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sábado, 2 de mayo de 2015

Los primeros barcos sumergibles


Por: Javier Coria

Cuando el capitán Nemo surcaba los mares con el Nautilus en la popular novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino, comenzada a escribir en 1866 y publicada entre los años 1869-70, muchos lectores creyeron que estaban ante una de las anticipaciones del escritor, pero la realidad era otra. El submarino de Verne tuvo unos antecedentes experimentales que se remontan al siglo XVII. Este trabajo es un repaso a estas naves sumergibles que se desarrollaron con la industria militar.

Aunque ya en la batalla de Tiro (332 a. C.) y las guerras Púnicas (264-146 a. C.) se cree que se utilizaron sistemas rudimentarios de buceo para situarse debajo de las embarcaciones enemigas y barrenarlas, para encontrar los primeros precedentes que se conocen de una nave sumergible tenemos que trasladarnos al gabinete de Leonardo Da Vinci. Allí, en pleno siglo XVI, entre bocetos de máquinas voladoras, carros de combate, cañones, escafandras, una especie de aletas de buzo…, nos encontramos con los primeros trazos de una extraña nave, un barco pez ideado para sumergirse bajo las aguas. El que se autodenominaba como un uomo senza lettere (un hombre iletrado) porque no conocía la lengua culta, el latín, que junto a las matemáticas estudió y aprendió a edad madura, hizo múltiples proyectos que se quedaron en el papel a pesar que muchos de ellos tenían un detallado estudio de cómo construirlos. Otros no tenían una aplicación práctica o se adelantaron tanto a su tiempo que eran incomprensibles para el común de los mortales, y unos cuantos eran bromas excéntricas más cerca del arte conceptual que de la ingeniería. Pero el barco pez del Homo Universalis encontró su materialización de la mano de un inventor holandés que sirvió en la Corte de Jacobo I Estuardo.

Los primeros intentos

Allá por los años veinte del siglo XVII, cuando la ciudad de Londres despuntaba como el centro comercial del imperio Británico y no podía imaginar que unas décadas más tarde quedaría prácticamente aniquilada su población por la peste bubónica que trajeron las ratas, o que quedaría destruida por el gran incendio de 1666, los londinenses se asomaron a las orillas del río Támesis para ser testigos de un gran acontecimiento. Con el apoyo de la Casa Real, el físico holandés Cornelius Van Drebbel (1572-1633) construyó una primitiva nave sumergible que se preparaba para surcar las frías aguas del Támesis ante una multitud expectante. El bote, bautizado con el nombre del monarca, se asemejaba a una cáscara de nuez y estaba construido de madera y recubierto de cuero, engrasado, de cabra. Drebbel, al que le debemos descubrimientos sobre el microscopio y el termómetro, se basó en las descripciones detalladas que en 1578 realizó el matemático y artillero Real inglés William Bourne (1535-1582), sobre un bote sumergible que tenía un mecanismo para tomar y expulsar agua a modo de lastre, pero los proyectos de Bourne no pasaron de las dos dimensiones del papel. El “Jacobo I” de Drebbel, por el contrario, tomó forma. Propulsado por una vela cuando navegaba por la superficie y por la acción de doce remeros cuando se sumergía, el protosubmarino, con algunos pasajeros, navegó sumergido en un recorrido de ida y vuelta entre Westminster a Greenwich a 4 metros de profundidad y una velocidad de 3 nudos. Las aberturas de los remos se estancaban con unos manguitos de cuero y los navegantes respiraban mediante unos tubos que salían a la superficie y se mantenían con flotadores y, por primera vez, se utilizó una solución química para regenerar el aire viciado del interior de la nave. Se sabe que Drebbel construyó otros dos prototipos y cuenta la leyenda que el propio monarca embarcó en uno de ellos, pero finalmente la marina británica no vio una utilización práctica y se abandonaron las investigaciones.

Submarino de Drebbel

Un sumergible en la Guerra de Independencia estadounidense

En las primeras décadas del siglo XVIII se proyectaron nuevos sumergibles pero sin llegar a construirse. La Enciclopedia Británica recoge hasta veinte patentes para sumergibles en 1727, pero no será hasta 1776 en que un sumergible entre en un combate naval en la Guerra de Independencia Estadounidense.

El “Turtle” (tortuga) era una especie de campana de inmersión con forma de huevo que sólo tenía capacidad para un tripulante. El ingeniero estadounidense David Bushell (1742-1824) fue el inventor de este artilugio al que, hablando con propiedad, no podemos llamar submarino. El casco estaba hecho de madera y cobre, y se desplazaba mediante la acción de pedales y palancas que movían una hélice de cuatro palas en tornillo situada en la proa. Los timones, en los laterales y la popa, servían para gobernar la nave que se sumergía a poca profundidad y durante sólo media hora, al no disponer de mecanismos para purificar el aire. Disponía de unos lastres de plomo que lo hacían estable en la superficie y otro lastre de agua (wáter-ballast) que se utilizaba para la inmersión. Iba armado con una mina de 70 kg de pólvora que se hacía explosionar con un mecanismo de tiempo.

El “Turtle”

Pero el arma secreta, el “Turtle”, que los patriotas estadounidenses tenían preparada contra los navíos británicos no dio los resultados deseados y fracasó en todas sus misiones. El relato de una de ellas está rodeado de las brumas de la leyenda, ya que no existen registros oficiales del hecho. El 7 de septiembre de 1776, y amparándose en la oscuridad de la noche, el “Turtle” fue remolcado por una barcaza hasta una distancia prudencial del buque británico “HMS Eagle” que, con sus 64 cañones, bloqueaba el puerto de Nueva York. El sargento Ezra Lee se sumergió con el ingenio y navegó para situarse debajo del casco del “Eagle” y, a través de unos orificios, pretendía adherir una carga explosiva. La fuerza de las corrientes, el miedo a ser descubierto y que el aire empezaba a faltar dificultaron las operaciones hasta que al fin pudo el pionero poner el berbiquí en la madera del casco.  La obra vista del barco estaba reforzada por una plancha de cobre, lo que hizo fracasar la misión. Ezra emprendió la huída abandonando la carga explosiva a la deriva, ésta explotó una hora más tarde a varios metros del buque enemigo. Esto hizo que los ingleses cambiaran de lugar el barco desbloqueando el puerto, por lo que se consiguió el resultado pretendido. El “Turtle” embarrancó en su huída y, más tarde, se hundió con el barco que lo transportaba a una nueva misión.

La primera victoria de un arma submarina

El 17 de abril de 2004, en el “Magnolia Cementery” de Charleston (Carolina del Sur), fueron enterrados con honores militares ocho tripulantes de un artefacto submarino hundido 140 años antes. Largos años de búsqueda y complicadas operaciones de recuperación, que culminaron con las pruebas de ADN a los restos humanos encontrados, fueron necesarios para llegar hasta esa ceremonia. Para conocer los antecedentes de este acto tenemos que trasladarnos a la fría noche del 17 de febrero de 1864. Aquella noche, una extraña nave con forma de puro habano navegaba parcialmente sumergida dirigiéndose hacia el buque insignia de la Armada unionista, el “USS Housatonic”. Los centinelas vieron el artilugio marino y abrieron fuego, pero sin poder evitar que los atacantes adhirieran al casco del buque un torpedo. Luego la nave atacante sudista retrocedió estirando un cabo que los unía al torpedo y que a su vez servía para detonarlo. La explosión envolvió en llamas al Housatonic que en pocos minutos se hundió pereciendo cinco de sus tripulantes. El “H. L. Hunley”, que así se llamaba el sumergible Confederado, emergió del todo y la tripulación mandó una señal a las tropas de tierra, antes de que la onda expansiva los llevara al fondo de las aguas. Allí, en las aguas de la bahía de   Charleston, permanecieron los cadáveres de estos pioneros hasta que en 1995 fueron localizados sus restos.

“Magnolia Cementery”

La capacidad combativa del Sur, con una tradición militar más fuerte y arraigada en sus mandos militares, se vio socavada por una superioridad numérica y material del Norte. Las tropas Confederadas del Sur, en 1864, carecían de suministros y la ropa, los alimentos, las medicinas y la artillería pesada empezaban a escasear. Esta situación se produjo por el fuerte bloqueo de los puertos Confederados que, desde el comienzo de la contienda, ejerció la armada de la Unión. La ruptura de este bloqueo se convirtió en una prioridad para las tropas sureñas. La vieja fragata a vapor “Merrimack”, acorazada con planchas de metal, fue una de las armas que utilizó el Sur sin ningún éxito.  La imaginación de los inventores entró en liza, y se idearon naves parcialmente submarinas como los Pioneer o los David, pero fracasaron todos los intentos de desbloqueo. Por su parte el ejército de la Unión también probó un arma submarina enviada por Francia, se trataba del Alligátor, que se hundió cuando era remolcado a Charleston.

El hacendado de Tennessee, Horace Lawson Hunley, ideó otro sumergible y buscó el apoyo financiero de varios socios para llevarlo a cabo. Las fases de experimentación fueron trágicas, ya que las diversas tripulaciones sufrieron bajas por hundimiento del ingenio y por la falta de aire respirable en su interior. El propio Hunley falleció, con toda su tripulación, en una de las inmersiones de prueba. Pero la dotación comandada por el teniente del ejército de tierra, George E. Dixon, logró su objetivo de hundir uno de los temibles “Ironclands”, los primeros acorazados utilizados en una batalla naval.

Planos del Hunley

Podemos decir que el Hunley fue una nave kamikaze, ya que carecía de aire en su interior. Una vela encendida avisaba a los tripulantes cuando el oxigeno empezaba a escasear y debía salir a la superficie. Se construyó con una caldera cilíndrica de hierro que permanecía sumergida mientras una torreta artillada sobresalía por la superficie del agua. Un tanque de lastre, que se inundaba a voluntad, y unos timones de buceo le servían para maniobrar. La tracción era manual, mediante un cigüeñal acoplado a una hélice que los tripulantes accionaban por turnos.

Los primeros submarinos

Los sumergibles eran naves con una capacidad limitada de inmersión y de navegación, por lo tanto los auténticos submarinos no llegarían hasta el Ictíneo y el Peral, de los que ya hablamos en otro trabajo, y los “clase XXI” que los alemanes utilizaron y desarrollaron durante la Segunda Guerra Mundial, pero se pueden considerar como precedentes del submarino los que vamos a citar a continuación. No están todos, pero sí los más importantes.

Al gran inventor norteamericano Robert Fulton (1765-1815) le debemos el “Nautilus”, que intentó vender a Francia durante la época del Consulado. Deseoso de acabar con el predominio marítimo inglés, Fulton presentó su proyecto en 1797. Fue aceptado y viajó a Francia, donde trabajó durante siete años en los prototipos. Napoleón, preocupado por la presencia de la poderosa flota inglesa en el Canal de la Mancha, en el año de 1800 asignó 10.000 francos al inventor yanqui para que construyera el “Nautilus”, una nave que utilizaba velas abatibles en la superficie y la tracción humana en inmersión. Poleas y engranajes posibilitaban la navegación, y un depósito de aire comprimido, la inmersión durante 5 horas. En 1801 se realizó una prueba con éxito, el propio Fulton bajó a 25 pies de profundidad acompañado por tres de sus mecánicos. Pero las maniobras de combate fueron un fracaso y los franceses terminaron por rechazar el invento. En el año 1804, Fulton presentó el sumergible al Almirantazgo Británico y tuvo éxito en su primera misión, pero sucedió una cosa curiosa. Los británicos pensaron que si este invento se desarrollaba y era copiado por otras potencias, esto significaría el fin de su hegemonía marítima, por lo que decidieron rechazar el proyecto. Durante mucho tiempo se consideró al sumergible como una forma indigna de hacer la guerra.

Robert Fulton

El primer sumergible latinoamericano está rodeado de un halo de misterio. Hacia 1810 arribó a Buenos Aires (Argentina), procedente de Ámsterdam, el ciudadano norteamericano de origen judío Samuel Williams Taber. El conocido como el “Proyecto Taber” parece que tomó forma en 1811 y consistía en un sumergible de madera, parecido a una rana, que tenía diez metro de largo y estaba pintado de negro con una gran “T” en blanco. El proyecto fue presentado a la Primera Junta de Gobierno Provincial, que había depuesto al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. El artefacto tenía como objeto atacar a la marina realista española. Después de diversas vicisitudes políticas y de espionaje militar, el proyecto fue abandonado. Las cajas de madera que contenían la nave y los planos de la misma se perdieron para siempre. Otro proyecto frustrado fue el del “Flach” diseñado en 1865 por el ingeniero chileno-alemán, Kart Flach. Por su parte, en Perú se construyó en 1879 el “Toro submarino”, con la intención de que participara en la Guerra del Pacífico, pero fue hundido por la propia Armada peruana para evitar que cayera en manos enemigas.

El sumergible de Kart Flach

El “Toro submarino”

Los manuales al uso, de inspiración anglosajona o francesa, citan al “Gymnote” de Zédé como el primer submarino propulsado con energía eléctrica en 1888. Ignoran o no tienen en cuenta que, en ese mismo año pero proyectado tiempo atrás, se realizaron con éxito las pruebas del submarino español “Peral” impulsado con dicha energía. El sumergible del francés Gustave Zédé era poco estable, con motores eléctricos de 100 CV y armado con dos torpedos. En 1892, el ingeniero italiano PietroDegli Abbatí también diseñó un sumergible eléctrico y los “Holland” norteamericanos empezaron a construirse en serie en 1897, con la característica de ser propulsados por vapor en superficie y por dos motores eléctricos en inmersión. En consecuencia con su función bélica iban armados con dos tubos lanzatorpedos. Junto con los “Holland”, el “Narval” diseñado por el francés Maxime Laubeuf y botado en 1899, inauguraron la época de los sumergibles con propulsión mixta y autónoma. El “Narval” usaba una caldera de vapor para navegar en superficie y unos acumuladores y motores eléctricos para hacerlo sumergido. Alcanzaban una velocidad de 12 nudos en el primer caso y 8 nudos en el segundo. La nave estaba construida con un doble casco que le daba una excelente flotabilidad y estaba armado con cuatro tubos lanzatorpedos externos. Para su construcción se usaron naves torpederas clásicas.

El “Gymnote”

El “Holland” 

El “Narval”

Hasta aquí la historia de los primeros sumergibles. En la guerra Ruso-japonesa (1904-1905) se experimentaron parcialmente submarinos que, en las dos guerras mundiales, se desarrollaron enormemente hasta ser un arma decisiva en muchas batallas. La navegación submarina experimentó un gran salto con el primer submarino atómico del mundo puesto en servicio por los Estados Unidos en 1955. En 1958 el “Nautilus”, que así se llamó, navegó por debajo del casquete polar como lo hiciera su hermano de ficción casi un siglo antes. Julio Verne, esta vez sí, predijo la navegación subpolar y la autonomía casi ilimitada de estas naves.

El submarino nuclear “Nautilus”

La vuelta al mundo en 84 días

La primera vuelta al mundo por debajo del mar la hizo el submarino nuclear norteamericano “USS Tritón” en 1960. Recorriendo la ruta histórica que siguió Fernando de Magallanes para la circunnavegación de la Tierra en el siglo XVI, el submarino partió del puerto de Long Island (Nueva York) el 16 de febrero del año 1960 recorriendo 57.600 kilómetros bajo las aguas. El 11 de mayo de ese mismo año arribó el “Tritón” a Rehoboth, en el estado de Delawere. Fueron muchas las anécdotas de la travesía, por ejemplo, a la tripulación no se les dijo que iban a acometer dicha empresa, la conocieron una semana después de haber partido. Fue una misión secreta hasta su culminación. El comandante Edward Latimer Beach, Jr. fue el encargado de informar a su tripulación. Por cierto, el capitán Latimer fue un exitoso escritor de novelas y libros sobre submarinos.

“USS Tritón” 

Aunque toda la travesía fue con la nave sumergida, hay que decir que en una ocasión subieron a la superficie para evacuar, al destructor “USS Macon”, a un tripulante aquejado de piedras en el riñón. También en el cuaderno de bitácora de la nave se dejó constancia de la única persona no autorizada que avistó al submarino por accidente. Se trataba de un filipino que navegaba con una pequeña canoa; luego sería identificado como un joven de 19 años de nombre Rufino Baring. El 25 de abril, el “Tritón” llegó al archipiélago de San Pablo en aguas territoriales brasileñas, luego el submarino siguió su singladura hasta las Islas Canarias llegando a Tenerife el 30 de abril, para luego dirigirse a Cádiz, donde tuvo lugar una ceremonia de fuerte carga simbólica. El 2 de mayo, desde el submarino, se transfirió al destructor “USS John W. Weeks” una placa conmemorativa de la hazaña en honor a Magallanes con la leyenda: “Ave Nobilis Dux, Iterum Factum Est (1519-1960)” es decir: “Saludos noble capitán, el camino ya está hecho”. El “Tritón” siguió su rumbo hasta Delaware. La placa fue entregada al embajador de EE.UU. en España, John Davis Lodge, que a su vez la cedió al gobierno español. Hoy se conserva en San Lúcar de Barrameda (Cádiz), lugar de partida y llegada del viaje de Magallanes.

“Ave Nobilis Dux, Iterum Factum Est (1519-1960)”

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