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viernes, 18 de mayo de 2012

EL ÚLTIMO AMOR DE LORCA


Un amigo me manda esta comunicación que por su interés, y con su permiso, reproduzco aquí:

El último amor y la última carta de Federico García Lorca

Queridos amigos: os voy a contar cómo y por qué me llevé, el 15 de mayo pasado, una de las mayores sorpresas que me he llevado en mi vida. Cuando desayunaba, tomé el número de El País del sábado anterior, que ni siquiera había hojeado. En la parte de abajo de la primera página, se anunciaba la publicación, en otras interiores, de la última carta escrita por García Lorca, fechada justamente el 18 de julio de 1936. Allí se resumía la misiva –unas palabras de amor, de mucho amor—a su último novio, un muchacho de Albacete, de 19 años entonces, llamado –aquí la sorpresa-Juan Ramírez de Lucas. Me parecía imposible que hubiese vivido otro albaceteño con el mismo nombre. De la imposible duda me sacó la fotografía que se publicaba, junto con otra de Lorca, en la página 45. Estoy seguro de que no he sido el único sorprendido por esta revelación

Durante las décadas de los sesenta y los setenta, mi mujer y yo tratamos muchísimo a Juan Ramírez de Lucas, una de las personas más agradables, buenas, pulcras, educadas y cultas que podía haber. Delgado y alto, vestía siempre con esmerada corrección. No representaba en absoluto la edad que, por los datos que conozco ahora, debería tener. Le conocí con ocasión de que llevó a la redacción de La Estafeta Literaria, donde yo trabajaba como redactor-jefe, una entrevista nada menos que con Picasso. Que no fue la última que nos aportó con una personalidad del arte europeo del momento. Recuerdo ahora las de Brancusi y De Chirico. Juan viajaba mucho y aprovechaba sus viajes para hacer entrevistas como ésas o reportajes sobre acontecimientos culturales como el Premio Formentor de novela, la Bienal de Venecia o el Festival de Cannes. Nosotros no podíamos pagarle lo que valían sus interesantes aportaciones, que requerían gastos de viajes y otros gastos; sólo lo estipulado para las colaboraciones normales, según el número de páginas ocupadas. Llegué a pensar que disponía de dinero por su familia, como para permitirse pasear por Europa y aún por en Nuevo Continente –recibí cartas suyas desde Brasil y Estados Unidos- lo que le permitió enriquecer la colección de la que hablaré en seguida.

Juan Ramírez de Lucas

Cuando le conocí, el ya sabía de la obra de mi mujer, y quiso venir a su estudio. Pepi le tomó un gran afecto, porque tenía las virtudes que he dicho y además –me he olvidado- era muy correcto y educado, de maneras exquisitas, y con un sano sentido del humor. Después coincidimos en muchas inauguraciones. Siempre iba solo. Si me preguntasen si se le notaba su homosexualidad tengo que decir que sí. Pero siempre pensé que las maneras en que ello se traducía todavía dotaban de mayor armonía sus modos. Era acariciante Juan y olía a limpio. No me lo podía imaginar corriendo ni despeinándose.

Nos hicimos amigos de verdad los tres en Santander, donde estábamos, no sé qué año, con motivo de los Cursos de Verano de la Magdalena. Salimos unas cuantas noches y, de vuelta a Madrid, cumplió su promesa de invitarnos a cenar en su casa, en la Gran Vía. Era una vivienda extraña, cercana a la esquina con Alcalá, a la que se accedía no recuerdo si por una escalera muy alta o por un pasillo muy largo y que parecía una gruta abierta en las entrañas de la ciudad. Creo que el apartamento no tenía ni una ventana. Estuvimos tomando unas copas y nos mostró su tesoro. Todas las paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de paquetes de papel. Abrió bastantes de ellos para nosotros. Me atrevo a afirmar que allí estaba la más importante, la más impresionante colección de arte popular del mundo. Por lo que nos contó, Juan se me reveló como una de esas personas que tiene un imán para atraer lo que les interesa. Refirió un caso. En Sao Paulo, donde fue a ver la Bienal de Arte, justo la mañana del día en que tomaba el avión, descubrió a un hombre que llevaba, colgando de una caña, una serie de muñecos y animales, de indudable factura popular. No le preguntó nada, sino que le siguió. Y así llegó a un gran almacén repleto de maravillas de las que a él le interesaban. Canceló el billete y procuró traerse a España todo lo que pudo.

Dibujo de Lorca dedicado a Juan

Un año o dos después, y creo que porque unos cuantos amigos le empujamos, se decidió a dar a conocer su tesoro. No exhibió ni la vigésima parte de lo que tenía. Pero lo que demostraron aquellas exposiciones es que a Ramírez de Lucas le sobraban piezas para hacer una monográfica sobre cualquier tema: la Navidad, el deporte, las muñecas, la muerte, la agricultura, las labores domésticas, el folclore… La que hizo en la Caja de Ahorros de San Fernando, de Sevilla, versó sobre la magia.

Juan era una persona alegre, optimista –yo le recuerdo sonriendo siempre-, que no daba la impresión de tener doble cáscara ni de ocultar un pasado. Jamás mencionó en nuestra presencia a Lorca ni nos habló de haberse alistado en la División Azul, resultando gravemente herido en Rusia y posteriormente condecorado.

Qué destino el de este hombre: toda la vida con ese importante secreto a cuestas, y quizá con el temor de ser descubierto por aquella gente que asesinaba por pensar diferente, o ser diferente. Hoy sería famoso. No sólo por su biografía. También por su talento.- M. García Viñó

P.D.: Un día le pregunté a Juan sobre qué proyectaba hacer con su colección, que yo no imaginaba empaquetada eternamente. Me contestó que tenía pensado cederla a un Ayuntamiento o a una Diputación que se comprometiera a montar un museo y aceptara nombrarlo a él subdirector con carácter vitalicio. “¿De cualquier sitio?” “Por supuesto que no.” “¿Sevilla?” “Claro que si”. Al mismísimo día siguiente, envié una larga carta, con toda suerte de detalles, al Consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, José Luis Ortiz Nuevo, que había sido redactor en una revista de la que yo era corresponsal en Madrid: la Tierras del Sur de José María Javierre. Tardó mucho en contestarme para decirme que ya me escribiría sobre el tema. Nunca lo hizo. Sevilla podría tener ahora el mejor museo de arte popular del mundo. No lo tiene. Quizá porque el Consejero de Cultura tenía otras cosas que hacer. Me habló Juan más adelante de que había cedido parte de su colección a algún lugar de Galicia. No recuerdo cuál.

M.G.V.

Aquí un poema que dedicó Federico a Juan:

Aquel rubio de Albacete
vino, madre, y me miró.
 
¡No lo puedo mirar yo!
Aquel rubio de los trigos
hijo de la verde aurora,
alto, sólo y sin amigos
pisó mi calle a deshora.

La noche se tiñe y dora
de un delicado fulgor
¡No lo puedo mirar yo!
Aquel lindo de cintura
sentí galán sin...
sembró por mi noche obscura
su amarillo jazminero
tanto me quiere y le quiero
que mis ojos se llevó.

¡No lo puedo mirar yo!
Aquel joven de la Mancha
vino, madre, y me miró.

¡No lo puedo mirar yo!

2 comentarios:

  1. Interesante documento.

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  2. Más que un comentario, lo que quiero es añadir un pequeño detalle que se me quedó enredado entre las teclas. Aquella noche que estuvimos en su casa, despues de tomar unas copas y disfrutar de su colección, Juan nos llevó a cenar a un restaurante que estaba en una calle que desembocaba en la que todavía se llamaba Carretara de Aragón de nombre El Cojonudo. Los camareros iban vestidos de bandoleros del XIX e intentaban hablar como tales. De todas las columnas colgaban rollos de papel higiénico, de los que arrancaban trozos para ponerlos como servilletas. Cuando Juan pidió al que nos atendía tres cojonudos --algo muy parcido a los flamenquines cordobeses-- aquél miró a mi mujer y dijo: "bueno, dos cojonudos y una cojonuda". La memoria es de lo mejor que tengo, de lo que no sé si alegrarme. Recuerdo más meteduras de pata, que lances agradables como el que he contado. Todavía no he logrado asimilar que, después de un trato tan largo, yo no supiera quién era de verdad "aquel rubio de los trigos" M. García Viñó

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