ANA CALAHORRA: “FAMILIAS DE
CALATAYUD VIVIERON DE VENDER EL PLOMO DE LAS BALAS DE LOS FUSILAMIENTOS”
Por
Javier Coria. Fotos: Francesc Sans
El Grupo de Trabajo sobre
Desapariciones Forzosas de Naciones Unidas visitó Barcelona donde, en una
sesión pública, recogieron testimonios de organizaciones sociales y familiares
de desaparecidos durante la Guerra Civil y el franquismo. Son 150.000 las
víctimas de desapariciones forzadas o involuntarias, lo que pone a España como
el segundo país, después de Camboya, en este ranquin macabro. Hablamos con Ana
Calahorra y Fermina Iglesias, cuyos abuelos desaparecieron el año 1936 en el
pueblo de Torrijos de la Cañada, provincia de Zaragoza.
Ana,
con voz temblorosa y emocionada y ante una sala repleta de gente, se dirigió a
los miembros de la misión de Naciones Unidas, presidida por Jasminka Dzumhur.
Por primera vez podía hacerse oír en un foro público, delante de unos
funcionarios venidos de lejos, porque por desgracia, en su país, los diferentes
gobiernos de la democracia nunca se tomaron en serio la tarea de buscar y
reparar la memoria de las víctimas que están en las cunetas y las fosas comunes.
Los verdaderos padres de esta débil e imperfecta democracia, los que lucharon
por ella desde diferentes ópticas e ideologías, sus restos aún están sin
identificar.
¿Cuál es vuestro caso?
Ana:
Venimos a exponer el caso de nuestros abuelos, desaparecidos en Torrijos de la
Cañada. Mi abuelo se llamaba Lucas Calahorra, y el de Fermina, Jerónimo
Iglesias. Se los llevaron en diferentes fechas. A mi abuelo se lo llevaron
junto a otras tres personas. Lo sacaron del ayuntamiento después de sufrir
torturas y denegarle agua para beber. Era vicesecretario del sindicato UGT. En
una furgoneta negra de las fuerzas de asalto se lo llevaron a la cárcel de
Calatayud –en el antiguo Mercado de
Abastos- donde prosiguieron las torturas y los golpes. Estuvo durmiendo en
el suelo durante un mes, hasta que una mañana se lo llevaron a un barranco. Mi
abuela dice que fue el de la Bartolina, pero la información de los familiares
me llevó a Cetina (Zaragoza). Allí encontramos una fosa común con restos de 12
personas. Se exhumó la fosa, pero no hemos podido identificar los restos
genéticamente, sólo en el caso de dos personas. No recibimos ayuda de nadie,
sólo el trabajo de los voluntarios de las organizaciones para la memoria
histórica. Además de tener la desgracia de buscar y desenterrar a nuestros
muertos, cosa que deberían hacer los jueces y las instituciones, debemos
pagarnos las pruebas de ADN. A mí me falta identificar tres ADN de esa fosa,
que están pendientes por hacer, quizá uno sea mi abuelo, pero ahora no hay
ningún tipo de ayuda.
Lucas Calahorra
Fermina:
Mi abuelo suponemos que está enterrado también allí, porque tenía más de 60
años y hay unos huesos que corresponderían con esa edad, pero como dice Ana,
ahora no tenemos medios para que se hagan los análisis correspondientes. A mi
abuelo se lo llevaron una noche, lo sacaron de la cama, enfermo y descalzo.
Nunca más se le volvió a ver. Mi padre tenía 15 años y fue testigo, junto a mi
abuela y mi tía que estaba embarazada. El abuelo era vocal de la UGT y estaba
significado por apoyar la legalidad republicana, pero su detención fue porque
denunció una compra ilegitima de unas tierras del pueblo por parte de los
caciques. Gracias a las investigaciones de Ana pudimos localizar el expediente
de mi abuelo. Se lo clasificaba como “rojo” y que había tenido una pelea con un
guardiacivil, y fueron ellos los que se lo llevaron. En los expedientes de
responsabilidades políticas de los muertos que hemos podido ver, constan las
listas de los bienes que les requisaban al ser detenidos. Se llevan sillas y hasta
los manteles de hule. A mi abuela le quietaron un burro viejo que tenía, y las
tierras que les daban de comer. Pero no contentos con eso, les punían multas a
las viudas. Mi padre, como hijo de viuda, no debería haber hecho el servicio
militar, pero como el abuelo constaba como desaparecido y no fallecido, mi
padre se pasó 3 años de mili, al volver tuvo que enterrar a su madre que vivió
esos años casi en la indigencia. Esto fue un exterminio, un genocidio, tenían
ganas de que no quedase rastro de los ideales democráticos de izquierdas, y que
no quedase nadie vivo para defenderlos.
Y en el barranco de la
Bartolina se cree que puede haber 800 cuerpos de personas asesinadas…
En
el barranco de la Bartolina hay 800 víctimas. Como las cárceles estaban tan llenas,
los asesinaban en las cunetas o en fosas comunes como en este barranco. Aunque
está en medio de la nada, llegaron a poner tendido eléctrico para tener luz y
poder seguir fusilando por la noche. Se da el caso que, durante años, muchas
familias de Calatayud vivieron de vender el plomo de las balas de los
fusilamientos, lo que te da la medida de la cantidad de balas que había en la
Bartolina. Por la noche se veían fosforescencias –fuegos fatuos- de la cantidad de huesos que había. Con las riadas
muchos huesos salieron a la luz. Había animales que los devoraban y las
personas los cogían en bolsitas –todo
esto sin que ninguna autoridad actúe hasta ahora- como recuerdo. Pero las
víctimas de la Guerra Civil están a más profundidad. Mientras estuvo allí el
gobierno del PP, lo convirtieron en un vertedero de basura, que luego se
compactó, haciendo imposible y peligroso poder excavar allí. Si quieres
recuperar a tu ser querido, a lo mejor esté allí, debajo de un montón de
basura…
Ana Calahorra y Fermina Iglesias
Quizá
sea esta la mejor metáfora de lo que los diferentes gobiernos de la democracia,
tanto PSOE como el PP, pasando por los autonómicos de uno u otro signo, han
hecho con la memoria histórica de la Guerra Civil y del franquismo, compactarla
y enterrarla sin la necesaria justicia y reparación. Ana Calahorra, en la web
de la Memoria Histórica de Catalunya, escribe: “Las familias los estamos buscando, necesitamos ayuda. Sin rencores,
ni odios, tampoco venganza. Sólo por justicia, los buscamos sólo por amor”.
Publicado originalmente en el diario Público
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