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domingo, 4 de marzo de 2012

LOS CRÍMENES DEL FANTASMA



Apropósito de una nota que Kevin Vázquez publicó en su blog sobre dos curiosidades en la vida del pintor Antoni Tàpies, fallecido el pasado 6 de febrero a la edad de 88 años, salió a colación que el padre del pintor, Josep Tàpies i Mestres, había creado en Barcelona la editorial Memphis. En sus memorias, Antoni Tàpies nos cuenta esto y también que su progenitor, abogado de profesión, había escrito una novela policiaca con el seudónimo de Coronel Hans, allá por el año 1942, pero no da más datos. Al leer la nota de Kevin, que pueden leer aquí, recordé que tenía en mi biblioteca una novela firmada por un tal Coronel Hans, pero desconocía que detrás del seudónimo se escondía el padre de Tàpies.

Los crímenes del fantasma

Debo decirles que tenía la novela sin leer y archivada como: “autor por descubrir”. Recuerdo que la compré en la librería “Llibres del Mirall”, especializada en primeras ediciones y libros raros, o por lo menos difíciles de encontrar. Identificado el autor, sólo me quedaba leerla, cosa que voy a hacer ahora y luego les cuento. Les dejo con unos momentos musicales, una pijadita de un tal Mozart.


Ya estoy aquí. Les confieso que con las novelas policiacas antiguas, de los autores pioneros del género en España, no soy muy objetivo, me dejo llevar por la emoción y la nostálgica belleza que ya, desde las mimas portadas, me trasmiten estos libros. Por cierto, la portada es de J. Altamira, que estampó su firma en el lomo de uno de los libros que aparecen al fondo del dibujo.

SIPNOSIS:

Jeremías Conde es un acaudalado rentista que vive en una villa urbana en la parte alta de Barcelona. La casa, lo que llamamos por aquí una torre, se compone de bajos, tres pisos y un sótano, todo ello circundado por un cuidado y bello jardín. En la estancia, heredada de su tío Esteban, un viejo lobo de mar con posibles, viven su hermano Juan, un secretario personal y las personas del servicio, que son una cocinera, criada, mayordomo y el portero, que hace las veces de mecánico, que es como llaman los ricos a sus chóferes.

Jeremías es un reputado filatélico, hombre de ciencia y coleccionista de extraños objetos y peces exóticos que le legó su tío. Pasa las horas tras su escritorio de nogal ordenando y clasificando su valiosa colección de sellos, en la suntuosa biblioteca de la casa que, junto el misterioso sótano que guarda arcas de caudales con las rarezas filatélicas, son los lugares preferidos de nuestro protagonista. Lo curioso es que, desde hace días, cuando está en estas habitaciones, le recorre un escalofrío, un temor inexplicable, y se siente observado.

Una noche que Jeremías estaba en la biblioteca, le pareció oír unos pasos en el sótano, bajó por la escalera de caracol y no vio a nadie. Volvió a subir, apagó las luces y se dirigía a la puerta, que siempre la mantenía cerrada con llave, cuando una sombra lo abordó, y todo ello terminó con el cuerpo de Jeremías en el suelo atravesado por un cuchillo.

La policía tuvo que pedir el concurso de un cerrajero, pues la biblioteca permanecía cerrada por dentro y con la llave puesta. Los ventanales también estaban herméticamente cerrados, nada habían robado.

Un médico forense y un joven policía, con el permiso del juez, se instalan en la villa unos días para descubrir al asesino. Armando Baraibar, el médico forense, es un erudito en espiritismo y viejas religiones mistéricas, y algo raro ve en este asunto. La capacidad deductiva de Baraibar lo emparenta con el mismísimo Sherlock, con permiso de los holmesianos. Jeremías atesoraba en su biblioteca una gran colección de libros sobre hipnotismo; magnetismo; metempsicosis; metapsíquica…, y todo ello porque, secretamente, era un gran estudioso del espiritismo y las paraciencias del momento, y en su casa se realizaban experimentos psíquicos.

Hasta aquí puedo contar. Luego toda suerte de sospechosos desfilan por la narración, coleccionistas ávidos de codiciadas piezas filatélicas, extraños personajes que participaban en sesiones mediúnicas que se realizaban en la casa, un ex empleado descontento, viejas cuentas del pasado… ¡Ah!, y luego hay otro asesinato.

Weird Tales

Sin ser una gran novela –tiene un final decimonónicamente típico y tópico- es una lectura entretenida y deliciosa, por evocadora, ya que participa del subgénero del enigma del “cuarto cerrado”, hoy en desuso pero con algunos ejemplos en la novelística de género actual. Quizá lo que más me sorprende -y más me gusta- es que tiene aires -sólo aires- de otro subgénero muy raro en nuestro país, pero muy popular en los pulps norteamericanos y en las revistas de relatos como la Weird Tales. Me refiero al Ghost detective o detectives psíquicos como el personaje John Silence, el médico psíquico e investigador de lo oculto, creado por el gran autor de novela fantástica, Algernon Blackwood. 

John Silence

Está bien escrita y con un lenguaje preciso y bello en algunos momentos, como cuando escribe: “…abrió los ojos, como para desterrar las tinieblas del cuarto”. Eso sí, descubrí un par o tres de laísmos y algún error en la transcripción de los títulos originales de algunos libros, que más parecen erratas de imprenta. Y aquí quería llegar, no a las erratas, sino a los libros, porque tienen un protagonismo en la trama. De hecho, hay dos libros que se citan en la novela y que son esenciales para descubrir el “por qué” del asesinato. Uno es Raymond, or life and death, de 1916 y escrito por Sir Oliver Joseph Lodge, el físico inglés que, entre otras cosas, experimentó con la telegrafía sin hilos, de hecho fue la primera persona en transmitir una señal de radio, en 1894, un año antes que Marconi. El libro está dedicado a su hijo muerto en la Primera Guerra Mundial. Después de la desgracia, el frío científico se movió por mundos espirituales, al igual que, en las mismas circunstancias, lo hizo otro Sir, Arthur Conan Doyle. ¿Ya saben por dónde voy? El otro libro es más terrenal, es Hampa de París, las memorias de Geron, comisario jefe de la policía parisina. Pero la erudición del señor Josep Tàpies en estos asuntos se nota que es grande, porque cita más libros, y uno me llamó especialmente la tención porque lo busco –en su primera edición en castellano- hace años: El magnetismo, el Espiritismo y la posesión diabólica, escrito por el jesuita Javier Pailloux, que se publicó en Barcelona allá por 1872, más concretamente por la Imprenta de Federico Martí i Cantó. Son conversaciones sobre las materias que recoge el título entre un teólogo, un abogado, un filósofo y un médico.
Raymond, or life and death

Hampa de París

También hay citas cultas de Ovidio o Plinio, entre otros, raras en una obra de estas características, y en este punto quiero enumerarles algunas digresiones muy curiosas, cortas y nada pesadas que aparecen en la novela: Historia del sello; inicios del espiritismo; la metempsicosis –transmigración de las almas- en diversas religiones; origen y mitología de las sirenas, o leyendas de personas con grandes facultades natatorias, por ejemplo, se cita el caso de “Hombre pez” de Liérganes (Cantabria). Claro que también se especula sobre tres tipos de sugestión, la de conocimiento, la de sentimiento y la de tendencia, porque la sugestión y el hipnotismo están presentes en la trama, salvando las distancias, como en el extraño relato de Allan Poe: Revelación mesmérica. Sobre esto estaba de acuerdo conmigo Don Santiago Ramón y Cajal cuando decía: “Razonar y convencer, ¡qué difícil, largo y trabajoso! ¿Sugestionar? ¡Qué fácil, rápido y barato!

El Espiritismo y la posesión...

Monolito en Liérganes, en recuerdo de Francisco de la Vega Casar, el "Hombre pez"

En fin, es una pena que el Coronel Hans no nos haya dejado más novelas escritas. Por cierto, si la autoridad y el tiempo lo permiten, en otra ocasión les escribo sobre otro pionero catalán de la novela policial, es este caso nos dejó tres novelas, tres.
© Javier Coria

1 comentario:

  1. Imposible de encontrar esta novela que comentas, en "Llibres del Mirall" la tenían en su catálogo, pero pone que no está disponible, imagino que es el ejemplar que cuelgas aquí. Gracias por estos descubrimientos.

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