Por Javier Coria
Capaz de captar con su
cámara el espíritu de una época tan convulsa como el siglo XX, las fotografías
de Cartier-Bresson conforman un auténtico álbum histórico. Para este viejo
anarquista, “ver es todo”, y por eso su biógrafo, Pierre Assouline, lo ha
llamado acertadamente “El ojo del siglo”.
Henri Cartier-Bresson nació el 22 de agosto de 1908 en
Chanteloup, en el departamento francés de Seine-et-Marne. Su familia,
burguesa, era la propietaria de una manufactura de algodón instalada en Pantin
desde 1859, la fábrica Cartier-Bresson. Henri recibió una educación católica,
aunque muy abierta y progresista para la época, pero le aterraban las historias
bíblicas y, de hecho, siempre se ha declaró ateo. Con un padre buen
dibujante y un hermano pintor, le fue fácil iniciarse en la pintura. Aunque su
carrera artística se la inculcó su tío Louis, un pintor profesional que
falleció durante la Primera Guerra Mundial. El pequeño Henri solía visitar el
taller de su tío, al que llamaba “padre espiritual”. Con 13 años ya dibujaba y
usaba una cámara Kodak Brownie para hacer las fotos del álbum familiar.
“Niños en
el lago Tanganica”, Martin Munkacsi, 1930
DE PINTOR A FOTÓGRAFO
Se trasladó a París para cursar estudios secundarios en la
escuela Fénelon y el Liceo Condorcet, donde no llegó a graduarse. De forma
independiente, estudió pintura con el maestro Cotener durante los años 1922-23;
y con Blanchete. En 1927, también estudió con el pintor cubista André Lhote.
Por miedo a que sus cuadros terminaran pareciéndose a los del maestro Lhote abandonó la academia en 1928. En ese año inició estudios de pintura y filosofía
en la universidad de Cambridge, tampoco los completó. Los cafés y los clubes de
jazz parisinos le atraían más. Comenzó entonces su relación con los artistas
surrealistas, que iban a ejercer una gran influencia en su obra. Más tarde
declaró que del surrealismo no le atrajo la pintura, sino la espontaneidad, la
intuición y, sobre todo, la actitud de rebelarse. La acomodada posición
familiar y sus maestros le facilitaron el encuentro con la élite intelectual de
la época: Gertrude Stein, Max Jacob, Jean Cocteau... Pero el que influyó
decisivamente en su carrera fue el crítico y editor de arte, Efstratios Elefteriades,
más conocido por Tériade. Éste era un mecenas de origen griego que dirigió la
revista Minotaure, en la que colaboraban Dalí, Miró, Éluard y Breton, entre
otros.
En 1929, el joven fue llamado para realizar el servicio
militar en la fuerza área en La Bourget. No lejos de allí estaba la fábrica
familiar, y ser hijo de una familia burguesa le costó barrer muchos hangares,
incluso pasó un tiempo en el pelotón de castigo. Sus sueños de ser piloto se
acabaron y su orientación artística se impuso. En 1930, vio el trabajo del
fotógrafo húngaro Martin Munckacsi, que también tuvo una formación pictórica.
Le impactaron sus imágenes, en especial una: “Niños en la orilla del lago
Tanganica”, que le produjo una emoción imborrable.
Primera
cámara Leica de Cartier-Bresson
Primera
edición de “Images à la sauvette”, 1952
En 1931, realizó un viaje a África que supuso un choque vital
que le marcaría profundamente. Durante un año residió en Costa de Marfil, donde
vivió de la caza y realizó sus primeras fotografías para documentar sus
aventuras. Contrajo la malaria y estuvo a punto de morir, las hierbas de un
nativo le salvaron la vida. Una vez curado, volvió a París y en 1932 se compró
una cámara Leica en Marsella. Justamente ese año se considera que comenzó su
carrera fotográfica, aunque por aquella época a él y sus amigos las palabras “carrera”
o “trabajo” les producía aversión. Eran unos jóvenes pequeño-burgueses que
comenzaban a oponerse a la tradición familiar y, por ende, al futuro que tenían
proyectado para ellos. Con el poeta André Pieyre de Mandiargues y la pintora y
escenógrafa Leonor Fini, nuestro personaje viajó por toda Europa haciendo fotografías
o, mejor dicho, “tomando” fotografías, como le gusta decir. En 1932, realizó
sus primeras exposiciones y tuvo su primer contacto con España, adonde volvería
en múltiples ocasiones.
UN GUIRI EN ESPAÑA
En 1932, sus fotos fueron expuestas
en la galería Julien Lévy de Nueva York, y más tarde, en ese mismo año, en el
Ateneo de Madrid presentadas por el torero Ignacio Sánchez Mejías y el escritor
Guillermo de Torre. Cartier-Bresson llegó a Madrid para la exposición con un
billete de tren de tercera clase, y con un visado cuya validez era de tres
meses. Se alojó en una mísera pensión y, según contó, se ilusionó con la
república española, y sus ideas libertarias le llevaron a afilarse a la CNT y
la FAI. Viajó por España fotografiando a los vendedores ambulantes de Madrid,
los burdeles de Alicante, los gitanos de Granada y los chiquillos en las calles
de Sevilla. Al fotógrafo le extrañaba que la gente se fijara en él, cuando lo
que pretendía era todo lo contrario, un amigo le hizo mirarse a un espejo para
verse alto, flaco, rubio, ojos claros y con una cámara colgada del cuello; lo
menos indicado para pasar inadvertido en la España de entonces. Las fotografías
de las exposiciones fueron publicadas por Charles Peignot en Arts et Métiers
Graphiques. En el año 1933, volvió a realizar reportajes por España.
Alicante,
España, 1932. Cartier-Bresson
Sevilla,
España, 1933. Cartier-Bresson
EN EL MÉXICO
REVOLUCIONARIO
Al año siguiente viajó a México para participar en una
expedición etnográfica patrocinada por el gobierno de ese país. Problemas
burocráticos dieron al traste con el proyecto y Cartier-Bresson aprovechó el
viaje para pasar un año en una sociedad que le atrajo por los aspectos
surrealistas, presentes en la vida cotidiana. Lázaro Cárdenas era el flamante
presidente de una nación de gran efervescencia política y cultural. Allí se relacionó
con el poeta afroamericano James Langston Hugues, con el escritor indigenista
Andrés Henestrosa, con el pintor y muralista revolucionario Ignacio Aguirre y,
sobre todo, con su gran amigo el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo (1902-2002), que
en aquel año se encontraba rodando la película "Tehuantepec". Junto al mismo
Álvarez Bravo expuso sus fotos en el Palacio de Bellas Artes de la capital, en marzo
de 1935. El texto del catálogo corrió a cargo del editor y escritor Julio
Torri. De esta etapa mexicana conservó el acento que lo delata cuando el
viejo maestro hablaba castellano.
Portada de
la biografía del fotógrafo que escribió Pierre Assouline
Reportaje sobre
Cuba en la revista “Life” realizado por Cartier-Bresson, 1963
Un mes después de la exposición de México, la obra de ambos
fotógrafos se expuso en la galería Levy de Nueva York. A esta muestra se sumó
el fotógrafo estadounidense Walker Evans (1903-1975). Cartier-Bresson vivió ese
año de 1935 en Nueva York y dejó de fotografiar temporalmente para dedicarse a
estudiar cine junto a otro fotógrafo, Paul Strand.
Prostitutas,
México, 1934. Cartier-Bresson
En 1936, regresó a Francia para ser segundo asistente de Jean
Renoir en sus Films “La vie est à nous” y “Una partida de campo”. También
intervino en la obra maestra de este cineasta: “La regla del juego” (1939).
Curiosamente su trabajo con Renoir no fue como fotógrafo sino como guionista de
diálogos. También trabajó con los cineastas Jacques Becker y André Zvoboda.
Por entonces comenzó a colaborar para
periódicos y revistas como París-Soir, Vu, Life... y se reencontró con
dos reporteros antifascistas con los que iba a coincidir durante la Guerra
Civil española: Robert Capa y David Seymour, este último conocido como “Chim”.
¡VIVA LA REPÚBLICA!
En 1937 Cartier-Bresson se casó con
su primera esposa, la bailarina javanesa Ratna Mohíni, y vino a una España en
guerra para dirigir dos documentales. Uno fue “Victoire de la Vie”, que trataba
sobre los hospitales republicanos y que contó con el operador Jacques Lemare.
El otro, “L’Espagne Vivra”, realizado por encargo de Socorro Rojo
Internacional. En 1938, codirigió con Herbert Kline un segundo reportaje sobre
los servicios médicos de ejército republicano titulado “Return to Life” y otro
sobre los brigadistas internacionales norteamericanos: “With the Lincoln
Batallion in Spain”.
Informadora
de la GESTAPO, Dessau, 1945. Cartier-Bresson
Cuando en 1939 estalló la Segunda
Guerra Mundial fue llamado a filas para ingresar en la unidad de cine y fotografía
del ejército francés. En 1940 fue hecho prisionero por los alemanes y pasó casi
tres años en la prisión de Wuttemberg. Tras tres intentonas, logró evadirse en
1943 y se dirigió a París para engrosar las filas de la Resistencia. Fue un
miembro del MNPGD (“Mouvement National des Prisonniers de Guerre et Déportés”),
que ayudaba a los presos fugados. Ese mismo año recibió un encargo de la
editorial Braun para realizar retratos de artistas como Henri Matisse, Georges Braque,
Paul Claudel...
Y NO ESTABA MUERTO…
Entre 1944 y 1945 se unió a un grupo de
profesionales para filmar la liberación de París y realizó el documental “Le
Retour”, sobre el regreso de los deportados y prisioneros. Lo hizo junto a
Richard Banks para la Oficina de Información de Guerra de los Estados Unidos.
En el año 1946 el “Museum of Modern Art” (MOMA) de Nueva York preparó una
exposición “póstuma” sobre Cartier-Bresson. En realidad, lo daban por muerto en
la guerra. Los organizadores se llevaron una sorpresa mayúscula cuando Henri se
presentó allí para ayudarles en la selección de las fotografías. Pasó todo ese
año en Estados Unidos, donde conoció al escritor William Faulkner y al fotógrafo Alfred
Stieglitz, entre otras celebridades.
EL MOMENTO DECISIVO
En 1947, Cartier-Bresson fundó -junto a Robert Capa, Chim,
George Rodger y William Vandivert- la agencia cooperativa "Magnum" para tener un
control sobre su trabajo y producir y comercializar sus reportajes. Al amparo
de la agencia pasó los siguientes años, viajando y realizando reportajes por
todo el mundo. India, Birmania, China y Japón fueron algunos de sus destinos.
En 1952 se publicó uno de sus más famosos libros, Images à la Sauvette (algo
así como “imágenes tomadas a hurtadillas y deprisa””) que en su versión inglesa
se llamó The Decisive Moment (“El momento decisivo”), una expresión que lo ha
acompañado toda su vida. En 1954, después de la muerte de Stalin, se convirtió
en el primer fotógrafo extranjero autorizado para viajar por la antigua URSS; y
un año después fue el primero en exponer
fotos en el museo del Louvre. De 1958
a 1965 siguió viajando y pasó largas temporadas en
China, India y Japón, donde documentó acontecimientos históricos de primer
orden. También fue a Cuba y volvió a México, allí pasó seis meses para, a continuación,
visitar Canadá.
Imagen
gigante de Lenin, San Petersburgo, 1973. Cartier-Bresson
Venta de
oro en los últimos días del Komintern, China, 1949. Cartier-Bresson
A partir de entonces empezaron a
proliferar las exposiciones y los actos en su honor, y también la publicación
de libros sobre su obra, algunos tan bellos como el dedicado a la India. En
1966 dejó la agencia Magnum y siguió viajando y fotografiando por su cuenta.
Después de captar con su cámara las revueltas de Mayo de 1968, en París,
realizó dos documentales para la cadena americana CBS: “Impressions of
California” y “Southern exposures”. En 1970 se casó con la fotógrafa de Magnum
Martine Frank, treinta años más joven que él. En la década de los setenta dejó
la fotografía para dedicarse a su pasión de juventud, el dibujo y la pintura.
En el año 2002 se realizaron dos importantes exposiciones de
Cartier-Bresson. La primera, organizada con motivo del centenario del
nacimiento de su amigo, el también fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, tenía el título
de “Miradas Convergentes” y rememoraba la histórica exposición de Nueva York
que realizaron los dos fotógrafos junto a Walker Evans. La segunda fue “Los Europeos” que, entre
otras ciudades, se expuso en Salamanca, Ciudad Europea de la Cultura 2002.
Además, en abril de 2003, la Biblioteca Nacional de Francia preparó una gran
retrospectiva con 350 de sus fotografías. Y dentro de los actos de la muestra,
se presentó la Fundación HCB, dedicada a preservar la obra del gran maestro
fotógrafo. Está y dirigida por Robert Delpire y cuenta con la colaboración de
la mujer y la hija de Cartier-Bresson, Mélanie.
(Pos Scriptum: Cartier-Bresson murió el 3 de agosto
de 2004, con 96 años, un año después de publicado este artículo, aunque en esta
versión ya se han cambiado los tiempos verbales que se referían a él en tiempo
presente.)
La filosofía fotográfica de Cartier-Bresson se basa en el
placer de la contemplación y en la importancia del instante y de lo sencillo,
tal como enseña el budismo. Cuando su amigo Georges Braque le regaló el libro El Zen el Arte Caballeresco del Tiro con Arco, de Eugène Herrigel, no imaginó
que esta obra iba a influir tanto a su amigo. Del libro, Henri aprendió una de
sus máximas: “presentarse, aguardar en el anonimato y desaparecer”. De alguna
forma, el “momento decisivo” es una metáfora de la caza y Cartier-Bresson
“atrapa” la vida que se desarrolla frente al objetivo de su cámara.
Henri
Matisse por Cartier-Bresson, 1944
Truman
Capote por Cartier-Bresson, 1947
Como lo hiciera Gyula Halász, conocido como “Brassaï” o Eugène Atget, que vagó por las calles de París sin
un destino fijo, buscando el momento adecuado para “disparar” la cámara. De
alguna forma, esto recuerda a la acción intuitiva o la escritura automática de
los surrealistas y al objet trouvé de los dadaístas. Él mismo escribió: “La
fotografía es un impulso espontáneo que proviene de mirar perpetuamente, y que
captura el instante en su eternidad”.
Cartier-Bresson siempre ha mostrado un gusto exquisito por la
forma, la composición y la geometría de las imágenes. Ha huido de todo montaje
o intervención en la escena a fotografiar, se ha mostrado radical al mantener
que nunca hay que cambiar el encuadre en el laboratorio. Confesó que él sólo lo
hizo una vez, con una foto del cardenal Pacelli al que tuvo que fotografiar sin
mirar por el visor, (aunque la célebre foto de 1934 de las dos prostitutas
mexicanas asomadas a unas ventanas se publicó en la revista Harper’s Bazar eliminando a una de las mujeres). Nunca ha utilizado flash ni objetivos que
“deformaran la realidad”, y siempre ha usado la lente de cincuenta milímetros,
más cercana al ángulo de visión del ojo humano.
EL MÁS RÁPIDO CON LA
LEICA
Cartier-Bresson consideraba artesano y no artista, y su etapa
de fotógrafo la vio como un tránsito hacia su verdadera vocación, el dibujo.
Siempre que tenía ocasión repetía: “La fotografía es la acción inmediata, el
dibujo es la meditación”. Con su Leica siempre fue el más rápido y el menos
agresivo al enfrentarse a los temas. Pensaba que la fotografía no demuestra
nada y no era su propósito. Esto se opone a otros reporteros actuales, a los
que Cartier-Bresson admiraba, aunque los veía como sociólogos, militantes o
mesiánicos. Al fin y al cabo, él concibió sus fotos desde la mirada de un
pintor.
Una señora
mira con asombro a la joven con minifalda en un café de París
Brooklyn, Nueva York,
1947. Cartier-Bresson
Tímido, de voz discreta y con una sordera de conveniencia, lo
ponían irascible con el consumismo y la publicidad, para la que nunca quiso
trabajar. El recogimiento zen también desaparece cuando algún insensato quería
fotografiarlo sin su permiso. Cuenta la leyenda que llevaba siempre encima una
pequeña navaja y que, en una ocasión, no dudó en blandirla para evitar ser
retratado. “Para poder observar hay que ser discreto”, dijo en una ocasión. Lector
incansable de los clásicos franceses y anglosajones, sólo los abandonaba para
bucear por los misterios del budismo y el zen japonés. Aunque se pasó más de
treinta años renegando de la fotografía, una vez la definió así: “La fotografía
es una lección de amor y odio al mismo tiempo. Es una metralleta, pero también
es el diván del psiquiatra. Una interrogación y una afirmación, un sí y un no
al mismo tiempo. Pero, sobre todo, es un beso muy cálido... Es poner en el
mismo punto de mira la cabeza, el ojo y el corazón”.
Le gustaban las fotos de paisajes tranquilos, con remansos de
agua que, como espejos, reflejan la luz de su entorno. Para él eran como los
poemas cortos japoneses, los “haikus”. Uno clásico dice: “Cuando parta, dejadme ser, como la luna, amigo del agua.”
Publicado en la revista CLÍO, año 2,
núm. 21, julio 2003 (Dossier: “Fotógrafos que capturaron la
historia”)
"El ojo del siglo"... Que buen apodo para la que para mi ha sido la figura más importante de la fotografía del siglo XX junto con Man Ray. Interesantísima tanto su obra como su vida. Muy bueno el pos, muchas gracias por compartirlo. Un saludo.
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