ese objetivo, que tienen cafeterías, realizan actos, salas de arte, cursos…En Sevilla hay una de arte y diseño, libros de los que yo no soy usuario, que no puedo por más que pararme a ver sus escaparates, por ejemplo. Se llama “Un gato en bicicleta”. La librería no es un negocio para personas que exclusivamente van a mirar comercio, además de ello tiene que haber un plus de vocación y de entusiasmo.

¿Cuáles son sus novelistas, razonablemente muertos o razonablemente vivos, preferidos?

Me gusta Pío Baroja, Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio… Ferlosio que para desgracia de los aficionados es un “desertor” de la novela, Martin Amis…, pero creo que los novelistas aprenden leyendo historia y poesía. Para mí la novela es una mezcla entre ambos géneros literarios…


Antes que la prosa literaria, fue la poesía, los romances, los cantares de gesta…

¡Exacto! Yo tengo más libros de historia y poesía que novelas. Claro que yo también leo novelas por puro entretenimiento, y voy a las bibliotecas por ellas, pero no las guardo. Claro que a los citados, o a William Faulkner y otros sí, pero por ejemplo el novelista de Juego de tronos –George R. R. Martin-, me parece extraordinario. Me gustan los géneros, el de aventura, la ciencia-ficción, policial, etc.

Precisamente uno de los más prolíficos, y premiados, autores de novelas de ciencia-ficción en la editorial Bruguera es un andaluz, el gaditano Ángel Torres Quesada, que firmaba las novelas de quiosco como A. Thorkent.

¿A si? No lo sabía.

En una reciente entrevista en The New York Times Magazine, la escritora Toni Morrison dijo, y otros antes que ella, que: “Escribir es una forma de pensar el mundo” ¿Tienen una idea del mundo los escritores españoles contemporáneos?

Sin una idea y unas adecuadas lecturas, te puede quedar simplona una novela en la sustancia moral, que obviamente debe tener toda narración. Pero la verdad es que yo no leo mucha novela contemporánea española como para poder juzgar. Quizá se escriba mucha política y sociología y novelas que parecen ensayos, claro que hace falta que se haga y que haya gente que se adelante, no le digo yo que no, pero… Las primeras novelas de Belén Gopegui me gustaron, y seguro que me dejo de nombrar a más, Intemperie de Jesús Carrasco está muy bien escrita y me gustó, quizá simple en su moralidad como decía arriba, pero escribe magníficamente.

¿Tiene alguna manía o ritual a la hora de ponerse a escribir?

No, fumo. Me tomo mi cervecita, me hago mi cigarrito…

¿En casa?

Sí, sí, en casa, a mí me resulta muy difícil escribir fuera de mi ámbito. Como decía Flaubert, que necesitaba estar tranquilo para ser libre, a mí me pasa lo mismo y la libertad, la encuentro en las palabras. Hábitos no, rutinas. Me lío mis cigarritos, como Pla, que además se ponía sus copas de coñac, pues yo igual. En las bibliotecas no se puede fumar, y si estoy de viaje y solo, suelo tomar apuntes.

¿Escribe a mano o en el PC?

En el ordenador. Se lo digo con franqueza, no sería novelista si tuviera que escribir a mano. Se imagina tener que repetir, volver sobre lo escrito… ahora puedes borrar, cortas, corregir, pegar…

Ya ve, las mayores obras de la literatura universal se escribieron a mano, con una pluma de ave y la luz de una vela…

Y muchas veces en la cárcel…, es admirable que escribieran tanto, por ejemplo Dickens.

Sin ánimo de meterme en cuestiones de creencias teológicas… ¿Es sevillista o bético?

(Soltando una gran carcajada). Me gusta ver partidos de fútbol, pero no es que me guste mucho. Yo me alegro que ganen los dos equipos de la ciudad, pero por familia soy sevillista. Mis sobrinos son sevillistas, mis padres, me hermana se casó con un jugador del Sevilla…, menos un hermano que es bético…

Le deben llamar el raro en la familia…

Eso, el raro, ja, ja, ja

Gracias por la entrevista.

Gracias a usted por esta entrevista tan literaria, ya que esta novela sólo es literaria. Quizá en el anterior libro, como iba de narcotráfico, con una trama delictiva, corrupción, etc., los periodistas me preguntaban más por esas cosas.

Publicado en la revista Rambla/Público.es

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