Acabo
de recibir un correo muy triste porque, además de amigo, con mis
diferencias, discusiones y disensiones, Manuel García-Viñó fue un maestro para
mí. Aquí les dejó el último artículo publicado en La Fiera Literaria. Un ensayo de George Orwell que mandaba un lector.
EN DEFENSA DE LA NOVELA
Nuestro corresponsal en Europa nos hace llegar este ensayo
de George Orwell. Un texto profético, publicado en 1936, en el que el genial
autor de 1984 y Rebelión en la granja
pronostica cómo y qué tenía que ser, andando los años, La Fiera Literaria.
Queridos Fieras:
Este verano me he traído de España un libro de ensayos de mi
idolatrado George Orwell. Leyendo uno de ellos, En defensa de la novela, no he podido resistirme a escribiros un
poco para comentaros que lo que escribió Orwell sobre lo que debería ser un
periódico o revista de crítica auténtica, es justo La Fiera Literaria. Denuncia
lo mismo, se queja de los mismos vicios de la crítica, que parece que existían
también en la Inglaterra de hace setenta años. O sea, que no parece que el
negocio de la promoción de la novela a través de la reseña artificialmente
favorable sea sólo cosa de la Españeta. Pero lo que me ha llamado a escribiros
para comentar este tema, es sobre todo el párrafo donde dice: " Creo que
[...] el prestigio de la novela podría recuperarse. La mayor de las necesidades
sigue siendo la de un periódico o una revista que se mantenga al tanto de la
ficción actual y que sin embargo se niegue a rebajar sus criterios. Tendría que
ser un periódico poco conocido, pues los editores no se anunciarían en él.
[...] Aun cuando fuera un periódico muy poco conocido, probablemente provocaría
una mejora del nivel general de las reseñas, pues las paparruchas de los
dominicales sólo se siguen publicando porque no hay con qué contrastarlas. Pero
aun si los reseñadores siguieran exactamente igual que hasta ahora, no
importaría tanto, al menos mientras también existiera una manera decente de
reseñar y de recordar a unas cuantas personas que los cerebros más serios
todavía pueden ocuparse de la novela."
No sé si La Fiera se creó tras leer esto –seguro que no--, u
Orwell, como visionario que era, consiguió vislumbrar que algún día alguien, en
algún lugar, se atrevería a realizar lo que viene haciendo La Fiera desde que
fue creada. Tenía razón en todo, como siempre. El periódico, o revista, no
importa tanto el formato, había de ser "muy poco conocido", como lo
es. Califica su aparición de necesidad imperiosa ("la mayor de las
necesidades"). Parece que falla en una predicción cuando dice que
provocaría una mejora del nivel de las reseñas; pero, por si ese periódico
aparecía en España, añade que si "siguieran exactamente igual".
Parece increíble que una sola persona acertara con todas sus predicciones. Como
acertó con "1984", "Rebelión en la granja" y tantas otras.
Acertó también en este tema. Y apareció La Fiera, y apareció precisamente donde
más falta hacía, donde más habían degenerado la crítica y los críticos. Pero
para ser justo, amigos, aunque no he podido leerlo aún, Manuel García-Viñó, Carlos
Rojas y Andrés Bosch ya empezaron a hacer bueno el artículo de Orwell en los
años 60, con sus libros sobre la novela española del siglo XX, denunciando
tanta crítica favorable a gente que no lo merecía y obviando o relegando a
autores que sí la merecían. Los silenciaron, pero La Fiera ha tomado el relevo
porque seguían exactamente igual.
Me gusta sobremanera la frase: "... y de recordar a
unas cuantas personas que los cerebros más serios todavía pueden ocuparse de la
novela". Efectivamente, sólo los más serios, como los vuestros y el de
otros pocos que de verdad os preocupáis por ella, tratando de limpiarla de las
montañas de estiércol que ahora mismo la cubren.
George Orwell, Teoría
de la novela de García-Viñó, La Fiera Literaria. Manténganse fuera del
alcance de los enanos mentales; recétese a todo aquel con alguna inquietud
literaria.
Gracias a La Fiera, por hacerme disfrutar y sentir que no
estoy solo en esta lucha contra la hipocresía, mediocridad y estulticia que nos
asolan.
Un abrazo fuerte.
Raúl Cejudo
El ensayo pertenece al libro El león y el unicornio y otros ensayos. Editorial Debolsillo
Primera edición: septiembre, 2010. Traducción de Miguel Martínez-Lage.
El león y el unicornio y otros ensayos
(Obsérvese que ya la primera línea es de plena actualidad)
A estas alturas, apenas será necesario señalar que el
prestigio de la novela está completamente por los suelos, a tal extremo que la
observación de cine "mime, 1en novelas", que hace una docena de años
se pronunciaba por lo común con un deje de disculpo, ahora se proclama siempre
con un tono de suficiencia manifiesta. Es cierto que todavía quedan en activo
unos cuantos novelistas contemporáneos, o aproximadamente contemporáneos, a los
que la intelectualidad considera permisible leer, pero lo que cuenta es que de
la buena novela mala al uso suele hacerse caso omiso, mientras que los buenos
libros malos al uso, sean de poesía o de crítica, aún se suelen tomar en serio.
Esto significa que, si uno escribe novelas, automáticamente dispone de un
público menos inteligente del que dispondría si hubiera elegido otro género.
Son dos las razones, bastante obvias por otra parte, por las que esto en le
actualidad imposibilita que se escriban novelas buenas. A día de hoy, le novela
se deteriora a ojos vista., y se deterioraría mucho más deprisa si la mayoría
de los novelistas tuviera cierta idea de quiénes leen sus libros. Es fácil
sostener, cómo no (véase, por ejemplo, el extrañísimo y rencoroso ensayo de
Belloc), que la novela es un género artístico despreciable y que su destino no
tiene la menor importancia. Dudo que valga la pena poner siquiera en tela de
juicio esa opinión. Sea como fuere, doy por sentado que vale la pena con crees
salvar la novela, y que ron la finalidad de salvarla es preciso persuadir a las
personas inteligentes de que se la tomen con la debida seriedad. Es por
consiguiente útil analizar una de las múltiples causas -a mi juicio, lo causa
principal- de este desprestigio que vive hoy la novela.
El problema está en que a la novela se la condene. A gritos
a no existir. Pregúntese sí cualquier persona con dos dedos de frente por qué
“nunca lee novelas.", y por lo común se descubrirá que, en el fondo, se
debe a las nauseabundas paparruchas promocionales que se escriben en las
cubiertas y contracubiertas. No hace falta poner demasiados ejemplos: baste
tomar una muestra del Sunday Times de
la semana pasada: ''Si usted e capaz de leer este libro sin dar alaridos de
placer es que su alma está muerta". Eso mismo, o algo muy parecido, es Io
que ahora se escribe acerca de todas y cada una de las novelas que se publican.
Como bien se puede comprobar mediante un estudio de las citas que llevan en
cubierta o en contracubierta. Para todo el que se tome en serio lo que dice el Sunday Times la vida debe de ser una
larguísima y muy dura lucha para estar al día. Las novelas nos caen encima al
ritmo de unas quince cada día, y cada una de ellas es una inolvidable obra
maestra: perdérnosla es poner en peligro nuestra alma. Así pues, decidirse por
un libro de la biblioteca se vuelve muy difícil, y se sentirá muy culpable si
no le hace dar alaridos de placer, En
realidad, a nadie que importe se le engaña con esta clase de bobadas, y
el desprestigio en que ha caído la reseña de novelas se extiende a las novelas
mismas. Cuando todas las novelas que se publican son presentadas como obras
geniales, es más que natural dar por sentado que todas ellas son paparruchas.
Dentro de la intelectualidad literaria esta suposición se da por sentada.
Reconocer que a uno le gustan las novelas es hoy en día casi lo mismo que
reconocer que a uno le encanta el helado de coco o que prefiere leer a Rupert
Brooke antes que a Geerald Manley Hopkins.
Todo esto es obvio. No me parece tan obvio, en cambio, el
modo en que ha surgido la situación en que nos encontramos. El robo a mano
armada que suponen los libros es sencillamente una estafa de lo más cínica... Z
escribe un libro que publica Y, y que reseña X en el Semanario W. Si la reseña
es negativa, Y retirará el anuncio que ha incluido, por lo cual X tiene que
calificar la novela de "obra maestra inolvidable" si no quiere que lo
despidan. En esencia. Ésta es la situación. Y la reseña de novelas, o la crítica
de novelas, si se quiere, se han hundido a la profundidad a la que hoy se
encuentra, sobre todo porque los críticos sin excepción tienen a un editor o a
varios apretándoles las tuercas por persona interpuesta. Ahora bien, la cosa no
es tan tosca como parece. Las diversas partes implicadas en la estafa no actúan
conscientemente al unísono; y se han visto obligadas a participar de la
situación actual en parte en contra de su voluntad.
Para empezar, no se debe asumir, como se hace a menudo (véanse,
por ejemplo, las columnas de Beachcomber,”passim”), que el novelista disfrute e
incluso sea en cierto modo responsable de las críticas que reciben sus novelas.
A nadie le gusta que le digan que ha escrito un relato de pasión palpitante,
que está llamado a perdurar tanto como perdure lo lengua inglesa, aun cuando
ciertamente sea una decepción que no se lo digan, ya que a todos los novelistas
se les dice lo mismo, y verse privado de tales alabanzas posiblemente
signifique que sus libros no se vendan nada bien. El reseñador que trabaja a
destajo es de hecho una suerte de necesidad comercial, como lo es la cita
incluida en la sobrecubierta del libro, de la cual termina por ser una mera
prolongación. Pero ni siquiera el desdichado destajista de las reseñas ha de
cargar con alguna culpa por las tonterías que .cribe. En sus circunstancias
particulares, es imposible que escriba ninguna otra cosa. Y es que aunque no mediara la cuestión del soborno,
directo o indirecto, seria imposible que hubiera buena crítica de novelas, al
menos mientras se de por sentado que toda novela bien merece una reseña.
Un periódico recibe la consabida pila semanal de libros, de
los que remite una docena a X, el reseñado a destajo, que tiene esposa e hijos
y tiene que ganarse esa guinea, por no hablar de la media corona por volumen
que conseguirá vendiendo a un librero de segunda mano sus ejemplares de
cortesía. Hay dos razones por las cuales a X le resulta totalmente imposible
decir la verdad acerca del libro que recibe. Para empezar, lo más probable es
que once de cada doce libros no consigan prender en él ni la más mínima chispa
de interés. No serán más que consabidamente malos, meramente neutros, inertes,
sin demasiado sentido. Si no se le pagase por hacerlo, jamás leerla ni un solo
párrafo de esos libros, y prácticamente en todos los casos la única reseña
verdadera y fiel a la realidad que podría escribir sena más bien ésta:
"Este libro no me inspira pensamientos de ninguna clase". (¿Le
pagaría alguien por escribir una cosa así? Obviamente, no. De entrada, por
tanto, X se encuentra en la falsa posición de tener que producir, digamos,
trescientas palabras acerca de un libro que para él no ha significado nada. Por
lo común, lo hace mediante un breve resumen de la trama (lo cual, a la sazón,
ante el autor le delata: pone de manifiesto que no ha leído el libro) y unos
vanos halagos de cortesía, que a pesar de su empalago o exageración tienen el
mismo valor que la sonrisa de una prostituta.
Pero hay un mal mucho peor que éste. De X se espera no sólo
que diga de qué trata un libro, sino también que pronuncie su opinión y
dictamine si es bueno o malo. Dado que X puede sostener una pluma con la mano,
probablemente no es tonto, o no tanto como para imaginar que La ninfa constante
sea la tragedia más sensacional que jamás se haya escrito- Muy probablemente,
su novelista preferido, si es que las novelas le importan, sea Stendhal, o
Dickens, o Jane Austen o D. H. Lawrence, o Dostoievski, o, en cualquier caso,
alguien inconmensurablemente mejor que cualquiera de los novelistas
contemporáneos del montón. Tiene que empezar. De entrada, por rebajar de un
modo abismal sus propios criterios. Como ya he señalado en otra parte, aplicar
un criterio decente a las novelas ordinarias, del montón, es como ponerse a
pesar una mosca en una báscula del muelle preparada para pesar elefantes. En
semejante báscula, sencillamente no se registra el peso de las moscas; hay que
empezar por construir otra báscula que sirva para poner de relieve que existen
moscas grandes v mascas chicas. Y esto es aproximadamente lo que hace X. De
nada sirve decir monótonamente, de un
libro tras otro, "este libro es una paparrucha". Porque, una vez más,
nadie pagará nada por una cosa así. X tiene que descubrir algo que no sea una
paparrucha, y tiene que descubrirlo con una frecuencia relativamente alta, o
arriesgarse al despido. Esto significa rebajar sus criterios a una profundidad
a la que, digamos, El vuelo de un águila,
de Ethel M. Del, pase por ser un libro bastante bueno. Pero en una escala de
valores en la que El vuelo de un águila pase por ser un libro bastante bueno.
La ninfa constante será un libro soberbio, y El propietario… ¿qué será? Un
relato de pasión palpitante, una obra maestra sensacional, capaz de estremecer
el alma misma del lector, una épica inolvidable, llamada a perdurar tanto como
perdure la lengua inglesa, etcétera. (En cuanto a cualquier libro verdaderamente
bueno, haría reventar el termómetro.) Tras comenzar por la suposición de que
todas las novelas son buenas, el reseñador se ve impelido a seguir subiendo por
una escalera de adjetivos a la que se le acaban pronto los peldaños. Y sic itur ad Gould (4) Se ve a un
reseñador, tras otro, todos por el mismo camino. En menos de dos años desde que
empezó. Con intenciones en cualquier caso moderadas, proclamar entre histéricos
chillidos que Crisan Night (Noche
Carmesí), de Bárbara Bedarorthy (5), es la obra maestra más sensacional. Incisiva,
conmovedora, inolvidable de cuantas han sido en el mundo terreno, etc., etc.,
etc. No hay salida de semejarte laberinto cuando uno ha cometido el pecado
inicial de fingir que un libro malo es bueno. Pero tampoco es posible ganarse
la vida reseñando novelas sin cometer ese pecado. Entretanto, cualquier lector
inteligente se da la vuelta y se larga asqueado, y despreciar las novelas pasa
a ser una suerte de deber irrenunciable entre los entendidos. De ahí ese
extraño hecho de que sea posible que una novela de verdadero mérito pase sin
pena ni gloria, meramente porque se haya alabado en los mismos términos que
cualquier paparrucha.
Son diversas las personas que han sugerido que sería mejor
para todos si no se hicieran reseñas de novelas. De ninguna clase. Es posible,
pero la sugerencia es inservible. Puesto que eso es algo que no va a suceder.
Ningún periódico que dependa en mayor o menor grado de los anuncios de los
editores puede permitirse el lujo de prescindir de las reseñas, y aunque los
editores más inteligentes probablemente se hayan percatado de que no estarían
mucho peor si la redacción de textos promocionales para cubiertas y
contracubiertas estuviera abolida por ley, no pueden ponerle fin por la misma
razón por l que no es posible un desarme completo de las naciones: porque nadie
quiere ser el primero en empezar tal proceso. Así pues, durante mucho tiempo
seguirán haciéndose y publicándose textos promocionales y reseñas muy
similares, v seguirán yendo a peor: el único remedio consiste en ingeniar algún
modo de que no se les preste atención y no se les tenga el menor respeto. Pero
esto sólo podría suceder si en alguna parte se hiciera una crítica decente de
novelas que sirviera romo punto de comparación para todas las reseñas de medio
pelo. Dicho de otro modo, existe la necesidad de un periódico (un sólo sería
suficiente para empezar) que se especialice en la crítica de novelas, pero que
se niegue a publicar paparruchas de ninguna clase. Es decir, un periódico en el
que los críticos, o reseñadores, lo sean de verdad, en vez de ser meros muñecos
de ventrílocuo que baten la mandíbula cuando el editor tira de los hilos
correspondientes.
Se podría aducir que esos periódicos existen. Hay unas
cuantas revistas cultas, por ejemplo, en las que la critica de novelas, o lo
que de ella se publique, es inteligente y no se pliega a sobornos. Así es, pero
lo que cuenta es que las publicaciones de esa clase no se especializan en la crítica
de novelas, y desde luego, no intentan siquiera mantenerse al corriente de la
actual producción de obras de ficción. Pertenecen al mundo de la alta cultura,
al mundo en el que ya se da por sentado que las novelas, en cuanto tales, son
despreciables. Pero la novela es una forma artística popular, y de nada sirve
abordarla con los presupuestos del Criterion
o del Scrutiny, según los cuales
la literatura es un juego de puro amiguismo y compadreo (con guantes de
terciopelo o con garras afiladas. según sea el caso) entre camarillas cultas
diversas. El novelista es ante todo un narrador, y un hombre puede ser un muy
buen narrador (véanse, por ejemplo, Trollope, Charles Reade, Somerset Maugham)
sin ser estrictamente un "intelectual". Se publican cada año cinco
mil nuevas novelas, y Ralph Strauss" nos implora que las leamos todas, o
lo haría desde luego si tuviera que reseñarlas todas. El Criterion quizá se digna tener en cuenta una docena. Pero entre una
docena v cinco mil puede haber un centenar, o doscientas, o tal vez quinientas,
que a distintos niveles posean un mérito genuino, y es en ellas en las que
cualquier critico al que le importe la novela debería concentrarse.
George Orwell escribiendo en su máquina
Ahora bien, la primera necesidad es un método de gradación.
Hay un sinfín de novelas que jamás tendrían siquiera que mencionarse; imagínense,
por ejemplo, los efectos perniciosísimos que sobre la critica tendría el
reseñar solemnemente cada novela por entregas que se publica en Peg's Paper. Pero es que incluso las que
vale la pena mencionar pertenecen a categorías muy distintas. Raffles es un
buen libro, y también lo son La isla del
doctor Moreau, y La cartuja de Parma,
y Macbeth, pero son 'buenos" a
niveles muy distintos. Del mismo modo, Si llega el invierno y El bienamado y El socialista asocial y Sir
Lancelot Greaves son libros malos, pero a niveles distintos de
`maldad".' Ésta es la realidad que el destajista de la reseña se ha
especializado en difuminar del todo. Tendría que ser viable idear un sistema,
tal vez un sistema muy rígido, que clasificase las novelas por clases A. B, C, etcétera,
de modo que si un reseñador, alaba o desdeña una novela, uno al menos sepa con
qué medida pretende que se le tome en serio. En cuanto a los reseñadores,
tendrían que ser personas a las que de veras les importase el arte de la novela
(y eso probablemente significa no que sean de la alta cultura, ni de la baja
cultura ni de la cultura media, sino de cultura elástica), personas interesadas
en la técnica narrativa y aún más interesadas en descubrir de qué trata un
libro. Son muy numerosas las personas de tales características; algunos de los
peores reseñadores, aunque ahora no tengan remedio, empezaron siendo así, como
bien se ve echando un vistazo a sus primeros trabajos. Por cieno, sería buena
cosa si los aficionados hicieran más reseñas de novelas. Un hombre que no es un
escritor hecho y derecho, sino que simplemente ha leído un libro que le ha
impresionado hondamente, tiene más posibilidades de contamos de qué trata que
un profesional competente, pero sumamente aburrido. Por eso las reseñas
norteamericanas, a pesar de sus estupideces, son mejores que las inglesas: son
más de aficionados, es decir, más serias.
Creo que, del modo en que he indicado, el prestigio de la
novela podría recuperarse. La mayor de las necesidades sigue siendo la de un
periódico o una revista que se mantenga al tanto de la ficción actual y que sin
embargo se niegue a rebajar sus criterios. Tendría que ser un periódico poco
conocido, pues los editores no se anunciarían en él; por otra parte, cuando
hubieran descubierto que en un medio como ése hay elogios que son elogios de
verdad, estarían más que dispuestos a citarlo en sus textos promocionales. Aun
cuando fuera un periódico muy poco conocido, probablemente provocaría una
mejora del nivel general de las reseñas, pues las paparruchas de los
dominicales sólo se siguen publicando porque no hay con qué contrastarlas. Pero
aun si los reseñadores siguieran exactamente igual que hasta ahora no
importaría tanto, al menos mientras también existiera una manera decente de
reseñar y de recordar a unas cuantas personas que los cerebros más serios
todavía pueden ocuparse de la novela. Así como el Señor prometió que no
destruiría Sodoma si se pudiera encontrar en la ciudad a diez hombres de
probada rectitud, la novela no será completamente despreciada mientras se sepa
que en algún lugar hay siquiera un puñado de reseñadores que se han quitado el
pelo de la dehesa.
En la actualidad, si a uno le importan las novelas, y
todavía más si se dedica a escribirlas, el panorama es .sumamente deprimente.
La palabra "novela" suscita las palabras "genialidad",
"contracubierta" y "Ralph Strauss" de un modo tan
automático como "pollo" suscita "asado". Las personas
inteligentes rehúyen las novelas de un modo casi instintivo; a resultas de
ello, los novelistas establecidos se vienen abajo, y los principiantes que
"tienen algo que decir" se pasan de manera preferente a cualquier
otro género. La degradación subsiguiente es obvia. Mírense, por ejemplo, las
noveluchas de cuatro peniques que se ven apiladas en el mostrador de cualquier
papelería de barrio. Esa es la descendencia decadente de la novela, que guarda
con Manon Lescaut y con David Copperfield la
misma relación que el perrillo faldero guarda con el lobo. Es harto
probable que, antes de que pase mucho tiempo, la novela media no se distinga
demasiado de esas noveluchas, aunque sin duda siga publicándose con una
encuadernación de a siete y a seis peniques, con grandes fanfarrias por parte
de los editores. Varias personas han profetizado que la novela está condenada a
desaparecer en el futuro próximo. Yo no creo que llegue a desaparecer, por
razones que seria largo detallar pero que son bastante evidentes. Es mucho más
probable que, si los mejores cerebros de la literatura no se dejan inducir a
regresar a ella, sobreviva de una manera superficial, despreciada, sin
esperanza, en una forma degenerada, corno lápidas modernas o espectáculos de
polichinela.
New English Weekly, 12 y 19 de November de 1936
NOTAS
1) “El Vagabundo”, seudónimo con que D.B. Wyndham Lewis
(1894-1969) firmaba sus columna en el Daily
Express, en el Daily Mails y en
el News Chronicle, muestra de su
ingenio legendario y de su elocuente impaciencia con las tendencias de la
literatura moderna, recogidas en volúmenes como At the Sign of the Blue Moon (1924), At the Blue Moon Again (1925) y On
Straw and Other Conceits (1929). Fue autor de varias biografías sobre
personajes como Rabelais, Molière, Boswell y Carlos V. También fue editor de
J.M.Dent y coautor del relato en el que Alfred Hitchcock basó su película El hombre que sabía demasiado.
2) De Margaret Kennedy, adaptada por la autora y Basil Dean,
en 1943 sirvió de guión para una película de Edmund Goulding, con
interpretación de Charles Boyer y Joan Fontaine.
3) Novela de John Galsworthy (1906)
4) Gerard Gould, por entonces influyente reseñador en el
Observer.
5) Se trata de una novelista imaginaria a la que Orwell ya
recurrió en términos semejantes en Keep
of the Aspidistra Flying (1936) [¡Venciste, Rosemary!], la tercera novela
de Orwell; en ella, en una biblioteca se da el siguiente diálogo entre un
usuario y el bibliotecario: “¿Algo moderno? ¿Algo de Bárbara Bedworthy, por
ejemplo? ¿Ha leído usted Casi una virgen?” “Oh no. Es demasiado profunda. No
soporto los libros profundos. Pero busco algo… pues ya sabe usted, algo moderno
de veras. Problemas sexuales, divorcios y todo eso. Ya sabe usted.”
6) Ralph Strauss (1882 – 1950), principal reseñador de
ficción en el Sunday Times desde 1928
hasta su muerte.
7) Se trata de novelas de A.S.M. Hutchinson, Thomas Hardy,
George Bernard Shaw y Tobias Smollett, respectivamente.
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