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lunes, 26 de marzo de 2012

MODERATO CANTABILE (MARGUERITE DURAS)


Para una cosa que estoy escribiendo, aceptando como “cosa” un librito de relatos o algo así, me interesé por la relectura de la novela corta de Marguerite Duras, Moderato Cantabile. La verdad que no la recordaba, o es que la leí en una época que engullía libros como el que engulle hamburguesas mirando a su novia adolescente mientras le resbala la cebolla grasienta por la comisura de los labios. En fin, que no la aproveché o no la entendí en su momento, me refiero a la novela, bueno…, a la novia también me refiero. Buscaba una novela donde la trama fuera mínima y en la que, aparentemente, no sucediera “nada”, o mejor expresado, donde, partiendo de un hecho vulgar o anecdótico, el relato fuera creciendo por la fuerza de la maestría de la voz narrativa. En la novela de Duras, más que decir, se sugiere, y es en lo que no se dice donde está, según creo, el valor literario de esta novela. Siempre he pensado que la belleza de una novela no está, o no debería estar exclusivamente, en su lenguaje, en sus metáforas ocurrentes, en una sucesión de palabras brillantes, en la llamada “pluma galana”, sino en la composición y en la forma en que se narra. En la realidad literaria que el autor nos construye para nosotros. Digo “realidad literaria” que no es lo mismo que el realismo, cosa que confunden algunos novelistas actuales.



En Moderato Cantabile, Anne, la protagonista, es una mujer rica que vive con su marido e hijo, al que adora, en una gran mansión. Una vez por semana lleva a su hijo a clases de música al barrio portuario de la ciudad. Allí nos encontramos el primer conflicto de los múltiples en los que se debate Anne. La profesora de música representa la autoridad, la disciplina, el cumplir con las normas establecidas y, también hay que decirlo, el trabajo y el esfuerzo necesario para conseguir lo que uno se propone. El niño es indolente, perezoso, como un ave que vuela libre. No hace lo que le piden pero tiene inteligencia para hacerlo brillantemente. Anne se encuentra en medio de estas dos actitudes, sabe que tiene que ser la maestra, pero quisiera ser su hijo. Los largos paseos por la ciudad con su niño, la monotonía de las tardes, un día se ven alterados por un suceso. Un desgarrador grito llega desde la taberna del barrio. En ella yace una mujer muerta, aparentemente asesinada por su amante, que besa y acaricia el cuerpo yacente. Desde ese momento, el bar, la historia de esos amantes y el vino que la embriaga dulcemente, serán como un imán para Anne, que se ve forzada a acudir una y otra vez a la taberna. Claro que en esto también influye la presencia de un misterioso personaje, alguien que lo sabe todo de ella, alguien que, al parecer, lleva tiempo observándola, no es otro que Chauvin, que se ofrece a ir descubriendo con ella los motivos y circunstancias de lo sucedido. Anne, quizá, se reconoce en la mujer asesinada, y queda arrebatada por la historia y por el propio Chauvin, pero todo esto sucede en un tempo muy particular, como un adagio tranquilo y bello que, en el fondo, lleva un volcán de emociones. No sé si lo he explicado bien…. En un momento de la novela Anne dice que a veces piensa que su hijo no existe, que se lo ha inventado, la idea es tan sugerente que pensé que Duras la explotaría, pero no, aunque como digo, en esta novela los silencios son tan importantes como las palabras, los silencios en las novelas son los renglones en blanco que hay entre líneas, y esconden lo que el autor no se atrevió o no quiso escribir.


Quería hablarles del final, que es muy simbólico, pero luego he recapacitado y no quiero estropearle a nadie la lectura, aunque en las novelas de verdadera calidad literaria, el final o la peripecia de los personajes es lo de menos. El fin de la película es ligeramente distinto a la de la novela, y sin que sirva de precedente, me gusta más el del film, claro que en el guión también trabajó Duras, aunque me cuentan que luego renegó de la versión cinematográfica e incluso se propuso hacer ella su propia versión, cosa que no cuajó al final.


Al terminar de leer el libro me quedó un regusto melancólicamente amargo que conjuré tomándome un vaso de vino, como hacen los protagonistas de la novela la mayor parte del tiempo. Por ello, les recomiendo leer este libro con una copa de vino cerca y, si es posible, escuchando las piezas para piano de Erik Satie de música de fondo, toda una gozada, como el poder dedicar un tiempo a estar a solas, sin nadie que nos importune, apagando pantallas y desconectando teléfonos. Y por cierto, todos tenemos un Café de la Gironde en nuestra vida o nuestro imaginario, esto lo entenderán si ven la película, ya que en la novela el bar no tiene nombre.

© JAVIER CORIA


Pintura: Halcones de la noche (1942), Edward Hopper.

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P.D.: Un amable lector me pasa este vídeo de Satie:



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1 comentario:

  1. Deliciosa entrada y deliciosa novela, nada que ver con los actuales "novelas "románticas" para mujeres". Me quedo con el hallazgo de los renglones en blanco, nunca lo había pensado. Gracias.

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