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viernes, 19 de marzo de 2010

MEMORIAS DEL MIEDO - PONENCIA


Lo que se debe exigir a un autor, a un creativo de la Fantasía y el Terror es…
Hacer creíble lo increíble.

El receptor, el espectador, lo mismo de literatura, de cómic, de TV o cine, frente a una historia increíble, irracional desde todas las ópticas, imposible de ser veraz, debe consumirla como si fuera real. El lector no ha de mentirse a sí mismo, debe quedar atrapado de tal forma que se olvide de su entorno real. Sus sentidos se han de excitar y sus sentimientos han de saltar incontrolados. Si no se sumerge en la historia de tal manera que ni siquiera piense que lo que está consumiendo es irreal, el autor no habrá conseguido el objetivo final de su obra.

Pero, comencemos desde la noche de los tiempos.

Como ya se ha dicho, “no es que tengamos un cerebro”, es que somos un cerebro. Todo lo demás, lo que llamamos ser humano, lo que constituye el ser físico conocido como “homo sapiens-sapiens”, está a disposición de ese órgano llamado cerebro para que pueda vivir y desarrollar sus funciones y potencialidades, y lo más importante, lograr su evolución progresiva. Partamos de la base evolucionista y no la creacionista, porque el cerebro, como lo tenemos hoy, no surge de forma espontánea, prácticamente de la nada. La unión de las células neuronales fue construyendo seres vivos dentro del reino animal. No voy a extenderme en precisiones desde la aparición de los protozoos y los siguientes seres, daré un salto en el tiempo, hasta el Reptil, y lo escribo con mayúscula porque esta especie animal es la base del núcleo del cerebro. Podríamos ir más lejos en el tiempo, pero es que los reptiles, “per se”, ya tienen facultades de defensa y ataque para subsistir. De estos seres, tenemos determinados procesos de comportamiento que el actual “homo sapiens-sapiens” podrá controlar o no. El núcleo “R” (reptil), es depredador y carece de sentimientos, pero del reptil se evolucionó en algunos casos al mamífero. Envolvimos ese núcleo “R” con la masa neuronal siempre evolutiva de lo que hemos dado en llamar “límbico”: El cerebro sigue siendo un ente depredador para lograr su subsistencia y al tiempo es defensivo para protegerse y progresar evolutivamente. El “límbico” ya tiene sentimientos. Es evidente que en las distintas especies de mamíferos los sentimientos alcanzan diferentes grados y tampoco son iguales ni poseen la misma intensidad, pero en ellos ya está el goce, el placer, el miedo, los celos. En el “límbico” ya tenemos la posibilidad, el riesgo de generar muchos problemas de convivencia y sociabilidad que no sabemos hasta donde pueden llegar, problemas que lógicamente no son los mismos para cada especie animal ni siquiera para cada individuo en particular.


Sin tratar de hacer un estudio al respecto, pero sí para trazar unas líneas generales, he de referirme a la MEMORIA, un tema complejísimo ya que podríamos referirnos a distintos estadios de memoria. Imposible hallar una analogía total, pero como ejemplo nos sirve una computadora, que puede tener Memoria externa, Memoria de disco duro, (dentro de la memoria del disco duro de una computadora pueden haber varios discos duros), Memoria RAM y quién sabe qué memorias de virus informáticos y troyanos que podríamos denominar “Memorias complejas no controladas”. Bien, todo esto lo encontramos dentro de una computadora normal, personal, pero el cerebro de un mamífero es mucho más complejo. Si observamos a dos perros, incluso de la misma raza, veremos que si bien tienen temores y respuestas muy similares, también tienen reacciones diferenciadas según el adiestramiento recibido, y no se olvide que el adiestramiento no es ni más ni menos que la fijación de una memoria. Ante un petardo, un ladrido, la presencia de un automóvil, unos animales se asustan o se enfurecen más que otros, se dice que es el carácter, pero también está la memoria. ¿Qué miedos ha heredado? ¿Se puede creer que el cerebro de un cachorro mamífero está totalmente en blanco al nacer?

El miedo, los miedos, están relacionados con los sellos de la memoria de cada individuo:

♦ Memoria primigenia que puede haberse transmitido desde la noche de los tiempos, incluso desde hace millones de años.

♦ Memoria de homínidos, podría llegar a ser de cientos de miles de años.

♦ Memoria de los Pitecantropus erectus

♦ Memoria del Homo sapiens-sapiens prehistórico.

♦ Memoria del ser Humano ya con cultura iconográfica y escrita.

♦ Memoria de tribu y de clan.

♦ Memoria familiar.

♦ Memoria cultural y ambiental propia del individuo educado escolásticamente, sea teocráticamente o no.

Y unas memorias se añaden y suman a otras, se amalgaman.

En las estanterías de una gran biblioteca se alinean cientos de miles de volúmenes. Muchos de ellos, aunque contengan textos importantes, es posible que nunca sean consultados. En nuestra compleja acumulación de memoria, habrá temas que jamás saltarán al primer plano de nuestra consciencia, y otras memorias, aparecerán como fogonazos. No trato de decir que esos fogonazos de memoria sean transmisiones exactas del sello memorístico inicial o por poner una sencilla analogía y volviendo a los libros de las estanterías, si extraemos una sola página de uno de esos libros, en nuestra mente y de forma involuntaria, lo que puede ocurrir es que esa página salga mezclada con partes de otras páginas, por ello podemos soñar o asustarnos mentalmente con una especie de monstruo, dragón o ser diabólico que jamás hemos visto y que tampoco ha existido. Como ejemplo tenemos los mitos del terror más socorridos, Drácula o el Hombre lobo. ¿A qué ha temido más el mamífero, es decir, nuestra mente “límbica”? Pues a ser devorado, a pasar a convertirse en parte de la cadena alimentaria del reino animal. Hay que fijarse en los grandes colmillos del hombre lobo o los colmillos incisivos del diabólico Drácula: Uno devora de forma bestial, grosera, y el otro, más evolucionado, más refinado, te clava los colmillos para succionarte la sangre. Y si a ese monstruo vestido elegantemente le añadimos que a sus víctimas las condena a vivir eternamente como cadáveres vivientes y diabólicos, ya hemos conseguido la amalgama de la memoria del miedo: Memoria concreta de “límbico” (miedo a ser devorados), unida a la memoria religiosa del neocórtex. Podemos aludir también al monstruo del Doctor Frankenstein de Mary Shelley, el cual representa a la muerte y a la imposibilidad de regresar del más allá porque entonces la vida sería monstruosa, representada en el propio mito. La autora pretendió con su obra que cogiéramos pánico a ese regreso después de la muerte. De lo que no se dio cuenta era que había escrito la inaugural y más importante historia sobre el transplante de órganos, pues lo que el Doctor Frankenstein realiza es un multi-transplante. La autora dejó claro que tenemos un cerebro, y ya hemos precisado que “somos un cerebro”. En su mito, el error fue que el ladrón se equivocaba de cerebro, y ahí sí que la historia precisa que el cerebro es lo más importante. Mary Shelley nos dice que regresar de la muerte es monstruoso y que debemos verlo como una situación terrorífica.


El cerebro es el todo, pero su complejidad es tan grande que pueden producirse situaciones en que una parte del cerebro engaña a la parte consciente dominante. El equilibrio es el dominio del consciente sobre el subconsciente, pero este equilibrio que hemos llamado “Razón”, con mayúsculas, puede romperse lo mismo de forma esporádica y rápida que en estado permanente, casi podría decirse que irreversible. En estos últimos casos entraríamos en las psicopatías, pero en el mundo de la ficción literaria, el aterrorizado no suele ser el psicópata sino la víctima del supuesto enfermo mental (que no tiene por qué ser siempre maligno, es decir, causante de males).

Los momentos de terror, pavor, pánico, estupor, miedo, etcétera, según grado y momento, pueden dividirse en dos grupos principales que podrían subdividirse o ser una mezcla de ambas partes. Esos grupos son:

El racional.

El irracional

El racional, justificable y controlable. Delante de un animal predador como un gran felino, un gran reptil constrictor, un escualo que busca su alimento o frente a otro ser humano armado que trata de matarnos, dañarnos o torturarnos y ante el que nos hallamos en inferioridad física, sentiremos miedo, un miedo racional.

El filósofo Rousseau nos pudo decir que “la bondad del hombre es infinita”, aunque en su caso, las palabras no correspondieran a su vida personal, paradojas de muchos personajes célebres en las distintas artes, pero podríamos contraponer otra frase al filósofo: “La maldad del hombre puede ser infinita”. Todos poseemos esa dualidad del bien y del mal que Stevenson reflejó en su obra “El extraño caso del doctor Jeckyll y mister Hyde “.

Deduzco que el gran escritor creó el laboratorio secreto del doctor Jeckyll para que los lectores absorbieran con más facilidad y sin sentido de culpabilidad su parábola, porque no es necesario ningún laboratorio secreto para transformar al supuesto hombre bueno y honesto en un monstruo como Mister Hyde, basta con ponerle un uniforme sea de la clase y el color que sea, no importa la ideología y tampoco importa que pueda tratarse de una guerrera, un sayo, una sotana o una bata blanca, basta con impregnar de poder ese uniforme y darle protección e invulnerabilidad frente a una supuesta justicia. Si llega el momento de las acusaciones, siempre podrán alegar “obediencia debida a los mandos, a los superiores o a las ideologías”. Pero no es cierto, la causa será su maldad desencadenada, esa maldad que todos debemos mantener bien sujeta dentro de nuestras mentes, evitando que despierte. Como dirían en las mitologías mediterráneas, “no abráis las jaulas de los terribles monstruos, porque si escapan nos devorarán y será muy difícil volver a encerrarlos sin que hayan causado una gran devastación”. Dejando aparte los sentimientos y emociones básicas del límbico, la FELICIDAD y la INFELICIDAD, el estado de gracia o de desgracia, son sentimientos culturales; en consecuencia, la génesis, el desarrollo y los efectos de muchos de los miedos también son culturales. En realidad, el miedo racional dentro del mundo de la ficción, sea literatura, cómic o cine, por su temática y técnica, es más propio de la novela negra o de aventuras. Hay autores que, en la creencia de que causarán más terror a sus lectores, sí se recrean en la descripción minuciosa de las torturas, el “gore”. Si el narrador, con sus descripciones, en vez de hacer pasar miedo o un buen rato de desasosiego al lector o espectador lo que consigue es que disfrute, si como vulgarmente se dice “le pone”, es que ha despertado la maldad que lleva dentro, es el equivalente a un espectador de “snuff movie”.

Estos espectadores no es que pasen miedo, es que se complacen con el sufrimiento y la tortura del prójimo y si encima hay escenas sádico-sexuales, mejor que mejor para ellos. En las ejecuciones públicas del pasado, muchos de los que acudían a presenciarlas en realidad iban a pasarlo bien, a excitarse, no sólo la gente de la plebe, sino también los personajes importantes que incluso las ordenaban. Y si la persona a ejecutar ahorcada o quemada viva era una mujer joven y hermosa, tenía más público. Más tarde, las conciencias siempre quedaban tranquilizadas porque se solía decir “se ha hecho justicia”, aunque eso sólo fuera un sofisma. Creo que no es ese el buen camino para el escritor de fantasía y terror, a menos que se trate de un historiador que describa hechos sucedidos para exponerlos y que no vuelvan a suceder; otra cosa es la literatura, la ficción, incluso en parábolas o hipérboles.

Miedo irracional: Este es el verdadero nódulo de las historias de terror puro.


Las memorias que pueden influir en nuestros miedos irracionales no tienen porqué ser extensas en el tiempo y tampoco precisas en los hechos causales, tampoco selectivas para el consciente del individuo último que las sufre o disfruta, según situación y opinión. Ni siquiera seres salidos del mismo vientre materno tienen porqué tener las mismas memorias acumuladas a través de las especies animales, de los antecesos, de los ancestros y de las razas de los homos sapiens-sapiens. Hay personas que creen haberse reencarnado, haber sido personajes de otros tiempos, vivido en otras épocas; más bien podría decirse que quizás han heredado memorias de seres que han vivido con anterioridad, porque esos posibles recuerdos no verifican que hayan vivido otras vidas.

Siempre somos seres nuevos, pero con memorias acumuladas de forma aleatoria e impredecible. Todos guardamos memorias ancestrales, pero unas pueden ser más precisas que otras. Todas las religiones sin excepción (incluiremos también los brotes sectarios religiosos que nacen, alcanzan escaso desarrollo y desaparecen), han fabulado creando seres increíbles, mitos, espectros, fantasmas, mezclas de hombres y animales, bestias de iconografías satánicas, etcétera. Y según las impresiones memorísticas heredadas y recibidas en nuestra educación ambiental, unas personas resultarán más afectadas que otras ante una situación irracional. Hay personas que ante estos destellos memorísticos, que algunos denominan instintos básicos, reaccionarán con más frialdad o excitación según coincidan con los sellos del miedo impresos en sus neuronas memorísticas.

El autor/a de historias de Terror, de Fantasía irracional, debe rebuscar en lo más hondo de su subconsciente, debe ser sincero si quiere transmitir lo que él siente al escribir la historia. Luego, el receptor de la narración, según su herencia de los sellos del miedo a que hemos aludido, recibirá el impacto del terror o no. El autor, con una sola historia, no tiene por qué coincidir con todos sus lectores, ni siquiera con la mayoría, y no coincidir con esa mayoría no significa el fracaso de la narración. No es lo mismo contarle una historia de Terror a un chino de Shangai que a un sueco o a un masai.

Todos tenemos los sellos memorísticos más lejanos y elementales en la herencia de los ancestros, es decir, terror a ser devorados, temor a las garras, a los grandes colmillos, simbolizados en un cuchillo, en un arma blanca, pero las diferencias culturales y religiosas añadirán en cada individuo diferentes sellos memorísticos. Si el autor/a es prolífico y posee un buen acceso al subconsciente para encontrar más memorias ancestrales y amalgama mitos y monstruos, irá coincidiendo más y más con lectores capaces de olvidar la realidad de su consciente para sumergirse en la irrealidad del terror que le ofrece el creativo, que suele aunar a la profesionalidad de una técnica y un oficio de la narración un subconsciente muy especial.

Ahora, amigo lector/a, te sugiero que enciendas una lamparita de sobremesa, si tiene vieja pantalla de pergamino, mejor. Cierra las ventanas, encaja tu cuerpo en una cómoda butaca, abre el libro seleccionado, deja que las yemas de tus dedos resbalen por el papel pasando hojas y que tus ojos absorban las palabras como succionándolas. Espera a que esas palabras golpeen con impulsos bioeléctricos sobre tus neuronas despertando las memorias que tu consciente ignora que posees y luego…. Si aparece el miedo, si sientes un hilo de sudor frío por tu espinazo, no olvides que los fantasmas, los espectros, los fenómenos inexplicables que pueden aterrorizarte, sólo son reflejos, creaciones de tu poderoso cerebro. ¿Comienzas ya a sentir que tus cabellos tienen raíces, que tu respiración asume otra cadencia, que tus ojos se apartan de las páginas del libro para mirar en derredor, casi a hurtadillas, tratando de descubrir algo, no sabes qué, entre las sombras que te rodean? A partir de ahora, lo increíble, lo irracional, lo imposible… será una verdad irrefutable para tu mente.

© Ralph Barby

Jornadas Literarias ABRETE LIBRO 2008-27-09.
La Casa Encendida, MADRID.

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