EL “SANTET”

En mis visitas a algunos cementerios siempre pregunto a los empleados del mismo si hay algún lugar de especial veneración.

En algunos casos me encuentro con el fenómeno de los “Santos Populares”, que llamo así a aquellos difuntos que generan alguna tradición o veneración popular pero que no están reconocidos por la iglesia. El lugar más famoso del cementerio de Poblenou de Barcelona, por ejemplo, es la lápida de un humilde dependiente de almacén. Se trata del “Santet” (el Santito).

Francesc Canals Ambrós, joven de origen humilde, era conocido por sus vecinos de la plaza de la Lana y compañeros de trabajo por ser muy caritativo y tener sueños premonitorios. Dicen que predijo su propia muerte.

Murió de tuberculosis en 1899, a la edad de 22 años. Era dependiente de los desaparecidos almacenes El Siglo. Los almacenes El Siglo –de la familia Conde- estaban en las Ramblas, concretamente en la Ramblas de los Estudios, del número 3 al 7 y del 10 al 14 de la calle Xuclà y plaza Buensuceso. Cuentan que antes de morir Francisco Canals predijo el incendio de estos almacenes, aunque esto ocurrió 33 años más tarde, en 1932, por lo que es una profecía muy sui géneris. Posteriormente estos almacenes se volvieron abrir en la calle Pelayo, 54, pero después de una crisis los compró el propietario de los almacenes El Águila, Julio Muñoz Ramonet. El Siglo cerró en 1981, el mismo año que otro incendio hacía caer a la calle el águila de piedra que coronaba los almacenes de este nombre. Este baile de fechas y nombres ha creado no pocos errores que repiten algunos libros, artículos de prensa y páginas de Internet que recogen esta leyenda urbana. Por ejemplo se dice equivocadamente que el “Santet” murió en el incendio o que se salvó con sus compañeros y de ahí su fama milagrera. La verdad es que como he dicho esto no fue así, el joven hacía años que había fallecido cuando ocurrió el suceso. Y, además, en el citado incendio no hubo ninguna víctima mortal entre los 13 empleados que estaban en el edificio en el momento de siniestro.

No se sabe cómo empezó la veneración del “Santet”, claro que en la época en que vivió y murió nuestro personaje, Barcelona era un núcleo de gran actividad espiritista, no en vano en esta ciudad se celebró, en 1888, el Primer Congreso Internacional Espírita. Aunque eso lo cuento otro día, porque se sorprenderán de los personajes que abrazaron estas creencias. Desde anarquistas y socialistas, hasta militares; médicos; nobles; obreros; masones y algún religioso que otro, por cierto.

Dicen que las primeras en traer flores al nicho fueron las propias floristas de las Ramblas. Luego, esto está por comprobar, que la veneración comenzó entre los miembros de la etnia gitana y que se extendió por su fama de casamentero. La verdad es que, hace 15 años, cuando yo conocí esta historia me encontré delante de la tumba a una pareja de recién casados. Con traje de novia de un blanco impoluto ella, él de traje de chaqueta de negro riguroso. Parecía, y seguro que fue así, que los novios habían dejado a sus invitados en el banquete de bodas para que la novia entregara su ramo nupcial en señal de tributo y de cumplimiento de una promesa. La escena era de una carga simbólica muy interesante y potente. Eros y Tánatos, el amor y la muerte juntos en una imagen. Imagen que sólo (1) existe en mi mente porque no llevaba la cámara.

Fuere cómo fuere la verdad es que hace más de 100 años que la gente acude al lugar para realizar promesas y pedir deseos. Nunca faltan las flores y exvotos y, sobre todo, papelitos donde la gente escribe sus peticiones. El otro día estuve allí con unos compañeros de Antena 3 Noticias -que me estaban entrevistando- y pude preguntar a varias personas que acudían al lugar. La tradición no sólo continúa, sino que va en aumento. Cosa muy común en épocas de gran inquietud y crisis. Se busca soluciones en lo irracional o mágico, claro que conociendo a algunos gurús de la economía no sé que es lo “racional”. Eso sí, los más viejos de lugar me cuentan que el “Santet” no concede deseos que tengan que ver con dinero. En fin, mi gozo en un pozo.

Cuenta la leyenda –como se imaginaran hay muchas a cada cual más inverosímil- que cuando se puso la primera lápida del nicho, ésta se rompía y el cemento no cuajaba. Fue gracias a una donación anónima particular que el nicho se adecentó años después. Quizá alguien que recibió una “gracia” de este “Santo Popular”. Una recomendación, si visitan el nicho del “Santet”, no deben volver sobre sus pasos, nunca deben ir hacía atrás, sino seguir hacia adelante y salir por el lado derecho, según se mira el nicho, o su deseo no se cumplirá. Por lo menos eso es lo que cuenta la tradición del lugar. Y ya saben el dicho, lo que cuenta la leyenda que no lo cambie la historia.

En el cementerio de Montjuïc me contaron que también hay un “Santo Popular”, en este caso una “Santa”. Una mujer excepcional que se enfrentó a la jerarquía y cuya historia ya les cuento otro día. Pero hace unos meses estuve por allí, no es un nicho humilde sino un gran panteón –ya que es una tumba colectiva de un Instituto Secular-, y no vi ningún rastro de veneración particular. No había flores ni ninguna señal visible de esa tradición santera. En este caso es una construcción grande, acristalada y cerrada con llave. La historia del “Santet” del cementerio de Sant Andreu -también en Barcelona- es para investigar. Aquí la leyenda dice que el joven murió de pena porque sus padres no le dejaron estudiar para cura. Los padres eran protestantes, según leo en un viejo periódico de 1954. Pero la verdad es que no explica nada más, habrá que hacerle una visita y ver si aún hoy en día sigue esa tradición. Como siempre se agradecerán las colaboraciones y aportaciones de datos para completar estas curiosas historias.

El que sí que se parece a esta tradición del “Santet” de Poblenou es un caso del Perú que les pongo mañana.

© JAVIER CORIA

NOTA:

1) Sí, ya sé que la Academia acepta escribir el adverbio "sólo" sin tilde y ponerla cuando pueda crear ambigüedad en la frase (no es lo mismo tomar un café solo o sólo tomar un café). Pero yo sólo quiero decir que seguiré poniendo tilde en el adverbio aunque me quede solo -en este caso adjetivo-. Es mi carácter, y la fuerza de la costumbre, que también manda.