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lunes, 11 de octubre de 2010

EPITAFIOS LITERARIOS


El día de difuntos de 1836, Mariano José de Larra paseó por el cementerio de la Almudena de Madrid. De aquella visita escribió un artículo periodístico firmado con uno de sus seudónimos habituales, y que se intitulaba: “Fígaro en el cementerio”. Es el artículo del famoso y multicitado: Aquí yace media España; murió de la otra media. Pero el texto termina con este bello epitafio menos conocido:

¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos.
¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio!

De Francisco de Quevedo es este epitafio a un italiano llamado Julio, conocido bujarrón (por utilizar una expresión de la época):

¡Oh, tú, cualquier cosa que seas,
pues por su sepultura te paseas,
o niño o sabandija,
o perro o lagartija,
o mico, o gallo, o mulo,
o sierpe, o animal que tengas
cosa que de mil leguas se parezca a culo,
guárdate del varón que aquí reposa!


Del mismo Quevedo es este “Epitafio a una dueña”:

Aquí descansa en eternal modorra,
cumplido de su vida el postrer plazo,
la astuta cazadora cuyo lazo
jamás pudo evitar humana zorra.
Murió de un fuerte golpe que en la morra
le dio furioso un atrevido abrazo,
que era justo muriese de un porrazo
quien vivió de dar gusto a la porra.


Y de Miguel de Cervantes… Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso éste:

Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto extremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo en tal coyuntura,
que acreditó su ventura,
morir cuerdo y vivir loco.

Atribuido al Conde de Saldaña es este epitafio, de los muchos que existen dedicados a Juan de Tassis, conde de Villamediana, que murió asesinado.

Yace aquí quien supo mal
usar del saber tan bien,
y quien nunca tuvo quien
le fuese amigo leal;
el fue señor sin igual,
invencible en el ardor,
águila que al resplandor
del Sol se opuso tan fuerte
que no le causó su muerte
la muerte, sino el valor.


Hago notar que la alusión al “Sol”, en mayúscula, era una forma de referirse al soberano, en este caso a Felipe IV. El famoso “impulso soberano” –para algunos el instigador del crimen- al que alude otro epitafio de Villamediana y que, por conocido, no recojo aquí.

Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver) escribió su propio epitafio. Está enterrado en la Catedral de San Patricio, Dublín:


Aquí yace el cuerpo de Jonathan Swift, doctor en Sacrosanta Teología, deán de esta iglesia catedralicia, donde la feroz cólera ya no puede romperle el corazón. Sigue adelante, viajero, e imítale si puedes, ya que fue un hombre que por encima de todo defendió la libertad. Fallecido el 19 de octubre de 1745, a la edad de 78 años.

En el cementerio hebreo de Sevilla nos encontramos el epitafio del célebre Rabino Salomón. Aunque no es estrictamente literario o de un literato, es una muestra del estilo de epitafios del siglo XIV, aunque la transcripción al castellano que copio, respetando la grafía y la gramática, es del siglo XIX.


Testimonio deste túmulo y desta losa por señal y por memoria veis aquí escrita. Que aquí fue enterrado el thesoro de todos los vasos de cudicia por la ley y por testamento y con la sabiduría. Del nombre de Dios allí habló maravillas; y con él fue enthesorado el libro de las medicinas, árbol de la sabiduría fiel. O[h] Maestro, misericordioso, recto y constante y fiel Rabí Salomón, hijo de Rabí Abrahán, hijo de Gais, hijo de Baruc: fue acogido á su pueblo. Andava en su perfección el mes Siván año de cinco y ciento y cinco [de la Creación].

Del escritor del barroco Alonso de Castillo Solórzano es este epitafio “De una dama, amiga de estafar”:

Buscó, solicitó, pidió, robó
la que en este sepulcro muerta ves,
que tuvo por galanes más de tres,
aunque solicitó, robó y pidió.

Enamoró, mintió, lloró, fingió,
para estafar a un rico genovés;
sin blanca le dejó vuelto francés
la que le enamoró, lloró, mintió.

Nadie mejor que la que yace aquí,
a la gata de Venus se opondrá,
pues con su inclinación siempre la vi.

Y aunque sin vida en el sepulcro está,
todo el mundo se guarde; que aún de allí
buscará, robará y arañará.

De la obra Llanto de Venus en la muerte de Adonis, de Juan de la Cueva de Goraza, es esta pieza:

Aquí en este lugar la dura muerte
al bello Adonis despojó de vida,
que viviendo alcanzó tan alta suerte
que fuese Venus de su amor vencida.
Y en flor sin fruto ahora se convierte
al que le fue tal suerte concedida;
porque se entienda que el mortal contento
es frágil hoja que arrebata el viento.
Fin del Llanto de Venus por la muerte de Adonis.


Recuerdos inútiles se titula este epitafio humorístico de Ramón de Campoamor:

Tu epitafio grabé; mas vi que un día
lo del «amor» ya el polvo lo borraba,
la palabra «virtud» no se entendía,
y tu «nombre» ya el lodo lo empañaba.
¡Dios odia lo superfluo, muerta mía,
y en cualquier epitafio que se graba,
gracias al polvo, a la humedad y al lodo,
no suele sobrar algo, sobra todo!

Del poeta ruso, que compartió vida con la bailarina Isidora Duncan, Sergei Esenin es esta nota de despedida:

Adiós, amigo, adiós.
Querido, estás en mi corazón.
La inaplazable separación
Promete un futuro encuentro.
Adiós, amigo mío, sin gestos ni palabras,
No te entristezcas ni frunzas el ceño.
En esta vida el morir no es nuevo
Y el vivir, por supuesto, no lo es.

Y de otro escritor, de Jerzy Kosinski, es este último mensaje:

Me voy a poner a dormir por un tiempo más largo de lo normal. Llamad a ese tiempo Eternidad


Y para terminar, ya que no quería hacerlo con notas de suicidios, traigo aquí un párrafo del final de Don Quijote de la Mancha. El ingenioso hidalgo recupera la cordura y Sancho Panza se “aquijotesca” reivindicando el sueño y la aventura como símbolo de vida:

— ¡Ay! —respondió Sancho, llorando—: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más, que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana…

© JAVIER CORIA

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