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lunes, 15 de noviembre de 2010

ONÁN NO FUE UN PAJILLERO


Perdonen por el título, pero por el proceloso mar de Internet un buen título o un título llamativo hace que la gente lea, y de eso se trata en este blog. Aunque les advierto que tomen las precauciones profilácticas necesarias porque en esta pieza de “Viaje a las palabras” voy a escribir sobre pajas; manuelas; gayolas… lo que llaman en México una puñeta o una chaqueta… Aunque nuestro Fernández de Moratín también utilizó la puñeta con este significado:

No me olvido de ti, pulida Fausta,
que apenas a Madrid recién venida
te pegaron espesas purgaciones
y escarmentada evitas los varones
siendo, cual vieja o fea, puñetera.

En fin, de la acción de pelársela; cascársela; meneársela, frotase la campanilla –en las damas-; machacársela o el franeleo que, si no me equivoco, es como lo llaman en algunos países de Latinoamérica. Aunque para ser más exacto, franelear sería más sinónimo de sobarse; frotarse; magrearse; arrimar la cebolleta, el meterse mano de toda la vida de Dios, con perdón. En fin, excitarse o excitar a alguien sin llegar al coito. Creo que los anglosajones tienen una expresión para esto pero que ahora no recuerdo.

Por si alguien aún no se ha enterado, me refiero a la masturbación, lo que los cursis llaman placersolitario o autoerotismo y los pedantes ipsación y mi amiga Annabel hacerse una asistencia, expresión que siempre me ha gustado. Pero para curioso el dicho catalán de comptar bigues, literalmente “contar vigas”. Desconozco como ha llegado esta expresión a ser sinónimo de masturbación, yo la había escuchado para decir que alguien está pensando en las musarañas, contando las vigas del techo, distraído… Bueno, si de distracciones se trata, ahora sí que empiezo a entender algo más.

Gustav Klimt (1916)

El epónimo onanismo como sinónimo de masturbación ha hecho que el pobre de Onán pasara a la historia como el pajillero de la Biblia, y eso no es justo. Todo se debe al panfleto terrorífico que un monje inglés escribió a principios del siglo XVIII (1) y que describía todos los males que les podían ocurrir a los practicantes de tales actos: locura, ceguera, debilitamiento de los huesos, impotencia, calvicie, cardiopatías y un largo etcétera que terminaba en el temido “Castigo Divino”. En el citado opúsculo el religioso llamó a la masturbación onanismo y así nació el malentendido del llamado “pecado de Onán”. Con ello se pretendía elevar a categoría de maldición bíblica toda práctica sexual que no tuviera como objetivo la procreación. Pero en la biblia no hay ninguna condena expresa de la masturbación. Por su parte, la superstición popular también puso su granito de arena ampliando la lista de supuestos males, a saber: reblandecimiento del cerebro, crecimiento de pelo en las manos, enanismo –ya ven, enano onanista-, resecamiento de los testículos en ellos, caída del clítoris, en ellas y finalmente la muerte. En fin, qué no sé como hemos llegado hasta aquí vivos, esos sí, miopes y con entradas, que es una forma benévola de decir medio calvos.

Johann Nepomuk Geiger (1840)

Pero para que la superchería de los doctos representantes de la iglesia no fuera solamente alimento espiritual de viejas beatas, otros doctores, los de los cuerpos, acudieron en auxilio de los primeros. Algunos casos concretos ya los comentaré más adelante, pero los primeros galenos en difundir los peligros de la autocomplacencia fueron los matasanos ambulantes que lanzaban anatemas con técnicas charlatanescas.

Aparte de la curiosidad histórica y lo jocoso de algunas situaciones, es triste pensar en el daño y el terror que pudo causar estas falsas creencias en millones de personas, en el sentimiento de culpa de algunas de ellas y en la represión y autorepresión sexual que supuso. Por ejemplo, para castigar los juegos sexuales exploratorios de los niños, se llegaba a quemar las manos de los pequeños con cantos rodados calentados en el fuego del hogar. Y todo esto ante un hecho que no es más que una manifestación natural del instinto del ser humano y de muchos mamíferos, especialmente de los primates.

Édouard Henri Avril (1906)

Pero bueno, retomando la narración tenemos que hablar del pobre Onán. Como todos ustedes saben fue un personaje bíblico, hijo de Judá y Súa, al que los inescrutables planes divinos le hicieron jugar un papelón. Lean, lean:

Tomó Judá para Er, su primogénito, una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá fue malo a los ojos de Yavé, y Yavé le mató. Entonces dijo Judá a Onán: “Entra a la mujer de tu hermano, y tómala como cuñada que eres, para suscitar prole a tu hermano”.

Pero Onán, sabiendo que la prole no sería suya, cuando entraba a la mujer de su hermano se derramaba en tierra para no dar prole a su hermano. Era malo a los ojos de Yavé lo que hacía Onán, y lo mató también a él.
Génesis 38: 6-10

Antes de nada, como se las gastaba el Yavé del Antiguo Testamento. La narración bíblica lo deja claro, lo que hacía Onán era la “marcha atrás”, el coitus interruptus, vamos. Según marcaba la ley del levirato, Onán tenía que fecundar a su cuñada para darle descendencia en nombre de su hermano muerto, macabro, ¿verdad? Pero Onán no estaba por la labor de que el hipotético primogénito heredara a su hermano, y encima no fuera considerado hijo suyo. Esta enrevesada trama no se le ocurre a un guionista de una telenovela venezolana.

Martin van Maële (1905)

De esta forma la tildada como “aberración sexual” tomó el nombre de Onán. Más tarde los médicos católicos dieron carta de naturaleza científica a lo que era hasta entonces un pecado moral. El libro médico más famoso sobre el particular fue El Onanismo: Disertación sobre las enfermedades que resultan por la masturbación, editado en 1760 por el prestigioso médico suizo Samuel-Auguste Tisso. Este libro fue traducido al castellano por Manuel Araoz en 1791 pero fue prohibida su publicación. Al galeno suizo con apellido de reloj le debemos el convertir lo que era un pecado en una enfermedad que merecía un tratamiento. Llegó a declarar a la masturbación como una especie de arma de destrucción masiva, la “más siniestra y mortífera desviación sexual”.


El doctor Isaac Brown creía que una forma de eliminar el progreso de la “enfermedad” masturbatoria en las mujeres era ni más ni menos que procediendo a la extirpación del clítoris. El también médico Edward Tilt era más moderado, aconsejaba a las alegres comadres de Windsor, es un decir, que retrasaran la madurez sexual de sus hijas a base de duchas frías, la prohibición de dormir en lechos de plumas y, sobre todo, nada, nada, de leer novelas. Faltaría más, no saben los peligros que se esconden detrás de la tapa de un libro, aparentemente inocente. Es que se empieza leyendo y se termina fornicando con el primero que llega.

En 1886, el psiquiatra alemán Krafft-Ebbing hablaba de “locura masturbatoria”, y no se refería a ciertos desordenes psíquicos que pueden producir una práctica compulsiva de esta actividad, o que la misma sea síntoma de otras patologías, decía directamente que la masturbación producía locura o estaba en el origen de ciertas enfermedades psicóticas. No es de extrañar que se inventaran estrambóticos artilugios para evitar esta práctica de amor propio. Desde cinturones de castidad, hasta el aparato que se muestra en el dibujo y que fue patentado en Estados Unidos, en 1911, por Jonas Heyser.


Lo que son las cosas, hoy se considera a la masturbación como una práctica de autocontrol y autoconocimiento de la propia sexualidad y que puede ser hasta terapéutica en ciertos casos, como ya apuntó el bueno de Freud, entre otros. Incluso hay estudios sobre el cáncer de próstata que hablan de la acción protectora de la masturbación. En este artículo de la revista NewScientist lo comentan. Pero como aquí se trata de escribir sobre palabras, pues decir que la etimología de masturbación es incierta. Hay quien la hace derivar del latín manus stuprare, que sería cometer estupro contra uno mismo, violación con la mano, vamos. Aunque los hay que prefieren la derivación más neutra y que no tiene la carga de la condena moral histórica. En este caso sería el bonito vocablo manus turbare que es excitarse con la mano o turbarse con ella, que siempre está bien lo de turbarse.

Johann Nepomuk Geiger (1840)

Pero lo dicho, “Onán el Bárbaro” no fue un pajillero, se derramaba fuera, como se derraman estos versos de Alberti que les copio con explicación incluida:

Después de la guerra española, venía yo cargado de muertos, pero lleno a la vez de poemas eróticos, que había comenzado en París. Escribí doce sonetos, que titulé «Sonetos corporales». Había uno, el cuarto, dedicado a la masturbación , a celebrar el semen blanco que surgía, resbalando, en albas gotas que exaltaban, arrastrando consigo, comparaciones con todo lo blanco más bello e inesperado:

Lo blanco a lo más blanco desafía.
Se asesinan de cal los carmesíes
y el pelo rubio de la luz es cano.
Nada se atreve a desdecir al día.
Mas todo se me mancha de alhelíes
por la movida nieve de una mano

Rafael Alberti

© JAVIER CORIA


(1): Hay otras fuentes que al opúsculo anónimo le dan una autoría, en concreto la del teólogo holandés Baltasar Bekker. Claro que para complicar la cosa, también se cita a un médico inglés apellidado Becker, que como vemos tiene parecido apellido y quizá la confusión nazca de aquí o sean la misma persona. Lo que si está claro es que el folleto se titulaba: Onania, o el abominable pecado de la autocontaminación…

Utagawa Kunisada (siglo XIX)

Pintura de portada: Egon Schiele (1911)
Ilustraciones: Wikimedia Commons.

2 comentarios:

  1. ¡¡Hola!!
    ¡¡¡¡Joer!! huy perdón, que no, que eso no era...
    ¡¡Que interesante Javier!!
    Besos.AlmaLeonor

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